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✝️ viernes 29 marzo 2024
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Manolo, el zapatero

Hoy quiero hablarles de Manuel Soriano, ‘Manolo, el zapatero’ como casi todos le conocemos. Después de 46 años trabajando en el calzado, 12 en la antigua fábrica de Martín Martínez Rodríguez y los 34 restantes con negocio propio, dejó el oficio al jubilarse.

La desaparición de oficios de toda la vida impide la reparación o conservación de elementos como el calzado. Cuando algo desaparece y ya no está te lo imaginas de otra manera o no lo miras de la misma forma.

Cuidar nuestros zapatos es importante, como esencial en las mismas proporciones es hacerlo con nuestros pies. El calzado nos protege y siempre afecta a nuestro equilibrio, ya no es cuestión de presumir sino de andar cómodos con nuestros zapatos. Esta prenda inspira parte del look de las personas, especialmente en la mujer, como la textura de temporada para lucir su mejor aspecto y sentirse bien. Nuestros pies son tan especiales y tan nuestros que los llevamos puestos aunque a veces estén desnudos, ciegos y hambrientos.

El taller de un zapatero remendón (dicho con el mayor respeto) es como por ejemplo el de un sastre y se asemeja a un confesionario, ya que la clientela deposita allí la máxima confianza para seguir en pie o buscar una solución, algo que aparte de la intimidad tiene una innegable ventaja.

La industria, el diseño y la moda no frenan el avance de los años; sin embargo hay oficios en peligro de extinción al no haber relevos. Incluso en algunos casos retrasando la edad de jubilación para ver si alguien se hace cargo del negocio con su ciclo formativo en un gremio que requiere habilidad manual y mucha astucia.

Convendrán conmigo que todos tenemos en nuestro mueble zapatero cierto calzado que nos gustaría cambiarle las suelas, las tapas o el tacón, porque están nuevos para seguir dándole una vida útil o incluso recién comprados sería aconsejable amoldarlos a nosotros.

Me cuenta que es un trabajo difícil al no desarrollarse en cadena en una tarea o sección específica como en la industria. Cada zapato es un mundo y hay que saber de todo tipo de arreglos. No es lo mismo los tacones de ahora que los antiguos; cuando había que rellenar los tubos, recortar maderas y las tapas todo de manera artesanal.

Los días pasan como si fuesen uno solo, donde cada uno se halla sin más remedio ingeniosamente adaptado a sus necesidades, quisiéramos seguir teniendo su mano de obra y por tanto su presencia en este gremio.

Como un “maestro jamonero” que hace las lonchas pequeñas y finas, con incisiones delgadas y el corte muy estrecho intentando que la pieza quede sabrosa. El secreto de una reparación bien definida es hacerlo sin aditivos sobre el punto localizado de forma nutrida y cuidada.

Me comenta Manolo que en poblaciones con fábricas de calzado el empleado puede que repare algún calzado para su familia, pero en las ciudades donde no existe este tipo de industria nadie suple la reparación. Sus proveedores principales que venían de Elda y Petrer, ya se lo decían, en todos los sitios ocurre lo mismo, no es que se detecten casos aislados.

En este trabajo se pierde mucho tiempo que no se cobra y por tanto no se valora la hora por lo que vale exceptuando el calzado hecho a medida o el especial ortopédico.

No sabría cuantificar y por tanto decirme cuántos miles de pares de zapatos, sandalias, botas y botines, han pasado por las estanterías de los 18 metros cuadrados de local en la calle San Cristóbal a lo largo de estos años, tantísimos como los cientos de accesorios, arreglos de bolsos o cremalleras.

Igual que un cauce seco es muy difícil que vuelva a llenarse; su clientela quedó desubicada y ahora no puede movilizarse al no tener quien la repare.

Como dice mi “editor”, que anda por Carabanchel: «En mi barrio hago entrevistas a gente que lleva más de treinta años en una actividad, algunos ya han cerrado, pero siguen presentes en la memoria del barrio».

La gente joven no se hace adelante y no quiere calenturas de cabeza; la mayoría prefiere trabajar para otros, cada uno se labra su destino o al menos lo intenta. No sé si todos en un momento dado hemos encontrado la horma de nuestro zapato o estamos en ello.

Mi primo Manolo el zapatero es una persona buena y tranquila. Con su pelo cano y reteniendo su madurez a los 68 años, casado con mi prima Nieves, son a su vez padres de tres hijas encantadoras profesionales sanitarios.

Como en una rutina deliciosa, ataviado con su mandil, ha dedicado toda su vida al arreglo del calzado y en algún lugar a buen recaudo como oro en paño guarda material que le sobró, junto a las herramientas y maquinaria con las que se ha ganado la vida, cuya terminología para mi ignorancia me nombra con gran detalle: “el burro antiguo”, la máquina de coser, la lijadora, la de meter hormas, la afiladora de cuchillas o la máquina de remaches.


Artículos de José Antonio Ortega

José Antonio Ortega
José Antonio Ortega
"DESDE MI PUPITRE" Intento aprender cada día, y como observador atento procuro escribir un poco de todo con respeto y disciplina, de recuerdos, necesidades y de aquello que mientras pueda, vaya encontrándome por el camino, siempre dando gracias al estímulo de la vida.

Hoy quiero hablarles de Manuel Soriano, ‘Manolo, el zapatero’ como casi todos le conocemos. Después de 46 años trabajando en el calzado, 12 en la antigua fábrica de Martín Martínez Rodríguez y los 34 restantes con negocio propio, dejó el oficio al jubilarse.

La desaparición de oficios de toda la vida impide la reparación o conservación de elementos como el calzado. Cuando algo desaparece y ya no está te lo imaginas de otra manera o no lo miras de la misma forma.

Cuidar nuestros zapatos es importante, como esencial en las mismas proporciones es hacerlo con nuestros pies. El calzado nos protege y siempre afecta a nuestro equilibrio, ya no es cuestión de presumir sino de andar cómodos con nuestros zapatos. Esta prenda inspira parte del look de las personas, especialmente en la mujer, como la textura de temporada para lucir su mejor aspecto y sentirse bien. Nuestros pies son tan especiales y tan nuestros que los llevamos puestos aunque a veces estén desnudos, ciegos y hambrientos.

El taller de un zapatero remendón (dicho con el mayor respeto) es como por ejemplo el de un sastre y se asemeja a un confesionario, ya que la clientela deposita allí la máxima confianza para seguir en pie o buscar una solución, algo que aparte de la intimidad tiene una innegable ventaja.

La industria, el diseño y la moda no frenan el avance de los años; sin embargo hay oficios en peligro de extinción al no haber relevos. Incluso en algunos casos retrasando la edad de jubilación para ver si alguien se hace cargo del negocio con su ciclo formativo en un gremio que requiere habilidad manual y mucha astucia.

Convendrán conmigo que todos tenemos en nuestro mueble zapatero cierto calzado que nos gustaría cambiarle las suelas, las tapas o el tacón, porque están nuevos para seguir dándole una vida útil o incluso recién comprados sería aconsejable amoldarlos a nosotros.

Me cuenta que es un trabajo difícil al no desarrollarse en cadena en una tarea o sección específica como en la industria. Cada zapato es un mundo y hay que saber de todo tipo de arreglos. No es lo mismo los tacones de ahora que los antiguos; cuando había que rellenar los tubos, recortar maderas y las tapas todo de manera artesanal.

Los días pasan como si fuesen uno solo, donde cada uno se halla sin más remedio ingeniosamente adaptado a sus necesidades, quisiéramos seguir teniendo su mano de obra y por tanto su presencia en este gremio.

Como un “maestro jamonero” que hace las lonchas pequeñas y finas, con incisiones delgadas y el corte muy estrecho intentando que la pieza quede sabrosa. El secreto de una reparación bien definida es hacerlo sin aditivos sobre el punto localizado de forma nutrida y cuidada.

Me comenta Manolo que en poblaciones con fábricas de calzado el empleado puede que repare algún calzado para su familia, pero en las ciudades donde no existe este tipo de industria nadie suple la reparación. Sus proveedores principales que venían de Elda y Petrer, ya se lo decían, en todos los sitios ocurre lo mismo, no es que se detecten casos aislados.

En este trabajo se pierde mucho tiempo que no se cobra y por tanto no se valora la hora por lo que vale exceptuando el calzado hecho a medida o el especial ortopédico.

No sabría cuantificar y por tanto decirme cuántos miles de pares de zapatos, sandalias, botas y botines, han pasado por las estanterías de los 18 metros cuadrados de local en la calle San Cristóbal a lo largo de estos años, tantísimos como los cientos de accesorios, arreglos de bolsos o cremalleras.

Igual que un cauce seco es muy difícil que vuelva a llenarse; su clientela quedó desubicada y ahora no puede movilizarse al no tener quien la repare.

Como dice mi “editor”, que anda por Carabanchel: «En mi barrio hago entrevistas a gente que lleva más de treinta años en una actividad, algunos ya han cerrado, pero siguen presentes en la memoria del barrio».

La gente joven no se hace adelante y no quiere calenturas de cabeza; la mayoría prefiere trabajar para otros, cada uno se labra su destino o al menos lo intenta. No sé si todos en un momento dado hemos encontrado la horma de nuestro zapato o estamos en ello.

Mi primo Manolo el zapatero es una persona buena y tranquila. Con su pelo cano y reteniendo su madurez a los 68 años, casado con mi prima Nieves, son a su vez padres de tres hijas encantadoras profesionales sanitarios.

Como en una rutina deliciosa, ataviado con su mandil, ha dedicado toda su vida al arreglo del calzado y en algún lugar a buen recaudo como oro en paño guarda material que le sobró, junto a las herramientas y maquinaria con las que se ha ganado la vida, cuya terminología para mi ignorancia me nombra con gran detalle: “el burro antiguo”, la máquina de coser, la lijadora, la de meter hormas, la afiladora de cuchillas o la máquina de remaches.


Artículos de José Antonio Ortega

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1 COMENTARIO

  1. Jose, me parece genial que también tengan su espacio en los medios las personas que aportan su grano de arena en profesiones como la de zapatero de «remiendos» hoy en supuesta extinción.
    No sé si queda alguien que arregle zapatos en esta Ciudad. Un servicio a la sociedad como puede ser cualquier otro que hay que poner en valor.
    Anterior a Manolo conocí, era mi zapatero, al «miaja» (así era conocido) en la calle Corredera, muy cerca de donde vivía. Ya mucho más tarde Manolo también ha sido quien le he encomendado alguna tarea de arreglo.
    A Manolo lo conozco toda la vida. Incluso cuando éramos jóvenes compartíamos juntos algunas inquietudes sociales al inicio de la democracia junto a su hermano Fernando, también zapatero, que terminó siendo conductor de camión.
    El sector del calzado, como el textil, el juguetero… tuvieron años de esplendor . Sectores donde aportaba mucha mano de obra. Pronto estas industrias acusaron la competencia de la industria asiática y hubieron cierres masivos en estos sectores.
    Recuerdo que hubo una época que se exportaba mucho calzado a los EEUU y los fabricantes siempre estaban pendiente del cambio del dólar con la peseta, lo que podía hacer más competitivo el producto o no.
    De ahí que la salida profesional de Manolo, siendo zapatero, fuese poner un taller propio para el arreglo de calzado, que como él dice había que echarle muchas horas de trabajo para salir adelante ya que muchos arreglos, seguro, no se cobraba el coste real.
    Pues no ha dejado huérfano, salvo que exista alguien que desconozco que arregle calzado.
    Manuel, a disfrutar de la jubilación que te la has ganado.

José Antonio Ortega
José Antonio Ortega
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