Por el trabajo de mi padre estuvimos cinco años fuera de Yecla, en una finca de labor cerca de Las Virtudes en Villena. En aquel lugar donde hay un santuario, hice la primera comunión y en una pequeña sala contigua habilitada como aula, fui a la escuela.
Cuando volvimos a Yecla, la casa era la primera planta de una sencilla de dos plantas, junto a otras similares, muchas de ella tejavanas. Era muy pequeña, y en ella estuvimos muy poco tiempo, la luz era de baja potencia y se “fundían los plomos”, además de que se tuvo que poner un estabilizador para la televisión.
Un día surgió una posibilidad y mis padres compraron una casa más amplia en dos alturas cerca de esta última, con la idea de reformar. Esta era mucho más grande y disponía de un desahogado corral. Se cambiaron las cañerías, se hicieron habitaciones nuevas, con techos de escayola en la parte de arriba, y abajo en el centro, un salón bastante oscuro que no utilizábamos casi nunca.
Dando a la calle una parte se habilitó de salita con paredes de papel pintado y la otra -pisando sobre una antigua bodega- se destinó a cochera, y allí al cabo de un tiempo guardé el primer coche, un Dyane 6 de segunda mano. La obra fue una historia, con la casa patas arriba, y media cubierta levantada, nos pilló una huelga de la albañilería que duró siete semanas.
Cuando salíamos a jugar, si era al fútbol, la pelota salía rodando calle abajo y había que ir por ella, si alguien no la paraba y recogía mientras subía la pendiente, lo cual era un alivio. En aquella época, la gente se dejaba la puerta abierta con una simple persiana, eran muchas casas las que no tenían timbre, y por la noche se tomaba el fresco.
Recuerdo el asfaltado de aquellas calles estrechas y la construcción de las aceras, fue todo un acontecimiento. Se fueron conectando los alcantarillados, se instalaron nuevas farolas que iluminaban los callejones y al parecer atraían a las paniquesas, y en plena noche el lugar parecía mágico.
Tiempo después, por razones de la naturaleza, la gente mayor se fue quedando sola al marcharse los hijos, resultaba muy grande y querían una vivienda más pequeña. Gran cantidad de esas casas fueron vendidas en periodo de bonanza.
Lo que define a un barrio son las personas, es lo más cercano a la realidad. Continúa habiendo demasiadas casas cerradas, en venta; otras de alquiler, y además varias son propiedades de los bancos o de grupos inversores, así lo atestiguan los carteles e incluso puede verse aunque menos, alguna tapiada. Las viviendas cerradas dimensionan la crisis de un sector.
Hoy las calles, están alineadas guardando la misma forma desordenada y los mismos recodos. El pavimento en la zona en la actualidad es adoquín, tras haber eliminado las aceras. Quedan pocas fachadas de aquellas tan pulcras enlucidas con cal, después reformadas de estucado o ladrillo visto y zócalos de cerámica.
Echo de menos aquel ritmo de vida más tranquilo con tantos episodios entrañables. Aunque ahora tal vez esté un poco triste, mi antiguo barrio mantiene la nostalgia de siempre, merece todo mi cariño, allí emergió mucha gente, en él se forjó parte de aquello que siento.
a los viejos barrios.
Artículos de José Antonio Ortega
Que bonito lo que has escrito acerca de nuestro barrio, yo soy más joven, pero la descripción que haces sobre tu infancia me recuerda mucho a la mía. Indicarte que aquello de tomar el fresco, sigue sucediendo cuando las circunstancias lo permiten. Da mucha pena que las casas vayan quedando vacías, pero todavía esa esencia tan maravillosa que tiene el barrio, perdura. Lo mejor de este barrio, la gente que habitaba y habita.