Si descubres que no eres el dueño legitimo de tus actos, o te encuentras asumiendo roles impuestos con los que no estás de acuerdo, tienes la obligación de abandonar. Y si tus pies te conducen por caminos diferentes a los de tu cabeza, mala cosa es. Para.
Me vi dando estos consejos la semana pasada a una persona a la que tengo mucho aprecio y él me respondió sin dudar ni un segundo, que había llegado el momento de nuestra separación:
Teodoro Carpena y yo, tras una andadura en la que hemos completado varios cientos de páginas y casi cuatro intensos años de convivencia, vamos a dividir nuestras voces. Él tiene algunas dudas y dice que podríamos seguir un año más porque todavía le quedan cosas que decir; yo no estoy tan seguro y creo que alargar las agonías conduce al desencanto.
Afirma que soy invasivo y que le robo protagonismo. Es cierto, y además, yo soy muy activo y él bastante pasivo, por lo tanto, aceptamos de buen talante la separación. Estamos de acuerdo en que la vida está por encima de los relatos y que el tiempo acaba imponiendo sus leyes.
Aunque le he aclarado que soy yo quien manda en esto y él solo ha sido el instrumento para contar algunas cosas que mi recuerdo no era capaz de afrontar. Necesitaba un artífice que asumiera el protagonismo y Teodoro Carpena ha cumplido su función sobradamente.
Junto a él aparecieron otros cómplices igualmente generosos que me ayudaron a llegar a este sitio: un cruce de caminos donde inevitablemente cada uno elige una dirección diferente. Las despedidas son incómodas, pero la razón acaba por imponerse a la emoción, ¿o es al revés?
Saturno, fiel compañero de Teo, y que en muchas ocasiones nos ayudó a definir aquello que nosotros no éramos capaces, lo hizo con una lucidez suprema a pesar de ser un perro; eso sí, un perro que habla y que piensa mejor que muchos humanos. Saturno dice que ha decidido seguir a su compañero hasta un lugar secreto; sabe que a mí los perros no se me dan bien.
Nuestra despedida (la de Teodoro y Vicente) no está teñida de tristeza ni de reproches, seguiremos amigablemente cerca, los dos sabíamos que la nuestra era una asociación pasajera. Hemos compartido cientos de madrugadas, algunos sueños fantásticos y muchos recuerdos, pero como no tenemos propiedades que repartir ni bienes comunes, con un adiós emocionado ha sido suficiente.
―Vuestras almas son gemelas, pero sabrán vivir separadas ―ha sentenciado Pelayo.
Teodoro se queda con Ana, con su hija, con su nieto y sus amigos; yo me quedo con los cerros, los caminos y la luz del atardecer.
―Volveréis a encontraros ―ha dicho en el último momento Salvador. Si él lo dice, seguro que será cierto, porque nos conoce mejor que nosotros mismos.
A Teodoro no le gustan las despedidas y ha declinado en mí esta responsabilidad.
―¡No soy un personaje, tengo vida propia! ―afirmó con la rotundidad de un hombre de ley, y eso me recordó a Augusto Pérez, el personaje de Unamuno en su novela Niebla, que se negaba a morir a manos de su autor y reclamaba su libre albedrío. Teodoro no es tan pretencioso y los dos sabemos que en muchas ocasiones nos fundíamos el uno en el otro y nuestras personalidades quedaban muchas veces enlazadas.
―Esto es lo que hay, amigo ―le respondí.
Saturno me pide que aclare su pedigrí: Napoleónico, aristocrático y nihilista. Pedrito ha soltado unas lagrimas emocionadas; Concha, que es una mujer de temperamento templado, ha decidido no decir ni una sola palabra en la despedida, pero vi sus ojos humedecidos camino de la cocina. El Panocha y yo seguiremos juntos porque veníamos unidos desde hace tiempo.
Y a partir de hoy, en este espacio, si es que me acogen, seré yo el que tome el mando.
Vicente Chumilla, 5 de noviembre de 2023
Mi agradecimiento a todos esos relatos que nos has ido regalando cada domingo a través del EPY.