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🍁 jueves 12 diciembre 2024
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Turandot y el coronavirus. Por Teo Carpena

Desde que siendo niño salí de Yecla para instalarme con mi familia en Pepieux, pueblo vitivinícola francés, hasta mi vuelta aquí, para quedarme, han pasado 60 años.

Elegí vivir solo, mitad por agotamiento, porque he tenido una vida intensa, mitad por mística, pues necesito respuestas y en la soledad es donde se esconde la receta adecuada para entender este mundo. En las grandes ciudades donde he vivido es imposible encontrar el recogimiento del que aquí disfruto.

Por tanto, no me incomoda el aislamiento decretado por las autoridades a causa de la propagación del maldito virus Covid-19. No me gusta tocar a nadie ni que me toquen. Mis hermanas y mis sobrinos están lejos, les recuerdo con cariño y de vez en cuando hablamos por teléfono. El resto del mundo me resulta indiferente.

Estoy a gusto solo y elegí la soledad de forma voluntaria. Entiendo que a la mayoría de la gente, acostumbrada a una vida social ajetreada, le cueste trabajo quedarse en casa durante semanas, pero este aislamiento va a poner a las personas frente a un espejo importante: su familia, la elegida o la impuesta. Ahí delante, con los errores y los aciertos cara a cara.

Estoy contento con los consejos médicos. Por fin, no dar la mano, no dar besos o estar a un metro de distancia me viene al pelo. En Alemania era feliz, allí no se besa ni a los familiares. En Francia o en España son unos pesados: besos al encuentro, besos en las despedidas, besos entre hombres, besos entre mujeres… Pero los peores saludos son los abrazos que se dan algunos hombres, esos que se golpean la espalda con tanta fuerza que parece que se van a sacar la medula por el pecho.

Alejado razonablemente del pueblo, me reconforta saber que tengo menos posibilidades de contacto con los humanos que la mayoría de la gente.

Además, Concha y Salvador, los que cuidan mi casa, mis oliveras y mis almendros, tan generosos y atentos como siempre, me han hecho el favor de traerme comida; saben que soy una persona de riesgo y no debo ir al supermercado. Es más, tocar un carro de la compra me da tanto miedo como tocar al diablo. De hecho, desinfecto todos los productos que me traen, tengo mascarillas desde hace tiempo, mis manos están siempre bien lavadas con jabón y soy meticuloso en la limpieza y el orden.

Anoche salí a dar un paseo por los caminos y al final decidí llegar hasta el casco urbano. Cuando empecé a pasear por sus calles eran ya pasadas las once de la noche. Parecía un pueblo fantasma y me gustó verlo así, vacío. Todos encerrados, quizá durmiendo, y yo solo, caminando sin hacer ruido.

Me cruce en una esquina con un noctámbulo paseante como yo, estuvimos a punto de chocar y casi le da un infarto. Dio un respingo que casi se mata, intenté tranquilizarlo enseñándole mis manos con guantes y mostrando mi cara con mascarilla. No sé lo que entendió, pero aceleró el paso Corredera alante, como al que le pica el culo y no puede rascarse.

Concha me ha contado que en los años 70 pillaron a uno de Yecla que se disfrazaba con una sábana blanca, que salía por las noches asustando a la gente por los alrededores de la Iglesia Vieja, todos hablaban del fantasma, y el miedo a la noche se apoderó del pueblo, hasta que descubrieron al farsante.

—Así que tenga usted cuidado al pasear por las noches, no vayan a pensar que es un fantasma y lo detengan —, me advierte Concha riéndose con sorna

—Yo no me disfrazo y espero no levantar sospechas. Solo soy un insomne aburrido.

—Bueno, queda usted advertido, que en este pueblo la gente es muy miedosa y con esas pintas…

Esto me dejó pensativo. ¿Mis pintas? Pero si tengo unas pintas estupendas y además soy un tío elegante.

—No le haga usted caso señor Teodoro, ya sabe que esta mujer habla sin pensar —, dijo Salvador. Y me quedé más tranquilo con su opinión.

Por el día, prefiero caminos solitarios, por la noche me gusta deambular por las calles desiertas. Caminar oxigena mi cerebro y pienso mejor, duermo poco y me gusta recordar a mis filósofos favoritos. A veces recreo fragmentos: “El hombre debe considerar cuál es su magnitud en relación con todo lo que existe. Debe atreverse a mirarse como una criatura perdida en una esquina insignificante de la naturaleza”.

Las reflexiones de Pascal me reafirman siempre en mi convicción del absurdo de la vida: “El hombre sabe que todas las cosas han brotado de la nada y se dirigen hacia el infinito”.

La noche tiene para mí una atracción irresistible. Para meterme en la cama, prefiero esa hora en que la luz quiere nacer y no se atreve, minutos antes de amanecer.

Ir al revés del mundo me gusta. Fui ferroviario una larga temporada de mi vida, conducía trenes de mercancías, siempre trabajaba de noche.

Antes de dormir a veces me gusta escuchar el Nessum Dorman, cantado por Pavarotti. Turandot es mi ópera favorita:

Nadie duerma!!

Ni siquiera  tu ohh princesa

En tu fría habitación

Mira las estrellas que tiemblan de amor 

Y de esperanza

Mas mi misterio está encerrado en mí

Mi nombre nadie lo sabrá

No, no, no,

Sobre tu boca lo diré

¡Venceré!”

Cierro los ojos pensando en unos besos que añoro,  imagino que soy el príncipe desconocido Caláf y me duermo victorioso.


Lee todos los artículos de Teo Carpena

Teo Carpena
Teo Carpena
Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es

Desde que siendo niño salí de Yecla para instalarme con mi familia en Pepieux, pueblo vitivinícola francés, hasta mi vuelta aquí, para quedarme, han pasado 60 años.

Elegí vivir solo, mitad por agotamiento, porque he tenido una vida intensa, mitad por mística, pues necesito respuestas y en la soledad es donde se esconde la receta adecuada para entender este mundo. En las grandes ciudades donde he vivido es imposible encontrar el recogimiento del que aquí disfruto.

Por tanto, no me incomoda el aislamiento decretado por las autoridades a causa de la propagación del maldito virus Covid-19. No me gusta tocar a nadie ni que me toquen. Mis hermanas y mis sobrinos están lejos, les recuerdo con cariño y de vez en cuando hablamos por teléfono. El resto del mundo me resulta indiferente.

Estoy a gusto solo y elegí la soledad de forma voluntaria. Entiendo que a la mayoría de la gente, acostumbrada a una vida social ajetreada, le cueste trabajo quedarse en casa durante semanas, pero este aislamiento va a poner a las personas frente a un espejo importante: su familia, la elegida o la impuesta. Ahí delante, con los errores y los aciertos cara a cara.

Estoy contento con los consejos médicos. Por fin, no dar la mano, no dar besos o estar a un metro de distancia me viene al pelo. En Alemania era feliz, allí no se besa ni a los familiares. En Francia o en España son unos pesados: besos al encuentro, besos en las despedidas, besos entre hombres, besos entre mujeres… Pero los peores saludos son los abrazos que se dan algunos hombres, esos que se golpean la espalda con tanta fuerza que parece que se van a sacar la medula por el pecho.

Alejado razonablemente del pueblo, me reconforta saber que tengo menos posibilidades de contacto con los humanos que la mayoría de la gente.

Además, Concha y Salvador, los que cuidan mi casa, mis oliveras y mis almendros, tan generosos y atentos como siempre, me han hecho el favor de traerme comida; saben que soy una persona de riesgo y no debo ir al supermercado. Es más, tocar un carro de la compra me da tanto miedo como tocar al diablo. De hecho, desinfecto todos los productos que me traen, tengo mascarillas desde hace tiempo, mis manos están siempre bien lavadas con jabón y soy meticuloso en la limpieza y el orden.

Anoche salí a dar un paseo por los caminos y al final decidí llegar hasta el casco urbano. Cuando empecé a pasear por sus calles eran ya pasadas las once de la noche. Parecía un pueblo fantasma y me gustó verlo así, vacío. Todos encerrados, quizá durmiendo, y yo solo, caminando sin hacer ruido.

Me cruce en una esquina con un noctámbulo paseante como yo, estuvimos a punto de chocar y casi le da un infarto. Dio un respingo que casi se mata, intenté tranquilizarlo enseñándole mis manos con guantes y mostrando mi cara con mascarilla. No sé lo que entendió, pero aceleró el paso Corredera alante, como al que le pica el culo y no puede rascarse.

Concha me ha contado que en los años 70 pillaron a uno de Yecla que se disfrazaba con una sábana blanca, que salía por las noches asustando a la gente por los alrededores de la Iglesia Vieja, todos hablaban del fantasma, y el miedo a la noche se apoderó del pueblo, hasta que descubrieron al farsante.

—Así que tenga usted cuidado al pasear por las noches, no vayan a pensar que es un fantasma y lo detengan —, me advierte Concha riéndose con sorna

—Yo no me disfrazo y espero no levantar sospechas. Solo soy un insomne aburrido.

—Bueno, queda usted advertido, que en este pueblo la gente es muy miedosa y con esas pintas…

Esto me dejó pensativo. ¿Mis pintas? Pero si tengo unas pintas estupendas y además soy un tío elegante.

—No le haga usted caso señor Teodoro, ya sabe que esta mujer habla sin pensar —, dijo Salvador. Y me quedé más tranquilo con su opinión.

Por el día, prefiero caminos solitarios, por la noche me gusta deambular por las calles desiertas. Caminar oxigena mi cerebro y pienso mejor, duermo poco y me gusta recordar a mis filósofos favoritos. A veces recreo fragmentos: “El hombre debe considerar cuál es su magnitud en relación con todo lo que existe. Debe atreverse a mirarse como una criatura perdida en una esquina insignificante de la naturaleza”.

Las reflexiones de Pascal me reafirman siempre en mi convicción del absurdo de la vida: “El hombre sabe que todas las cosas han brotado de la nada y se dirigen hacia el infinito”.

La noche tiene para mí una atracción irresistible. Para meterme en la cama, prefiero esa hora en que la luz quiere nacer y no se atreve, minutos antes de amanecer.

Ir al revés del mundo me gusta. Fui ferroviario una larga temporada de mi vida, conducía trenes de mercancías, siempre trabajaba de noche.

Antes de dormir a veces me gusta escuchar el Nessum Dorman, cantado por Pavarotti. Turandot es mi ópera favorita:

Nadie duerma!!

Ni siquiera  tu ohh princesa

En tu fría habitación

Mira las estrellas que tiemblan de amor 

Y de esperanza

Mas mi misterio está encerrado en mí

Mi nombre nadie lo sabrá

No, no, no,

Sobre tu boca lo diré

¡Venceré!”

Cierro los ojos pensando en unos besos que añoro,  imagino que soy el príncipe desconocido Caláf y me duermo victorioso.


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Teo Carpena
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Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es
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6 COMENTARIOS

  1. Yo creo que este señor , que no conozco , ni me interesa le está haciendo un flaco favor al periódico de Yecla con sus comentarios despectivos sobre todos los temas de Yecla ,no entiendo cómo una persona que lleva tanto tiempo fuera se cree con derecho a menospreciar todo lo nuestro

  2. Ole ahí sus c*jonazos!! De nuevo se nos muestra como un personaje deplorable que no siente ningún tipo de respeto por la gente con la que convive, un completo egoísta. Desde los gobiernos local, regional y nacional se nos recomienda y exige que no salgamos de casa. Pues yo me voy andando al pueblo, que me gusta tener la calle para mi solo!! Y da igual que en las semanas previas hayan advertido que tener mascarillas no sirve de nada, yo me compro un puñao y me las pongo para malgastar, como buen gañán.
    Ale escucha mucho Turandot, que se nota que eres una persona muy culta.

  3. Teo te veo un tanto amargado, desengañado…lo que pasa en el mundo te da igual.
    Estoy deseando que pase el virus para dar besos, abrazos y echar la mano a la gente.
    En Francia lo pasarías mal, se besan nada más levantarse para desearse los buenos días.
    En Yecla tampoco es un lugar donde no se bese.
    Mira nuestro alcalde besa a destajo, en campaña electoral ni te cuento.
    Teo, que el fin del mundo te pille bailando. No te aísle.

    Dices que te gusta ir al revés del mundo. Mira, casi rozas mi forma de ser: «nunca fui a favor del aire y siempre que me confieso me doy la absolución».
    Feliz día Teo, abrazo virtual.

Teo Carpena
Teo Carpena
Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es
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