La otra noche tuvimos la oportunidad de escuchar el mini concierto que nos ofrecieron David Soriano y Víctor Ortuño, cuyo nombre como pareja artística es Agua pa’l canario.
Bajo el pequeño escenario de un merendero algo “desvencijado” como consecuencia de los últimos vientos, en una especie de vivero estelar, nos amenizó esta singular pareja.
Conocía a estos dos jóvenes y sabía de sus andanzas en el mundo de la música. Un ramillete de canciones hicieron de esta pequeña gala una noche tan divertida como nostálgica y entrañable. Ambos apuntan para la escena tan buenos síntomas para la interpretación como para la guasa si se presenta, que también es una forma del espectáculo.
Es de justicia reconocer su mérito, hacer lo que les gusta y además que tengan la oportunidad de compartirlo.
En un entorno inmediato de momento son poco conocidos, porque entre otras cosas cada uno está en un sitio: David anda por Albacete estudiando flauta travesera en el Conservatorio Superior de Castilla la Mancha y Víctor está embarcado en Murcia realizando un máster de formación del profesorado.
Respecto a los orígenes del nombre me dicen “que no es un asunto demasiado interesante, simplemente nos gustó como sonaba”. Incluso apuntan, no saben si merece la pena mencionarlo.
Retomar lo que a uno le encanta y dejar aparte otros proyectos, es la mejor manera de disfrutar aquello que uno siente, y lo hace favorito, y probablemente de ese esfuerzo, vivir de ello, lo que no es fácil. Cada verso un camino y cada canción un recuerdo. Hasta donde yo sé, la música la combinan con los distintos artistas a los que vienen versionando.
Viendo esta pequeña singladura en el escenario, acompañados del calor de la noche en esta época del año, donde el tiempo puede cambiar sin previo aviso, entre amigos y familiares; como señal secreta, me resultaron tan simpáticos como siempre estos zagales, al igual que al resto del respetable que les arropó al aliento de una música pegadiza.
Hoy les hablo de dos personas por el precio de una, David y Víctor, dos jóvenes esculpidos casi por idénticas radiaciones, seguramente con un finísimo oído que están estudiando música y tienen sus inquietudes. Dicen que la música es la única asignatura que toca once partes del cerebro al mismo tiempo.
Lo disfrutado la otra noche, dentro del cumpleaños de una velada sencilla, bajo un universo visible desde un paraje de la Maneta, no nos lo quita nadie, no sé si la vida nos da lo que merecemos, pero sí nos ofrece momentos de alegría y de entusiasmo en situaciones decisivas para vencer los reparos y disfrutar de ella cada uno a su manera.
Nuestro cuerpo es un sistema tan delicadamente equilibrado que muchas veces necesita de la música de una forma emocionante para desconecta de lo divino y de lo humano.
Dentro de su juventud y de su visión de las cosas, “Agua pa’l canario” ajustará las cuerdas, y a través de su voz, la guitarra, ese cajón y bongos, para continuar confiando en las personas y en la vida recabando pruebas definitivas de su existencia.
Seguro estoy que enrolados al estribillo, le darán a la partitura, compondrán canciones e hilvanaran palabras entre horas de paciencia y con una ilusión comedida, le añadirán su punto si se tercia.
Cuando recordemos el pasado, veremos por lo general que son las cosas sencillas, y probablemente no las grandes ocasiones, las que nos proporcionen momentos de la felicidad más honda.
Dentro del sigilo y el efecto sorpresa, con el vital y valioso recurso de la música, como unos polluelos con suave plumaje que arrancan de su propio pecho, David y Víctor, al entorno de algunos retos, con su presencia en la zona cuando entraron en acción, dieron lo mejor de sí en esa noche tan especial, mientras los demás estábamos congregados enfrente sentados en nuestro cómodo y cálido nido y alguno bailando.