Os podréis reír o disfrutar en el empeño de decir que el mundo es maravilloso, o que la vida es bella, como la dichosa película de Roberto Benigni que, por cierto, a mí me parece una alegoría sobre la ceguera, la estupidez y el empeño en educar a los niños en la ignorancia.
Cuéntales a los niños de los campos de refugiados sirios que están de camping, que solo son unas vacaciones y que pronto volverán a sus casas en Alepo. Cuéntales ahora a los niños recluidos en casas de cincuenta metros y con necesidades elementales que esto del coronavirus es una broma.
A mí, casi ningún chiste me hace gracia. La risa es un invento burgués para hacer más llevadero el mundo del aburrimiento y del hastío, es una herramienta de dominación. Es cierto eso de que el humor es un arma, pero un arma para el olvido de los problemas.
Siempre se ríen los mismos y, en paralelo, siempre lloran los mismos. Cuando me enteré que habían terapias de “risoterapia” casi me deshuevo, y esta vez sí que me reí y me pregunté: ¿Pero la gente no tiene amigo con los que reírse?
Lo que tiene gracia es ver a millones de estúpidos pensando que el mundo tiene solución si tenemos todos pensamientos positivos, o que se puede cambiar el mundo con sonrisas. Con eso ya me descojono. Todos los que proponen esas ideas tienen los bolsillos llenos o se los llenan a costa de los ingenuos.
El mundo no tiene solución colectiva posible.
La risa no se representó nunca en la pintura prehistórica, tampoco el llanto, ni siquiera se representaba al hombre; ahí están las cuevas de Chauvet, las de Lascaux y las de Altamira. Los primeros pobladores del planeta eran más inteligentes que nosotros y menos manipulables; sabían de la poca importancia de su existencia y entendieron la naturaleza y apreciaban el dominio de esta.
En la medida que se acrecentaba la tontuna y el dominio del poder, aumentaban las representaciones humanas. Tuvo que llegar el renacimiento con su despliegue de individualismo y teatralidad para colocar al hombre en el centro del universo. Y tuvieron que pervertirse las religiones para colocar al ser humano por encima de Dios y crear una imagen de Él.
Dijo el poeta León Felipe:
Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Digo tan solo lo que he visto.
Y he visto:
que la cuna del hombre la mecen con cuentos,
que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos,
que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,
que los huesos del hombre los entierran con cuentos,
y que el miedo del hombre…
ha inventado todos los cuentos.
Yo no sé muchas cosas, es verdad,
pero me han dormido con todos los cuentos…
y sé todos los cuentos.
No me gustan los discursos, ni las celebraciones, ni los aniversarios, ni los monumentos; todos los monumentos son monumentos funerarios. A mí me gusta la vida con su amargura, con su dolor y su desagradable olor a podrido. No pretendo ni ofender ni convencer a nadie con estos relatos y entiendo que la gente quiera reír para taponar su angustia. Yo solo quiero dejar claro cuál es mi ideario para que nadie tergiverse mis intenciones.
Quiero mostrar la parte de la vida que la gran mayoría no quiere ver:
El dolor de los débiles y desplazados, la amargura de la soledad y la pobreza, la putrefacción de las chabolas de todo el mundo, la desesperación en los campos de refugiados y tu olor a miedo, sí, tu miedo huele aunque lo perfumes con risas.
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