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🌼 sábado 20 abril 2024
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Guerra y escarcha, por Teo Carpena

Fue un amanecer incierto; la escarcha cubría los tejados y la tierra baldía de los campos. Relucían los árboles y humeaban las chimeneas. Nos dimos un paseo por caminos cercanos. La luz era plateada y el cielo opaco y denso. El silencio hacía daño a los oídos.

En medio de unos bancales yermos había una caseta de madera y un hombre daba patadas a una puerta que quería atravesar; era ciego y no acertaba. En uno de los intentos, cayó de espaldas. “¡Ayuda!”, gritó al escuchar nuestros pasos. Saturno lanzó un ladrido perezoso. El hombre me pidió que abriera la puerta a patadas si era necesario.

Es urgente, mi hermano está atrapado. 

La golpeé con todas mis fuerzas y cedieron los goznes; era un baño lujoso con retrete y lavabo de latón que relucía como el oro. Dentro estaba un hermano gemelo del ciego masturbándose. También era ciego y olía un frasco de colonia mientras se manoseaba; como sintió invadida su intimidad, huyó hacia el pueblo tropezando y dando gritos: ¡Viva el sexo libre, viva la reina Margarita y viva el presidente del Tribunal Supremo!

¿Qué les parece a ustedes? nos preguntó el primer ciego.

Yo  respondí que no me gusta hablar de política con desconocidos; Ana se rió con ironía y opinó que el onanista era un revolucionario.

Acto seguido, el ciego me pidió que le describiera la escarcha. Se apoyó en mi brazo para escucharme mejor y me dijo su nombre: Federico.

 

La escarcha se parece un poco a la nieve, pero es más cristalina y posee una sutileza poética que la lluvia nunca alcanza. Es insípida, oculta el perfume de las plantas, hace brillar los surcos, se confunde con la tierra y está a medio camino entre el agua y el granizo.

Dicen que la nieve es blanca.

Sí, de un blanco deslumbrante le aclaré.
¿Y cómo es el color blanco?
Doloroso como la soledad de un ermitaño; está considerado como la ausencia de color.

Levantó la cabeza como si fuese capaz de ver el cielo a través de sus ojos vacíos.
Para mí, todo es ausencia de color.

Su respuesta me dejó desconcertado. Cogí un puñado de escarcha y la puse  entre sus manos; se la llevó a la cara y la olió.

Huele a limpio y esbozó una leve sonrisa de satisfacción. 

Seguimos caminando hacia el pueblo y se escucharon unas risas muy escandalosas.

Ese es mi hermano, se ríe así cuando eyacula Ana y yo nos reímos en silencio.

 Federico me preguntó si el día anterior había nevado en Ucrania. Le dije que según las noticias sí, y que en Rusia también. Entonces me pidió que le describiera la guerra. 

Dudé un rato, cerré los ojos para ponerme en su lugar y poder así describírsela mejor.

Nunca he estado en una guerra, pero lo que se ve en los periódicos, en las televisiones y, según lo que me contaba mi abuelo, hay mucha gente  llorando y dejando sus casas derruidas por las bombas, hombres ocultando su miedo con falsos gestos heroicos; mucha gente huyendo. También hay mucho humo y la nieve se tiñe de sangre o de pólvora.

¿Los que ganan las guerras ríen o lloran?

No he conocido nunca a un vencedor, pero siempre pierden los pobres de todos los bandos y millones de ellos se vuelven más pobres y se quedan sin tierras ni casas. Mientras que otros se hacen muy ricos con la guerra.

Y entonces, por esas conexiones misteriosas que tiene la memoria, recordé las casas que un día fueron de mi familia y ahora ya no existen o son montones de runa donde habitan arañas y culebras. Hay un triángulo extraño formado por la casa de mi abuelo portugués en Arronches, que solo conserva el hueco de la puerta, unas cuantas tejas y un pino silvestre; la casa de las Moratillas de mi abuelo Teodoro, que solo le queda en pie una de las paredes y los alicornios ruedan alegres entre los pedregales;  y la casa de Yecla donde nací, que ahora es un solar lleno de basura, de mierdas de perros y no queda ni una sola piedra de lo que fue. 

La ruina de las casas de mi familia, comparada con la pérdida de las casas de los sirios o de los ucranianos no tiene nada que ver: lo de ellos es dramático, lo mío solo es triste por el abandono y por el paso inexorable del tiempo.

Me pregunto si será transparente la escarcha en Alepo o si la nieve en Kiev sabrá amarga como las lágrimas. Pero de lo que estoy seguro es de que la mirada de los generales rusos es fría como el hielo.


 

Teo Carpena
Teo Carpena
Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es

Fue un amanecer incierto; la escarcha cubría los tejados y la tierra baldía de los campos. Relucían los árboles y humeaban las chimeneas. Nos dimos un paseo por caminos cercanos. La luz era plateada y el cielo opaco y denso. El silencio hacía daño a los oídos.

En medio de unos bancales yermos había una caseta de madera y un hombre daba patadas a una puerta que quería atravesar; era ciego y no acertaba. En uno de los intentos, cayó de espaldas. “¡Ayuda!”, gritó al escuchar nuestros pasos. Saturno lanzó un ladrido perezoso. El hombre me pidió que abriera la puerta a patadas si era necesario.

Es urgente, mi hermano está atrapado. 

La golpeé con todas mis fuerzas y cedieron los goznes; era un baño lujoso con retrete y lavabo de latón que relucía como el oro. Dentro estaba un hermano gemelo del ciego masturbándose. También era ciego y olía un frasco de colonia mientras se manoseaba; como sintió invadida su intimidad, huyó hacia el pueblo tropezando y dando gritos: ¡Viva el sexo libre, viva la reina Margarita y viva el presidente del Tribunal Supremo!

¿Qué les parece a ustedes? nos preguntó el primer ciego.

Yo  respondí que no me gusta hablar de política con desconocidos; Ana se rió con ironía y opinó que el onanista era un revolucionario.

Acto seguido, el ciego me pidió que le describiera la escarcha. Se apoyó en mi brazo para escucharme mejor y me dijo su nombre: Federico.

 

La escarcha se parece un poco a la nieve, pero es más cristalina y posee una sutileza poética que la lluvia nunca alcanza. Es insípida, oculta el perfume de las plantas, hace brillar los surcos, se confunde con la tierra y está a medio camino entre el agua y el granizo.

Dicen que la nieve es blanca.

Sí, de un blanco deslumbrante le aclaré.
¿Y cómo es el color blanco?
Doloroso como la soledad de un ermitaño; está considerado como la ausencia de color.

Levantó la cabeza como si fuese capaz de ver el cielo a través de sus ojos vacíos.
Para mí, todo es ausencia de color.

Su respuesta me dejó desconcertado. Cogí un puñado de escarcha y la puse  entre sus manos; se la llevó a la cara y la olió.

Huele a limpio y esbozó una leve sonrisa de satisfacción. 

Seguimos caminando hacia el pueblo y se escucharon unas risas muy escandalosas.

Ese es mi hermano, se ríe así cuando eyacula Ana y yo nos reímos en silencio.

 Federico me preguntó si el día anterior había nevado en Ucrania. Le dije que según las noticias sí, y que en Rusia también. Entonces me pidió que le describiera la guerra. 

Dudé un rato, cerré los ojos para ponerme en su lugar y poder así describírsela mejor.

Nunca he estado en una guerra, pero lo que se ve en los periódicos, en las televisiones y, según lo que me contaba mi abuelo, hay mucha gente  llorando y dejando sus casas derruidas por las bombas, hombres ocultando su miedo con falsos gestos heroicos; mucha gente huyendo. También hay mucho humo y la nieve se tiñe de sangre o de pólvora.

¿Los que ganan las guerras ríen o lloran?

No he conocido nunca a un vencedor, pero siempre pierden los pobres de todos los bandos y millones de ellos se vuelven más pobres y se quedan sin tierras ni casas. Mientras que otros se hacen muy ricos con la guerra.

Y entonces, por esas conexiones misteriosas que tiene la memoria, recordé las casas que un día fueron de mi familia y ahora ya no existen o son montones de runa donde habitan arañas y culebras. Hay un triángulo extraño formado por la casa de mi abuelo portugués en Arronches, que solo conserva el hueco de la puerta, unas cuantas tejas y un pino silvestre; la casa de las Moratillas de mi abuelo Teodoro, que solo le queda en pie una de las paredes y los alicornios ruedan alegres entre los pedregales;  y la casa de Yecla donde nací, que ahora es un solar lleno de basura, de mierdas de perros y no queda ni una sola piedra de lo que fue. 

La ruina de las casas de mi familia, comparada con la pérdida de las casas de los sirios o de los ucranianos no tiene nada que ver: lo de ellos es dramático, lo mío solo es triste por el abandono y por el paso inexorable del tiempo.

Me pregunto si será transparente la escarcha en Alepo o si la nieve en Kiev sabrá amarga como las lágrimas. Pero de lo que estoy seguro es de que la mirada de los generales rusos es fría como el hielo.


 

Teo Carpena
Teo Carpena
Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es
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