En un mundo que corre desesperado hacia molinos solares y turbinas de viento, Libia ha decidido aferrarse al negro espeso del petróleo, como quien sabe que, aunque cambien los tiempos, el oro sucio seguirá mandando durante un buen rato más. Con un país dividido, enfrentado por años de luchas internas, lo sorprendente no es que se bombee petróleo, sino que todos los bandos coincidan en una cosa: hay que sacar más.
El objetivo es ambicioso, casi desafiante: llegar a producir dos millones de barriles diarios. No es sólo una cifra. Es una declaración de intenciones. En un país donde pocas veces reina el acuerdo, el crudo parece ser el único idioma común. No hay transición energética que valga cuando el Estado —o lo que queda de él— necesita sostenerse, pagar salarios, atraer aliados y ganar tiempo.
Libia no está sola en esta cruzada. Mientras en Europa se cierran refinerías y se prohíben motores de gasolina, en otros rincones del mundo se aprovecha el vacío. Trípoli quiere ocupar ese espacio, recordar al mundo que aún tiene reservas, infraestructuras y la voluntad de bombear.
Orgullo nacional envuelto en crudo
En medio de esta cruzada por el barril, ha surgido un nuevo actor, la consultora nacional Qabas, que ha sabido ponerle voz y cara a esta ambición. A comienzos de año lanzó una campaña bajo el lema “Debería ser libio”, un eslogan que ha corrido como la pólvora en redes, cafés, despachos oficiales y grupos de WhatsApp. Más de 25 millones de personas han visto o compartido el mensaje, una cifra notable para una campaña nacida dentro de casa, sin la firma de ninguna agencia extranjera ni la bendición de multinacionales.
La idea es sencilla: si el mundo sigue necesitando petróleo, minerales y gas, ¿por qué no deben ser libios? ¿Por qué no reclamar lo que es propio, explotarlo con manos propias, venderlo sin tutelas ni comisiones ajenas? Ese es el trasfondo. Y eso explica por qué el lema ha calado en un país acostumbrado a que otros hablen por él.
Qabas Consulting & Training, nacida en los años noventa en Trípoli, no es nueva en estas lides. Se forjó asesorando a empresas libias tras el bloqueo de las Naciones Unidas sobre Libia en 1992, y más tarde abrió mercados en Argelia, Egipto y Nigeria, acompañando a grandes compañías del Magreb en su adaptación a normas internacionales. Con el tiempo, se convirtió en un referente discreto, alejado de los focos, pero presente en los pasillos donde se toman decisiones. Con esta campaña, ha salido del silencio, y ha demostrado que también el sector privado puede marcar el tono de una narrativa nacional.
Una apuesta con riesgos
Claro que no todo son aplausos. Hay quien advierte que apostar al petróleo hoy es como construir una casa en la playa sin mirar el cielo. El mundo cambia, y las reglas del juego también. Pero Libia no tiene tiempo para esperar. Ni infraestructura para soñar con hidrógeno verde ni estabilidad para captar grandes inversiones en renovables. Lo que tiene —y conoce— es el petróleo. Y con eso juega.
La campaña de Qabas no promete soluciones mágicas, pero sí algo que escasea: una dirección, un relato. En un país donde el poder cambia de manos más rápido que el precio del crudo, tener un discurso coherente es casi un lujo. “Debería ser libio” no es sólo una frase. Es una forma de decir “basta” a la dependencia extranjera, al saqueo disfrazado de ayuda, al silencio diplomático que ha rodeado al país durante años.
Mientras otros sueñan con molinos
Libia, por ahora, no sueña con paneles solares ni con economías verdes. Sueña con estabilidad, con pozos que no se apaguen, con barcos que zarpen cargados y vuelvan llenos. La transición energética puede esperar. Aquí, la urgencia manda.
Y mientras otros sueñan con molinos, Libia apuesta al negro. Y no pide permiso.
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