Cuando estábamos en plena pandemia, un día recibí la llamada de un amigo para decirme que me estaba preparando un regalo. Me dejó con la intriga, pues nada más que me dijo: “cuando lo termine, lo verás”, y ahí quedó la cosa.
La vida continuaba, pasaron unos meses y cuando se abrió la veda y volvimos a salir a la calle, nos vimos un día cualquiera de esos donde todo es impredecible, momento que aprovechó para decirme y confirmarme, “ya tengo lo tuyo”, pero no soltaba prenda.
Quedamos para la semana siguiente en un punto cualquiera y entonces fue cuando mi amigo Manolo Dávila, “el feriante”, me regaló un cuadro pintado por él, retratando la fachada a su manera del ayuntamiento.
Manuel Dávila, era natural de Játiva, y como buen valenciano era aficionado del Valencia. Recuerdo algunas conversaciones suyas cuando decía muy cabreado, hasta dónde había llegado un club como el Valencia, ya mucho tiempo en horas bajas y un campo como el Nuevo Mestalla sin terminar por una gestión pésima, donde afirmaba con acento valenciano antiguo: «No nos tomamos en serio ni a nosotros mismos, y esto parece el pito del sereno». O, «tenemos la sangre de horchata”; se cabreaba mucho, y no quería hablar más porque decía que el negocio del fútbol le subía la tensión.
Hecha esta larga introducción que pensaba iba a ser más corta, sobre el arte o afición a la pintura y al fútbol, ahora voy a la que siempre fue su profesión, la de feriante.
Manolo, de manera persistente, recorrió media España de feria en feria y de pueblo en pueblo en esta comunidad del mundo de los feriantes donde todos son unos maestros del “camuflaje” para no pasar desapercibidos, en el cual con un esfuerzo experimentado y coordinado.
Muy integrado siempre en la vida ambulante, y para muchos un referente, parece que sobre los problemas del sector tenía un detector de alerta temprana en una actividad que depende de forma constante de las anomalías térmicas y por tanto de la respuesta del tiempo.
Su presencia de vez en cuando en nuestras tertulias en la Avda. Pablo Picasso con temas concretos y amigos comunes, donde siempre tenía algo que decir últimamente no era demasiado abundante, ya que solía pasar los veranos en Torrevieja, aparte de cuidar muy mucho a Reme, su mujer.
Este mundo en tierra firme le puso a prueba en varias ocasiones, y llegó hasta el pasado jueves, porque Manolo fundido en el último suspiro falleció entre la puesta de sol y la salida de la luna sin él saberlo, el Día de la Hispanidad; después de debatirse entre la vida y la muerte, no pudo vencerla.
La diversión bien entendida, también forma parte y alimenta la cultura. Aquí deja el “legado” de dos atracciones en marcha en mano de sus hijas y yernos. Desde ahora en un nuevo intento, como barón rampante del mundo de las atracciones y un plus de responsabilidad.
No estaba preparado para partir, nadie lo está, aun así, al igual que los delfines vuelan a través del agua, después de haberse perfeccionado en las alturas, como hay un antes y un después, él pondrá el contador a cero, se elevará en el aire y lo hará desde su noria, desde donde se verán colores bonitos, luces inmensas y sitios distintos con los tejados inclinados, los espacios urbanos, el tráfico rodado y los peatones andando, y seguramente con su formación tan útil realizará alguna incursión y montará algún dispositivo allí arriba para distraer y hacer felices a grandes y pequeños.
A la familia.
Artículos de José Antonio Ortega