Creo que el sentido de la vista es el más sobrevalorado de todos los sentidos, pero es el más delicado y errático de todos; es en el que nos apoyamos para afirmar que algo existe, y el colmo de la sospecha surge cuando afirmamos rotundamente que una cosa es cierta porque la vimos con nuestros propios ojos. ¿Estáis seguros de haber visto lo que decís que visteis? Ante esta pregunta casi todos dudamos… Y si lo que afirmamos haber visto como cierto es a través de una pantalla, podemos darnos por engañados.
De la vista son esclavos los enamoradizos porque sus retinas poseen filtros edulcorados.
Los matemáticos no necesitan la vista para comprender el mundo y los religiosos no necesitan ver para creer.
Para los científicos no es suficiente la visualización, deben comprobarlo con otros medios más precisos; los artistas conceptuales se basan en teorías del color o en la semiótica para componer imágenes; los médicos desconfían de lo visual y se sirven de rayos X o de análisis de fluidos para confirmar un diagnóstico.
Los abogados no necesitan ver para afirmar que algo es cierto, ellos se apoyan en la retórica. Y los políticos tienen una visión deformada porque están más interesados en el relato que en la realidad.
El tiempo existe y nos lo confirma la luz del sol marcando los ciclos diarios, pero las células son ciegas y la vida sigue su curso en la oscuridad.
En general, los humanos somos de mirada perezosa o distraída.
Cuando decimos que recordamos algo perfectamente como si hubiese sucedido ayer, ¿es por la imagen que recordamos o por las sensaciones que revivimos al recordar?
La memoria es una maquinaria perfecta de invención y de fantasías que ayudada por las emociones agranda y exagera momentos del pasado…
Lo que un día apreciamos desde la cima de una montaña, o cuando vimos el mar siendo niños, o cuando descubrimos desnuda a nuestra amada por vez primera, nos generó una emoción y aunque aseguremos recordar el color del cielo y el tono de la luz de ese día, es la emoción la que nos sirve de detonante para reactivar los recuerdos.
La mayoría de las veces es un olor o un sonido el que nos conduce al pasado abriendo puertas misteriosas de par en par y aparecen los geranios del corral de la abuela, o el color de la piel de cada una de las personas a las que hemos querido; solo tenemos que cerrar los ojos, pero no es la vista, es la estela renovada de un recuerdo.
Dice un amigo mío pintor que si utilizáramos la vista con precisión sería muy difícil que nos mintieran, lo que pasa es que creemos que vemos cuando miramos y el problema es que miramos sin ver, imaginamos a partir de una primera impresión; solo los que educan con disciplina la mirada pueden admirar en profundidad. No miramos con atención al que nos habla, no miramos al interlocutor con el que debatimos y no percibimos el mundo con claridad, porque dejamos que nuestras prejuicios se adueñen del sentido de la vista y entonces nos volvemos frágiles y vulnerables.
Sólo entre fotógrafos, pintores realistas, astrónomos, cineastas y poetas abundan observadores de mirada certera.
Llegados a este extremos confío más en el oído y en el olfato que en los ojos, pero sigo mirando atentamente y desconfiando de lo que veo, porque lo más importante se esconde agazapado detrás de un gesto o de una frase insignificante.