Aunque más de la mitad de mi vida la he pasado aislado del mundo, soy un hablador incansable. Hablo un rato cada mañana con los árboles de detrás de mi casa, tengo largas conversaciones con mi perro. Soy capaz hasta de lanzar discursos a las piedras y sigo la tradición de leer en voz alta.
Como vivo solo con mi perro no molesto a nadie y a él parece agradarle. Levanta las orejas e inclina la cabeza, mirándome fijamente. Eso sí, con los vecinos no hablo jamás. Cuando paseo por los caminos y la gente me saluda, yo los mando a la mierda.
Con el ser que más a gusto he hablado y quien mejor me ha entendido ha sido con un caballo -con mi caballo-. En una época de mi vida disfruté de su compañía. Pasábamos horas por el monte, nos gustaba alejarnos del mundo de los humanos. Por aquel entonces, por el monte solo andaban leñadores, cazadores y algún pastor. Ahora, por el monte solo andan desocupados y holgazanes.
Volvamos a mi caballo. De esto hace más de cuarenta años. Le puse de nombre Rufián. Era pillo, miraba de medio lado, -o esa era la sensación que yo tenía-, entendía las ironías y me perecía oír cómo se reía. Como suele decirse de los animales a los que apreciamos, solo le faltaba hablar. Rufián me miraba con esos ojos grandes y brillantes y yo me emocionaba.
En una de mis reclusiones forzadas, me separaron de él. Cuando quedé libre me dijeron que había muerto de tristeza. Nunca los creí.
Los caballos soportan la tristeza mejor que los humanos, la mayoría de las especies animales -es posible que por su inconsciencia- admiten su destino. Los hombres sufren debido a su narcisismo y a su falta de madurez. Solo unos pocos entendemos que la tristeza y la soledad forman parte de la vida y esa es la esencia.
Me voy de tema con facilidad. Yo quería escribir sobre Rufián. Cuando descubrí que hay un político catalán llamado así y escuché uno de sus discursos, me juré que nunca más volvería a ponerle a un animal nombre de persona. A mi perro yeclano le quería poner el mismo nombre que a mi antiguo caballo, como homenaje a mi fiel compañero, pero veo la cara del político catalán y se me viene la sangre a los ojos.
Y para colmo he descubierto que el Carche, nuestro Carche, nuestra querida sierra y posiblemente las tierras de toda nuestra comarca, corresponden a lo que algunos llaman los países catalanes. Esto me cabrea, pues las fronteras me parecen limitaciones que imponen los estrechos de mente.
A mi perro le puse por nombre Saturno. Cuando estudias el universo, la mayoría de las opiniones humanas te parecen majaderías.
Por Teo Carpena.