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🍁 viernes 22 noviembre 2024
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Los peluqueros

A los catorce años entré como aprendiz peluquero en un establecimiento de la calle Martínez Corbalán, pero en realidad no era como peluquero, sino como barrendero. El maestro barbero me entregó la escoba y yo barría el suelo con serrín mojado. Eso es lo que empecé a hacer a los catorce años.

La peluquería me entusiasmó desde muy pequeño y aprendí arreglando a mis paisanos. El alcalde, don José del Portillo, era cliente. Las faenas unas veces me salían bien y otras mal. Aún no habían aparecido los rastrillos y todo se hacía a navaja de afeitar.

Los hombres del campo venían cada quince días, sobre todo los muleros, porque se turnaban en las faenas por semanas. Recuerdo que una vez uno de ellos me dijo: “Matías, ve con cuidado”, porque tenía una pupa que resultó ser un trozo de gazpacho pegado a los pelos.

Los domingos se trabajaba en la peluquería hasta las cinco de la tarde. En la barbería, lo mismo que en los “huertos” se hablaba de todo y se enteraba uno de todo; en la barbería, los hombres, y en los huertos o lavaderos públicos, como el de la Lucía o el último huerto, las mujeres.

En Yecla por aquella época había unas veinte o veinticinco barberías y como se ganaba muy poco dinero, los peluqueros solían alternar su oficio con otros menesteres; hacíamos “visque” para cazar pájaros y frecuentemente éramos alpargateros, sangradores y sacamuelas.

(El “visque”, -que no sé si escribe con «v» o con «b»-, era una especie de cola que se hacía con “pedriega” (una piedra transparente), agua y un poco de aceite. Se desmenuzaba todo y se ponía en un recipiente al fuego, dándole vueltas hasta hacerlo espeso. Una vez espesado, se cogía un poco de la planta del esparto y cuando estaba seco, las puntas finas se quemaban, y en fibras de esparto de unos 20 centímetros se untaba de visque, se colocaba en un lugar determinado, y los pájaros se atrapaban)


Libro: Relatos del ayer.

Hogar de la Tercera Edad/Universidad Popular de Yecla/INSERSO.

MU-34/1988.

Tema: “Profesiones”

Página 29.

Artículo publicado por José Antonio Ortega Ortuño

José Antonio Ortega
José Antonio Ortega
"DESDE MI PUPITRE" Intento aprender cada día, y como observador atento procuro escribir un poco de todo con respeto y disciplina, de recuerdos, necesidades y de aquello que mientras pueda, vaya encontrándome por el camino, siempre dando gracias al estímulo de la vida.

A los catorce años entré como aprendiz peluquero en un establecimiento de la calle Martínez Corbalán, pero en realidad no era como peluquero, sino como barrendero. El maestro barbero me entregó la escoba y yo barría el suelo con serrín mojado. Eso es lo que empecé a hacer a los catorce años.

La peluquería me entusiasmó desde muy pequeño y aprendí arreglando a mis paisanos. El alcalde, don José del Portillo, era cliente. Las faenas unas veces me salían bien y otras mal. Aún no habían aparecido los rastrillos y todo se hacía a navaja de afeitar.

Los hombres del campo venían cada quince días, sobre todo los muleros, porque se turnaban en las faenas por semanas. Recuerdo que una vez uno de ellos me dijo: “Matías, ve con cuidado”, porque tenía una pupa que resultó ser un trozo de gazpacho pegado a los pelos.

Los domingos se trabajaba en la peluquería hasta las cinco de la tarde. En la barbería, lo mismo que en los “huertos” se hablaba de todo y se enteraba uno de todo; en la barbería, los hombres, y en los huertos o lavaderos públicos, como el de la Lucía o el último huerto, las mujeres.

En Yecla por aquella época había unas veinte o veinticinco barberías y como se ganaba muy poco dinero, los peluqueros solían alternar su oficio con otros menesteres; hacíamos “visque” para cazar pájaros y frecuentemente éramos alpargateros, sangradores y sacamuelas.

(El “visque”, -que no sé si escribe con «v» o con «b»-, era una especie de cola que se hacía con “pedriega” (una piedra transparente), agua y un poco de aceite. Se desmenuzaba todo y se ponía en un recipiente al fuego, dándole vueltas hasta hacerlo espeso. Una vez espesado, se cogía un poco de la planta del esparto y cuando estaba seco, las puntas finas se quemaban, y en fibras de esparto de unos 20 centímetros se untaba de visque, se colocaba en un lugar determinado, y los pájaros se atrapaban)


Libro: Relatos del ayer.

Hogar de la Tercera Edad/Universidad Popular de Yecla/INSERSO.

MU-34/1988.

Tema: “Profesiones”

Página 29.

Artículo publicado por José Antonio Ortega Ortuño

José Antonio Ortega
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"DESDE MI PUPITRE" Intento aprender cada día, y como observador atento procuro escribir un poco de todo con respeto y disciplina, de recuerdos, necesidades y de aquello que mientras pueda, vaya encontrándome por el camino, siempre dando gracias al estímulo de la vida.
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1 COMENTARIO

  1. Yo iba a la barbería del «chatico» porque mi padre también le cortaban el pelo en esa barbería.
    En la Corredera, cuando esta calle era una calle con «solera», estaban el «chatico» y el «gallito».
    Bajando la calle Jabonería el gallito estaba a la derecha, acera de arriba y, en la misma acera pero bajando a la izquierda estaba el chatico.
    Pepe (chatico) tenía un pelazo negro ondulado siempre arreglado, si daba el perfil de peluquero con pelo.
    No sé si se le cortaba el pelo algún alcalde franquista, al menos cuando iba nunca vi a nadie que se saliera de la llamada clase obrera. Creo que una vez vi a un funcionario con una camisica, el hombre mú apañao que se diferenciaba de los del sector agrícola. Pese a ser funcionario se sitúa dentro de las clases trabajadoras, no puede ser de otra manera.
    Por aquel tiempo no habían peluquerías unixes y en los Rosales aún hacían turno de baño de mujeres y más tarde los hombres.
    Lo que más miedo me daba es cuando Pepe cogía la navaja para arreglarme las patillas, entonces se llevaba mucho lo de las patillas curro Jiménez, el que robaba a los ricos para dárselo a los pobres. Sería comunista.
    No recuerdo el precio, por la clientela no debía ser caro el corte de pelo y el afeitado, de ahí que estos barberos tuviesen que hacer pluriempleo.
    Algunos de esos hombres del campo, que dice Jose, entraban a la barbería como si fuesen náufragos, con unas barbas tremendas y salían que no los reconocían.
    Un oficio que ha evolucionado mucho, con estilismos y todo eso.

José Antonio Ortega
José Antonio Ortega
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