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miércoles, diciembre 10, 2025 👑 👸 🙏
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Navidad en Yecla

Se acerca la Navidad, quizás los días más marcados en el calendario occidental cristiano, y aunque me toca vivirlas un año más en la distancia, mis recuerdos me llevan, casi sin querer, a aquellos años de infancia en que por dos semanas todo era ilusión y magia.

Recuerdos de infancia

Condensando intensamente mis recuerdos, diría que estas fechas siempre comenzaban con la subida de la virgen del Castillo, porque con la Madre en la basílica no se podía poner el belén, aunque mi madre andaluza no siempre cumplía con la tradición yeclana. Tras la función del colegio tocaba la peregrinación a la casa de mi padre por Nochebuena, y luego a la de mi madre para Nochevieja, y así volver a Yecla el día de Año Nuevo dispuestos a preparar la llegada de los reyes magos (los únicos reyes que me han inspirado cariño e ilusión en toda mi vida).

Adolescencia y crítica social

Con el tiempo nos tocó la rebeldía del instituto, los compañeros que cantaban el villancico de Ska-P denunciando la riqueza del Vaticano y la separación de ese estado con la figura de Jesús… o el villancico del rey de Extremadura, sin carga social, nihilista y lisérgico.

Un año de esa adolescencia recuerdo que se okupó un edificio en San Antonio, y se compartieron alimentos y cariño con una reflexión ácrata sobre unas fechas que denunciaban que se habían vuelto un consumo sin alma. Nunca tuve problemas para vivir mi fe, pero fueron una cura de madurez aquellos acontecimientos que hoy me sirven para plantear estas fechas de manera más audaz y comprometida.

Una Navidad cada vez más vacía

La Navidad en España, como en otros países poscristianos, poco a poco se ha ido vaciando de aquellos espacios que la hacían confesional. La necesidad del pacto social de convivencia, de representar a todo el mundo, ha ido camuflando los signos más religiosos para transformar a un obispo como san Nicolás en el símbolo de un refresco rojo y blanco sin más mensaje que comprar y regalar, mientras los templos se vacían y los centros comerciales se llenan de gente. Ya no se oyen villancicos en las casas al terminar la cena del veinticuatro, y la figura de Jesús hoy es eclipsada por paquetes con lazo, figuras de plástico que emulan bastones de caramelo, acebo y bolas decorativas.

Desde el Amazonas: ¿qué es hoy la Navidad?

Hoy, como cura católico y viviendo en un país alejado, en un río de la Amazonía, quería compartir esta reflexión sobre qué es la Navidad. Las fechas festivas de final de año son el recuerdo de aquellos habitantes del norte que invocaban al sol para que dejara de apagarse, y celebraban que los días, después del solsticio, comenzaran a ser cada vez más largos y las noches empezaran a acortarse, pues si el sol retornaba lo harían las cosechas, y gracias a ello la vida podía continuar. El cristianismo aprovechó esto para poner la fiesta del nacimiento de Jesús y, con ello, ir metiendo con calzador el recuerdo de los evangelios de la infancia, aun con sus fallas históricas y desconexión con la figura del Nazareno.

Nuestros pueblos, empujados por Roma desde el siglo XII, han ido viviendo su fe con los ritmos que se le marcaban desde los palacios papales, y con ello construían su identidad cultural desde la espiritualidad que les era propia. Así llegaron los villancicos, los dulces, los regalos navideños o, incluso, las inocentadas. Por desgracia, con el paso del tiempo llegó la sociedad de consumo, en la que todo se fue orientando a las compras y gastos que hoy no parecen tener diferencia con el resto del año, pasando a ser solo un imperativo de compras y encuentros vaciado.

Europa y la Amazonía: dos navidades opuestas

Hoy en día, en Europa, se pueden comer productos de cualquier clase todo el año, se hacen cenas y comidas opíparas en cualquier ocasión, se puede comprar cualquier cosa por internet y, de no ser por la iluminación en la que se derrocha tanta energía, las navidades no serían más que unas vacaciones invernales para comer en familia, y a veces ni eso. Mientras, donde me encuentro, la Navidad son las vacaciones de inicio del verano (aunque en la selva todo el año tenga temperaturas por encima de veinte grados), se celebra poder comer un panetón (muy popular en Perú) y, aunque se repita la estética navideña gringa en los decorados, la infancia de los pueblos nativos solo tiene un regalo si el vicariato y sus misioneros lo hacemos posible.

La herida abierta de Palestina

Aún podríamos hacer una visita con el pensamiento (la visita turística hoy es imposible) al lugar donde nació Jesús, en Palestina, una tierra que no ha dejado de sufrir desde que el Estado de Israel fuera creado por las fuerzas de colonización británicas y comenzara un etnocidio que dura hasta nuestros días, conociendo su fase más atroz desde octubre de 2023, sin que la firma de un supuesto acuerdo de paz haya impedido que las IDF sigan matando cada día a personas inocentes.

Aún recuerdo cuando el líder Yasir Arafat asistía a la misa en la basílica de Belén cada 25 de diciembre, hoy una ciudad rodeada por un muro del que solo se puede salir con permiso del Estado de Israel para realizar un trabajo servil en Jerusalén, con el imperativo de regresar por la tarde, bajo castigo de pena de cárcel por demorarse. Si hoy dirijo la mirada a Belén, o cualquier otro lugar de Palestina, mi corazón se paraliza por los horrores de la violencia contra inocentes en la tierra que vio nacer al príncipe de la paz.

La pregunta central

Retornando a mi puesto, mi situación y mi experiencia me conducen a una pregunta: ¿qué puedo llevar de mi vida a mis pueblos para que entiendan la Navidad? Y, al mismo tiempo, ¿qué puedo llevar de estos pueblos a mi pueblo para que estas fechas les lleven a una mejor Navidad? Si celebramos el nacimiento de Jesús como creyentes, la clave de estas fechas debería ser el recuerdo de su misión, de su mensaje, para hacer posible el nacimiento de la familia que él nos pidió ser: vivir entregados a los pobres y humildes de la tierra, enterrando toda enemistad entre nosotros, y hacer posible a la gente sin esperanza que otro mundo es posible.

Si quien lee estas letras no es creyente, quizá le recuperaría el espíritu de los pueblos paganos de los que procedemos, y que allá en Europa celebraban que los días volverían a brillar, para que se comprometa a que con su acción haga posible tal esperanza, desde el apoyo mutuo y la solidaridad, especialmente en favor de la gente sola, pobre y en mayores situaciones de precariedad.

Un brindis desde el Putumayo

Yo, unas horas después que ustedes, celebraré también mi Nochebuena con los pueblos kichwa, ajeveko y secoya. No compartiremos cava, pero con masato tendré presente que solo la fraternidad nos hace realmente humanos. Pero ¿qué nos une en esta fecha a pueblos de diferente territorio, cultura, idioma y sueños? Creo que es el deseo de vivir con justicia y paz, algo que Jesús predicó con su vida hasta que lo ejecutó el imperio, algo que con su nacimiento esperamos poder hacer realidad. Con esos deseos en nuestro corazón, les invito a desconectar de la imposición del consumo que nos viene esclavizando y abrir la puerta a que el pilar de nuestras fiestas este año pueda cambiar.

Desde el río Putumayo deseo a quien me lea una feliz y buena Navidad.

El majestuoso Río Putumayo, en Perú

Puedes conocer más a Pablo Jareño en esta entrevista de 2021

Pablo Jareño
Pablo Jareño
Pablo Jareño López-Cuervo (Yecla, 1985) es sacerdote y misionero del Instituto Español de Misiones Extranjeras. Tras sus primeros años en Lorca, en 2019 partió a Honduras para trabajar con comunidades campesinas y defender territorios amenazados por la minería. Desde 2023 forma parte del Vicariato San José del Amazonas, en Perú, donde acompaña a pueblos indígenas del río Putumayo y promueve proyectos educativos y comunitarios.

Se acerca la Navidad, quizás los días más marcados en el calendario occidental cristiano, y aunque me toca vivirlas un año más en la distancia, mis recuerdos me llevan, casi sin querer, a aquellos años de infancia en que por dos semanas todo era ilusión y magia.

Recuerdos de infancia

Condensando intensamente mis recuerdos, diría que estas fechas siempre comenzaban con la subida de la virgen del Castillo, porque con la Madre en la basílica no se podía poner el belén, aunque mi madre andaluza no siempre cumplía con la tradición yeclana. Tras la función del colegio tocaba la peregrinación a la casa de mi padre por Nochebuena, y luego a la de mi madre para Nochevieja, y así volver a Yecla el día de Año Nuevo dispuestos a preparar la llegada de los reyes magos (los únicos reyes que me han inspirado cariño e ilusión en toda mi vida).

Adolescencia y crítica social

Con el tiempo nos tocó la rebeldía del instituto, los compañeros que cantaban el villancico de Ska-P denunciando la riqueza del Vaticano y la separación de ese estado con la figura de Jesús… o el villancico del rey de Extremadura, sin carga social, nihilista y lisérgico.

Un año de esa adolescencia recuerdo que se okupó un edificio en San Antonio, y se compartieron alimentos y cariño con una reflexión ácrata sobre unas fechas que denunciaban que se habían vuelto un consumo sin alma. Nunca tuve problemas para vivir mi fe, pero fueron una cura de madurez aquellos acontecimientos que hoy me sirven para plantear estas fechas de manera más audaz y comprometida.

Una Navidad cada vez más vacía

La Navidad en España, como en otros países poscristianos, poco a poco se ha ido vaciando de aquellos espacios que la hacían confesional. La necesidad del pacto social de convivencia, de representar a todo el mundo, ha ido camuflando los signos más religiosos para transformar a un obispo como san Nicolás en el símbolo de un refresco rojo y blanco sin más mensaje que comprar y regalar, mientras los templos se vacían y los centros comerciales se llenan de gente. Ya no se oyen villancicos en las casas al terminar la cena del veinticuatro, y la figura de Jesús hoy es eclipsada por paquetes con lazo, figuras de plástico que emulan bastones de caramelo, acebo y bolas decorativas.

Desde el Amazonas: ¿qué es hoy la Navidad?

Hoy, como cura católico y viviendo en un país alejado, en un río de la Amazonía, quería compartir esta reflexión sobre qué es la Navidad. Las fechas festivas de final de año son el recuerdo de aquellos habitantes del norte que invocaban al sol para que dejara de apagarse, y celebraban que los días, después del solsticio, comenzaran a ser cada vez más largos y las noches empezaran a acortarse, pues si el sol retornaba lo harían las cosechas, y gracias a ello la vida podía continuar. El cristianismo aprovechó esto para poner la fiesta del nacimiento de Jesús y, con ello, ir metiendo con calzador el recuerdo de los evangelios de la infancia, aun con sus fallas históricas y desconexión con la figura del Nazareno.

Nuestros pueblos, empujados por Roma desde el siglo XII, han ido viviendo su fe con los ritmos que se le marcaban desde los palacios papales, y con ello construían su identidad cultural desde la espiritualidad que les era propia. Así llegaron los villancicos, los dulces, los regalos navideños o, incluso, las inocentadas. Por desgracia, con el paso del tiempo llegó la sociedad de consumo, en la que todo se fue orientando a las compras y gastos que hoy no parecen tener diferencia con el resto del año, pasando a ser solo un imperativo de compras y encuentros vaciado.

Europa y la Amazonía: dos navidades opuestas

Hoy en día, en Europa, se pueden comer productos de cualquier clase todo el año, se hacen cenas y comidas opíparas en cualquier ocasión, se puede comprar cualquier cosa por internet y, de no ser por la iluminación en la que se derrocha tanta energía, las navidades no serían más que unas vacaciones invernales para comer en familia, y a veces ni eso. Mientras, donde me encuentro, la Navidad son las vacaciones de inicio del verano (aunque en la selva todo el año tenga temperaturas por encima de veinte grados), se celebra poder comer un panetón (muy popular en Perú) y, aunque se repita la estética navideña gringa en los decorados, la infancia de los pueblos nativos solo tiene un regalo si el vicariato y sus misioneros lo hacemos posible.

La herida abierta de Palestina

Aún podríamos hacer una visita con el pensamiento (la visita turística hoy es imposible) al lugar donde nació Jesús, en Palestina, una tierra que no ha dejado de sufrir desde que el Estado de Israel fuera creado por las fuerzas de colonización británicas y comenzara un etnocidio que dura hasta nuestros días, conociendo su fase más atroz desde octubre de 2023, sin que la firma de un supuesto acuerdo de paz haya impedido que las IDF sigan matando cada día a personas inocentes.

Aún recuerdo cuando el líder Yasir Arafat asistía a la misa en la basílica de Belén cada 25 de diciembre, hoy una ciudad rodeada por un muro del que solo se puede salir con permiso del Estado de Israel para realizar un trabajo servil en Jerusalén, con el imperativo de regresar por la tarde, bajo castigo de pena de cárcel por demorarse. Si hoy dirijo la mirada a Belén, o cualquier otro lugar de Palestina, mi corazón se paraliza por los horrores de la violencia contra inocentes en la tierra que vio nacer al príncipe de la paz.

La pregunta central

Retornando a mi puesto, mi situación y mi experiencia me conducen a una pregunta: ¿qué puedo llevar de mi vida a mis pueblos para que entiendan la Navidad? Y, al mismo tiempo, ¿qué puedo llevar de estos pueblos a mi pueblo para que estas fechas les lleven a una mejor Navidad? Si celebramos el nacimiento de Jesús como creyentes, la clave de estas fechas debería ser el recuerdo de su misión, de su mensaje, para hacer posible el nacimiento de la familia que él nos pidió ser: vivir entregados a los pobres y humildes de la tierra, enterrando toda enemistad entre nosotros, y hacer posible a la gente sin esperanza que otro mundo es posible.

Si quien lee estas letras no es creyente, quizá le recuperaría el espíritu de los pueblos paganos de los que procedemos, y que allá en Europa celebraban que los días volverían a brillar, para que se comprometa a que con su acción haga posible tal esperanza, desde el apoyo mutuo y la solidaridad, especialmente en favor de la gente sola, pobre y en mayores situaciones de precariedad.

Un brindis desde el Putumayo

Yo, unas horas después que ustedes, celebraré también mi Nochebuena con los pueblos kichwa, ajeveko y secoya. No compartiremos cava, pero con masato tendré presente que solo la fraternidad nos hace realmente humanos. Pero ¿qué nos une en esta fecha a pueblos de diferente territorio, cultura, idioma y sueños? Creo que es el deseo de vivir con justicia y paz, algo que Jesús predicó con su vida hasta que lo ejecutó el imperio, algo que con su nacimiento esperamos poder hacer realidad. Con esos deseos en nuestro corazón, les invito a desconectar de la imposición del consumo que nos viene esclavizando y abrir la puerta a que el pilar de nuestras fiestas este año pueda cambiar.

Desde el río Putumayo deseo a quien me lea una feliz y buena Navidad.

El majestuoso Río Putumayo, en Perú

Puedes conocer más a Pablo Jareño en esta entrevista de 2021

Pablo Jareño
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Pablo Jareño López-Cuervo (Yecla, 1985) es sacerdote y misionero del Instituto Español de Misiones Extranjeras. Tras sus primeros años en Lorca, en 2019 partió a Honduras para trabajar con comunidades campesinas y defender territorios amenazados por la minería. Desde 2023 forma parte del Vicariato San José del Amazonas, en Perú, donde acompaña a pueblos indígenas del río Putumayo y promueve proyectos educativos y comunitarios.
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Pablo Jareño
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Pablo Jareño López-Cuervo (Yecla, 1985) es sacerdote y misionero del Instituto Español de Misiones Extranjeras. Tras sus primeros años en Lorca, en 2019 partió a Honduras para trabajar con comunidades campesinas y defender territorios amenazados por la minería. Desde 2023 forma parte del Vicariato San José del Amazonas, en Perú, donde acompaña a pueblos indígenas del río Putumayo y promueve proyectos educativos y comunitarios.
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