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🍁 viernes 22 noviembre 2024
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Las viejas casas de campo

Las personas del campo siempre se han levantado muy temprano, por una vieja costumbre o porque la despertaba el canto del gallo. Cuando salían a la puerta sobre las cinco de la mañana en muchas ocasiones veían el lucero del alba, y quien cantaba, pocas veces se equivocaba.

Aquellas casas de labranza con su aljibe, tejados a dos aguas y orientación al mediodía, ya tiempo que muchas están desaparecidas, otras en estado ruinoso y otras siguen en pie. Todas tienen un trozo de historia de quienes allí hicieron su vida y guardan recuerdos de otra época y de una forma de vida que invita a recuperar la nostalgia. Lugares que una vez fueron nuestros campos y estuvieron habitados, ahora son demasiados paisajes perdidos.

En aquellas casas de campo de varias maderas encaladas de blanco, al alba se encendía la lumbre, se ponía la trébede y una sartén algo tiznada para hacer las gachasmigas. Una forma habitual para coger fuerzas junto con algún embutido de la orza. Alrededor de la mesa se reunían los comensales a dar buena cuenta del almuerzo, mientras el vino del tonel iba pasando de mano de forma moderada.

Una vez terminado el almuerzo, cada uno se dirigía a su faena, la labranza, el grano, salir de pastor o hacer hoyos. La poda, si eran olivos se hacía en primavera y las viñas en invierno. Las mujeres se encargaban de las labores de la casa, aparte de la limpieza y amasar en la artesa, una o dos veces por semana, realizaban las tareas de arreglar los animales, que servían de sustento, sobre todos las cabras, gallinas y conejos. No en todas las casas había la posibilidad de hacer la matanza de un cerdo, para arreglarse con ella buena parte del año.

Al mediodía, no siempre los peones comían en la casa, dependiendo de la distancia del tajo, si iban para echar el día entero a pié, en carro o bicicleta, se llevaban el saco con la fiambrera a lo que se llamaba merienda. Cuando se comía en la casa, solían degustarse los guisos, unas ricas habichuelas, potaje de garbanzos, arroz o lentejas, unas patatas en caldo o un sustancioso cocido que habría estado casi toda la mañana en una olla o cazuela de barro a fuego lento.

Al caer la tarde ya oscureciendo, regresaban de echar la peonada, bien por cuenta propia o ajena. Acabada la jornada, después de asearse, había que hacerle caso al estómago con lo reservado en el puchero si no habían comido de caliente o algo de la despensa algún trozo de queso, jamón o un taco de tocino, mientras se freían unas patatas al montón.

La mayoría de las noches, haciendo la digestión y antes de irse a la cama a aquellos colchones de paja o borra, se hacían serones y capazos de esparto, se preparaban los aparejos, se arreglaban las albarcas y se amolaban las herramientas, y si lo había con la ayuda de las personas más respetables y con más carisma, los abuelos de la casa.

a las viejas costumbres.


Blog de José Antonio Ortega

José Antonio Ortega
José Antonio Ortega
"DESDE MI PUPITRE" Intento aprender cada día, y como observador atento procuro escribir un poco de todo con respeto y disciplina, de recuerdos, necesidades y de aquello que mientras pueda, vaya encontrándome por el camino, siempre dando gracias al estímulo de la vida.

Las personas del campo siempre se han levantado muy temprano, por una vieja costumbre o porque la despertaba el canto del gallo. Cuando salían a la puerta sobre las cinco de la mañana en muchas ocasiones veían el lucero del alba, y quien cantaba, pocas veces se equivocaba.

Aquellas casas de labranza con su aljibe, tejados a dos aguas y orientación al mediodía, ya tiempo que muchas están desaparecidas, otras en estado ruinoso y otras siguen en pie. Todas tienen un trozo de historia de quienes allí hicieron su vida y guardan recuerdos de otra época y de una forma de vida que invita a recuperar la nostalgia. Lugares que una vez fueron nuestros campos y estuvieron habitados, ahora son demasiados paisajes perdidos.

En aquellas casas de campo de varias maderas encaladas de blanco, al alba se encendía la lumbre, se ponía la trébede y una sartén algo tiznada para hacer las gachasmigas. Una forma habitual para coger fuerzas junto con algún embutido de la orza. Alrededor de la mesa se reunían los comensales a dar buena cuenta del almuerzo, mientras el vino del tonel iba pasando de mano de forma moderada.

Una vez terminado el almuerzo, cada uno se dirigía a su faena, la labranza, el grano, salir de pastor o hacer hoyos. La poda, si eran olivos se hacía en primavera y las viñas en invierno. Las mujeres se encargaban de las labores de la casa, aparte de la limpieza y amasar en la artesa, una o dos veces por semana, realizaban las tareas de arreglar los animales, que servían de sustento, sobre todos las cabras, gallinas y conejos. No en todas las casas había la posibilidad de hacer la matanza de un cerdo, para arreglarse con ella buena parte del año.

Al mediodía, no siempre los peones comían en la casa, dependiendo de la distancia del tajo, si iban para echar el día entero a pié, en carro o bicicleta, se llevaban el saco con la fiambrera a lo que se llamaba merienda. Cuando se comía en la casa, solían degustarse los guisos, unas ricas habichuelas, potaje de garbanzos, arroz o lentejas, unas patatas en caldo o un sustancioso cocido que habría estado casi toda la mañana en una olla o cazuela de barro a fuego lento.

Al caer la tarde ya oscureciendo, regresaban de echar la peonada, bien por cuenta propia o ajena. Acabada la jornada, después de asearse, había que hacerle caso al estómago con lo reservado en el puchero si no habían comido de caliente o algo de la despensa algún trozo de queso, jamón o un taco de tocino, mientras se freían unas patatas al montón.

La mayoría de las noches, haciendo la digestión y antes de irse a la cama a aquellos colchones de paja o borra, se hacían serones y capazos de esparto, se preparaban los aparejos, se arreglaban las albarcas y se amolaban las herramientas, y si lo había con la ayuda de las personas más respetables y con más carisma, los abuelos de la casa.

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