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🍁 viernes 22 noviembre 2024
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Las madrugadas en Yecla

Las madrugadas en Yecla son muy entretenidas, es rara la noche que no se ve a alguien salir a hurtadillas y a medio vestir, con los zapatos en la mano y mirando a todos lados intentando disimular; hay amantes que rondan ventanas y susurran poemas de amor amparándose en la oscuridad. Creo que somos un pueblo de gentes lujuriosas y creativas.

Como padezco de insomnio, aprovecho las madrugadas para dar paseos con mi perro. A veces, alargo el paseo hasta el pueblo para ver a quienes deambulan a estas horas. Ese trasiego nos intriga. He visto a gente aparentando hacer deporte, pero siempre creo que no son los abdominales los músculos que más ejercitan. Las noches son tranquilas, pero a eso de las cuatro, transitan las aceras personajes con sigilo como si fuesen gatos callejeros. No saludan, no miran, parecen sonámbulos desorientados.

Un par de horas más tarde la cosa cambia y las calles se llenan de gente con el bocadillo bajo el brazo que disciplinados y sumisos acuden a las fábricas.

Una madrugada del febrero pasado, cayendo una niebla de esas que hacen historia, me encontré con un caminante que me pidió fuego. Yo que soy un hombre precavido y siempre llevo mechero, le encendí su cigarro, excusa que él aprovechó para relatarme su ocupación, cosa que agradecí, porque encontrarte con una historia amena a esas horas es gratificante:

—Soy el guardián de la noche y estoy haciendo una estadística de los amantes poéticos, de los maridos infieles y de las amantes ruidosas; pretendo editar un libro sobre prácticas amorosas y erotismo rural. Abundan las infidelidades poéticas.

Ustedes saben que Yecla es tierra de rapsodas, lo he dicho más de una vez. Aquel tipo siguió narrando:

—De paso, hago recuento de las mierdas de perro en las aceras, tomo nota de los baches en el asfalto, enumero las farolas que no funcionan, los montones de basura que se acumulan en algunas esquinas y las cornisas a punto de caer. Con eso hago un informe que presento cada semana en el consistorio; no me hacen ni puñetero caso, pero creo que es mi obligación como ciudadano. Porque, ¿si no lo hago yo, quién lo va a hacer? —me pregunta muy convencido de que responderé afirmativamente.
—Claro, claro que sí, quién si no —le digo.
—Antes era panadero y desde que me jubilé no sé qué hacer por las noches.
—¿Pero presenta usted lo de los amantes también al ayuntamiento?
—No hombre, eso es para el libro que estoy escribiendo…

Me dieron ganas de abrazarlo, labor tan ardua e interesante no merecía menos. Por cierto, eso no me había pasado nunca, desde que vivo aquí siento ganas de abrazar de vez en cuando; debe estar en lo cierto un tal Copernicus (apodo utilizado por un lector que suele responder a mis relatos), pues señala que he sido «asimilado por el comportamiento y por la forma de pensar de este pueblo». Es posible, pero también me entran ganas de vez en cuando de apuñalar a los pesados y eso no sé si es muy de yeclano.

Y esa noche de niebla densa de la que hablo, cuando amanecía lentamente, una pareja de la policía nos confundió con dos fantasmas o con dos maleantes, el caso es que nos dio el alto.

—¡Identifíquense!

Dije mi nombre y el de Saturno remarcando las sílabas, pues no llevábamos documentación.

—Este es el francés y su perro —le dijo uno al otro. Y cuando estaban a punto de cachearme apareció el Panocha, que intervino en nuestro favor. Venía disfrazado de deportista; por cierto, nunca había visto a nadie con un atuendo tan heterogéneo para hacer deporte: un chándal parecido al de Maduro, con estrellas blancas, unos zapatos viejos y una gorra de béisbol de los Yankees.
—Pero hombre de Dios, ¿por qué no te pones unas zapatillas de deporte y te compras un chándal decente aunque sea del mercado?, —le dije en cuanto lo vi.
—Este calzado es el mejor para caminar por estos caminos de mierda, yo hago running como me da la gana —me respondió convencido.

Mi amigo conversó con los guardias; me sorprendió la familiaridad con la que les hablaba. Después descubrí que uno de ellos era primo suyo.

Aprovechando la cordialidad, pregunté a los agentes sobre el guardián de la noche, y poniendo cara de no saber de qué les hablaba, me contestaron que el pueblo durante la noche está totalmente vacío, que los únicos vigilantes de la noche son ellos. Entonces les hablé de la intensa actividad amorosa nocturna y tampoco sabían nada o lo ignoraron a propósito. Creo que me tomaron por loco o patrullan a bulto.
¿Seré el único que conoce al guardián de los secretos amorosos, de los amadores furtivos y de los poetas de ventanas?

Al final, decidí desayunar en uno de los bares típicos donde ponen tortas fritas, pero yo me pedí una tostadica con aceite que las tortas me dan ardores; mi camarera favorita me puso el café bien caliente y el agua bien fría, como a mí me gusta.

Teo Carpena
Teo Carpena
Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es

Las madrugadas en Yecla son muy entretenidas, es rara la noche que no se ve a alguien salir a hurtadillas y a medio vestir, con los zapatos en la mano y mirando a todos lados intentando disimular; hay amantes que rondan ventanas y susurran poemas de amor amparándose en la oscuridad. Creo que somos un pueblo de gentes lujuriosas y creativas.

Como padezco de insomnio, aprovecho las madrugadas para dar paseos con mi perro. A veces, alargo el paseo hasta el pueblo para ver a quienes deambulan a estas horas. Ese trasiego nos intriga. He visto a gente aparentando hacer deporte, pero siempre creo que no son los abdominales los músculos que más ejercitan. Las noches son tranquilas, pero a eso de las cuatro, transitan las aceras personajes con sigilo como si fuesen gatos callejeros. No saludan, no miran, parecen sonámbulos desorientados.

Un par de horas más tarde la cosa cambia y las calles se llenan de gente con el bocadillo bajo el brazo que disciplinados y sumisos acuden a las fábricas.

Una madrugada del febrero pasado, cayendo una niebla de esas que hacen historia, me encontré con un caminante que me pidió fuego. Yo que soy un hombre precavido y siempre llevo mechero, le encendí su cigarro, excusa que él aprovechó para relatarme su ocupación, cosa que agradecí, porque encontrarte con una historia amena a esas horas es gratificante:

—Soy el guardián de la noche y estoy haciendo una estadística de los amantes poéticos, de los maridos infieles y de las amantes ruidosas; pretendo editar un libro sobre prácticas amorosas y erotismo rural. Abundan las infidelidades poéticas.

Ustedes saben que Yecla es tierra de rapsodas, lo he dicho más de una vez. Aquel tipo siguió narrando:

—De paso, hago recuento de las mierdas de perro en las aceras, tomo nota de los baches en el asfalto, enumero las farolas que no funcionan, los montones de basura que se acumulan en algunas esquinas y las cornisas a punto de caer. Con eso hago un informe que presento cada semana en el consistorio; no me hacen ni puñetero caso, pero creo que es mi obligación como ciudadano. Porque, ¿si no lo hago yo, quién lo va a hacer? —me pregunta muy convencido de que responderé afirmativamente.
—Claro, claro que sí, quién si no —le digo.
—Antes era panadero y desde que me jubilé no sé qué hacer por las noches.
—¿Pero presenta usted lo de los amantes también al ayuntamiento?
—No hombre, eso es para el libro que estoy escribiendo…

Me dieron ganas de abrazarlo, labor tan ardua e interesante no merecía menos. Por cierto, eso no me había pasado nunca, desde que vivo aquí siento ganas de abrazar de vez en cuando; debe estar en lo cierto un tal Copernicus (apodo utilizado por un lector que suele responder a mis relatos), pues señala que he sido «asimilado por el comportamiento y por la forma de pensar de este pueblo». Es posible, pero también me entran ganas de vez en cuando de apuñalar a los pesados y eso no sé si es muy de yeclano.

Y esa noche de niebla densa de la que hablo, cuando amanecía lentamente, una pareja de la policía nos confundió con dos fantasmas o con dos maleantes, el caso es que nos dio el alto.

—¡Identifíquense!

Dije mi nombre y el de Saturno remarcando las sílabas, pues no llevábamos documentación.

—Este es el francés y su perro —le dijo uno al otro. Y cuando estaban a punto de cachearme apareció el Panocha, que intervino en nuestro favor. Venía disfrazado de deportista; por cierto, nunca había visto a nadie con un atuendo tan heterogéneo para hacer deporte: un chándal parecido al de Maduro, con estrellas blancas, unos zapatos viejos y una gorra de béisbol de los Yankees.
—Pero hombre de Dios, ¿por qué no te pones unas zapatillas de deporte y te compras un chándal decente aunque sea del mercado?, —le dije en cuanto lo vi.
—Este calzado es el mejor para caminar por estos caminos de mierda, yo hago running como me da la gana —me respondió convencido.

Mi amigo conversó con los guardias; me sorprendió la familiaridad con la que les hablaba. Después descubrí que uno de ellos era primo suyo.

Aprovechando la cordialidad, pregunté a los agentes sobre el guardián de la noche, y poniendo cara de no saber de qué les hablaba, me contestaron que el pueblo durante la noche está totalmente vacío, que los únicos vigilantes de la noche son ellos. Entonces les hablé de la intensa actividad amorosa nocturna y tampoco sabían nada o lo ignoraron a propósito. Creo que me tomaron por loco o patrullan a bulto.
¿Seré el único que conoce al guardián de los secretos amorosos, de los amadores furtivos y de los poetas de ventanas?

Al final, decidí desayunar en uno de los bares típicos donde ponen tortas fritas, pero yo me pedí una tostadica con aceite que las tortas me dan ardores; mi camarera favorita me puso el café bien caliente y el agua bien fría, como a mí me gusta.

Teo Carpena
Teo Carpena
Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es
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1 COMENTARIO

  1. Como es costumbre en mí decir primero lo importante. Teo, un cordial saludo.
    ¡Las madrugadas en Yecla! O la Yecla que madruga que dirían algunos. Unos apuntes.

    El abrazar tampoco es muy yeclano, por ahí no es tu asimilación. Si es muy francés el abrazar y sobre todo el besar. Besuquear como se dice por aquí. (Que besucón eres).
    Tiempos atrás mis vacaciones las pasaba en camping. Recuerdo que junto a nuestra tienda se instaló una familia francesa. Todas las mañanas al levantarse se besaban todos, es más lo hacían con ruido y hasta con tres besos en las mejillas, que llegaban a despertarme . Algunos abrazos y todo eso. Desayunaban los primeros del camping y tenían la mesa puesta todo el días. El café con unas pastas no faltaba a media tarde. También a la hora de acostarse lo hacían los primeros.
    De muchos abrazos y todo eso no somos los yeclanos. Castillo Puche ya decía en su libro «Con la muerte al hombro» que Hécula es tierra de pesadumbre, de andar mirando al suelo, donde el viento silva como un látigo…
    El que más besaba y algún abrazo daba era el ex-lider local ahora reconvertido en Consejero, creo, de turismo. Su campo de acción, preferentemente, era la calle San Francisco, por el antiguo cine Regio.

    Por lo tanto Teo tu asimilación yeclana progresa adecuadamente pero las costumbres francesas dejan poso. He visto matrimonios que en su vejez han vuelto a España después de estar muchísimos años en Francia y siguen manteniendo la costumbre de almorzar (comida) a las 12, ó a lo mucho 12;30 h.

    En mi casa hemos tenido familia en Francia, siendo pequeño aún recuerdo de vez en cuando recibíamos un paquete de los familiares de Francia con café y chocolate. Esto último nos lo rifábamos, estaba buenísimo.
    Y esto que voy a contarte, Teo, solo lo saben algunos allegados. Al poco de nacer, no se sabe muy bien porqué todo el alimento que me daban lo tiraba. Por ser corto. Viendo mis padres que me iba al otro barrio, le escriben una carta a la familia en Francia (Causses et Veyran) contándole lo que me pasaba. La familia va al médico del pueblo, del país vecino, este le dice a los familiares que al pequeño le dieran, no sé qué, un medicamento. Con ese medicamento recetado en la distancia, la criatura se puso buena. Y mira que los médicos españoles tienen fama de estar muy preparados. Los mismo fue una suerte lo del médico francés, el caso que siempre he estado agradecido a ese país.
    Teo estamos intercambiando los papeles. Te vas asimilando al comportamiento y a la forma de pensar yeclana. Yo en agradecimiento al médico francés, sin darme cuenta, tengo algo que me cuesta asimilarme al pensamiento local.

Teo Carpena
Teo Carpena
Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es
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