Soy un hombre de dormir extraño, me despierto varias veces por la noche y gracias a eso tengo la suerte de recordar los sueños con facilidad. Algunas veces las escribo y otras veces se las cuento a Ana y nos reímos de las delirantes historias.
Anoche soñé con trigales amarillos mecidos por una brisa suave. Marilyn, con la falda levantada, y Rita Hayworth, quitándose un guante negro, venían corriendo hacia mí y gritaban mi nombre: Teo, Teo, Teo… Desperté y era la voz de Ana, que me avisaba para desayunar. Salí ganando.
A la puerta de mi casa, además del cartero y algún amigo a deshora, no llama nadie, pero ayer por la tarde aparecieron dos tíos muy trajeados que decían saber de mis delirios. Me ofrecieron un dinero nada despreciable por conectar unos cables a mi cabeza y registrar mis sueños en una memoria externa que traían junto a un pequeño aparato con dos cables y dos ventosas.
—Señor Teodoro, estamos buscando voluntarios para esta causa y como sabemos que los murcianos sois descendientes de una religión ibérica que practicaba rituales oníricos, estamos seguros de que tenéis mucho que enseñar a las civilizaciones futuras.
Durante unos minutos pensé que era una broma, pero los tíos eran mas serios que un enterrador, no pestañeaban y me miraban como si estuviesen frente a un ídolo mitológico. Entretanto, me hacían reverencias, sobre todo uno con flequillo blanco.
Sé que poseo un físico y una envergadura impresionantes, pero no me gusta la idolatría. Al final les dejé pasar, les ofrecí vino, pero eligieron agua. Ya sentados comenzó el de pelo negro teñido a desmenuzar su discurso.
—Traemos para usted una buena noticia: Hemos sido elegidos como mensajeros para comunicarle «El oráculo de los nuevos dioses» —dijeron.
Eso sonaba muy rimbombante y me gustaba. Abrieron una enorme pantalla trasparente y me pidieron que cerrara una ventana de la cocina que interrumpía la emisión. Yo estaba paralizado, las voces de los mensajeros eran hipnotizantes. Me mostraron varias imágenes de los que reclamaban mi colaboración. Eran gentes con gesto grave y batas blancas, hombres y mujeres, mitad y mitad. «Estos dioses han alcanzado la paridad total», pensé.
—Perdonen ustedes, pero yo soy panteísta, aunque si tuviera que obedecer a algún dios, solo lo haría a Júpiter…
—Vale, pero escuche y después decida. Necesitamos sus sueños para almacenarlos y con ellos crear una memoria infinita…
—Creo que tendrán un problemas esos dioses porque mis sueños mayoritariamente son eróticos y a veces rondan la ilegalidad.
—De la legalidad no se preocupe usted, que ya tenemos preparadas nuevas leyes para la próxima década y todos los memos que ahora gobiernan estarán jubilados y con una buena paga.
—¿Dónde residen esos dioses de la pantalla?
—Esos son los profetas, científicos geniales al servicio de nuestros dioses que residen en el Valle del Silicio (también conocido como Silicon Valley), al norte de California. Buscamos el bien de la humanidad futura y la inmortalidad. —Se me erizaron los pelos, eso del bien común siempre me pone en guardia y lo de la inmortalidad me provoca desconfianza, pero decidí seguir escuchando…
—Podemos hacer una copia de seguridad de su cerebro, conectarlo a un ordenador y así convertir en inmortales sus fantasías.
—Pero yo no quiero ser inmortal
—Bueno, eso tiene remedio, usted puede morir, pero sus sueños y la potencia de su cerebro serán utilizadas por otros y así la humanidad alcanzará el progreso…
—Pero si yo no creo en el progreso y menos en la Humanidad en general.
—Le voy a poner un ejemplo —y empezó a hablar el compañero (el del mechón blanco), que hasta ese momento permanecía callado y observándome—. Gracias a su teléfono y a su ordenador tenemos información sobre sus pasiones, su tendencia política y sus gustos culinarios. Además, usted ya es un cíborg.
Me jodió que me aclarara algo que ya sé y me molestó que me dijera que era mitad hombre y mitad máquina. Retomó el tema el del teñido barato:
—Señor Teodoro, —lo de señor me molesta más que si me insultan, porque anuncia algo chungo— hemos comprobado que a causa de la pérdida de memoria por su edad, utiliza nuestros servicios para buscar cualquier cosa: el diccionario, el nombre de ciudades que ya no recuerda o las fotos de sus actrices favorita. Sabemos casi todo de su vida real; ahora solo nos faltan tener acceso a sus sueños y se convertirá en un superviviente del siglo XX y generaciones venideras se lo agradecerán.
—Señores mensajeros —ahora le devolvía yo con retranca lo de señor— soy partidario de que mis sueños mueran conmigo y en mi cerebro mando yo. Además, solo encontrarían prejuicios y fantasías perversas…
—Pues por eso precisamente nos interesa, nuestra máquina de guardar sueños no discrimina y será como una enciclopedia con imágenes reales. Buscamos precisamente personas prejuiciosas del siglo pasado que estén en la última etapa de su vida.
—¡Una mierda!, a mí me queda mucha cuerda todavía y mucha guerra que dar—. Y allí se acabó la conversación, me tenían harto, los eché a la calle y desde lejos con una sonrisa maliciosa me gritaron al unísono:
—¡Volveremos a vernos!
Y en eso que llegó Ana con su sonrisa luminosa y contándome que la semana que viene nos vamos a Benidorm.