Más de media hora estuvo jugando la Bandera el Mayordomo desde la calle San Francisco hasta que la imagen de la Patrona llegó al altar de la basílica. Fue el final de la primera parte de las Fiestas Patronales de Yecla que han vivido la procesión de Virgen.
El viento hizo acto de presencia. No fue un viento excesivamente molesto, pero estuvo en el último juego de la Bandera. El Mayordomo, Francisco Javier Romero, se lo tomó con calma. La nueva insignia que se ha estrenado este año es pesada, más que las anteriores. No da mucho margen al respiro para el que la está sosteniendo durante largos periodos de tiempo en comparación con las anteriores. Tal vez por eso, Romero se mantuvo comedido en el inicio de la calle San Francisco cuando llegó la imagen de la Virgen del Castillo y le volvieron a gritar “ahí la tienes”. De pie, esperando con precaución los cruces de las calles y el giro en el atrio donde el viento sopla más y te puede pasar una mala jugada. Superó los obstáculos pero no sin dificultad.
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Llegó al atrio de la basílica y ahí sí que puso todo lo que tenía físicamente en los últimos 30 metros. De rodillas, sonriendo, disfrutando y mirando a los suyos en el esa lenta cuenta atrás antes de llegar a la puerta por donde se va la imagen de la Virgen.
Romero jugaba la Bandera y su Mayordomo del Bastón le observaba atentamente. Lidó disparaba, pero no se «emborrachó» de pólvora. Hubo momentos donde puso el botón de pausa en la mecha. Observaba como queriendo retener en su memoria una fotografía de lo que en ese preciso instante estaba viviendo. El Mayordomo disfrutaba. Y volvía a disparar.
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Alrededor de ellos cientos de ojos que radiografíaban uno de los momentos con más carga emocional de estas celebraciones porque la pólvora lo invade todo, el humo crea un escenario casi perfecto y la imagen de la Virgen se abre paso en esa sinfonía que las arcas cerradas de arcabuces crean.
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Y la Virgen entró. Y el Mayordomo de la Bandera dejó de jugar la insignia cuando pasaban 17 minutos de las 10 de la noche. Entonces llegó el abrazo de Fámita, su Paje. La niña vestida de un azul celestial que con sus lágrimas seguro que dio fuerzas a su padre para seguir dibujando olas con la Bandera. Fue el final esperado pero no por ello menos emocionante.
Un final sin incidencias con la pólvora. Tal vez por ello y por la emoción del momento, lo que más se veía cuando los arcabuces se callaron fueron los abrazos entre los cargadores y los arcabuceros, y éstos con los que estaban al lado también disparando. Caras de satisfacción por haber cumplido con la tradición.
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Y antes hubo el tradicional “castillico” de fuegos artificiales. Y la procesión de la imagen de la Virgen por el tradicional recorrido y ambiente de celebración.
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Será el domingo, 17 de diciembre, cuando termine todo en el día de La Subida.
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