Llevo tres meses sin probar ni una gota de alcohol y no consumo sustancias alucinógenas. Mi sistema neurológico (según la doctora Muñoz) genera oxitocina de manera natural como para mantenerme en estado de alucinación durante las dieciséis horas que me mantengo despierto. Pero desde que me picó la hormiga reina, se me ha acentuado mi capacidad de visionados en otras dimensiones y en otros tiempos, y observo fases de la realidad que nadie puede ver. Sirva esto de introducción para comprender de qué hablo.
Celebrábamos la boda del hijo de un amigo en una discoteca situada en los bajos del restaurante donde habíamos cenado. Estaba a punto de amanecer; bailábamos alegres a pesar del cansancio, cuando sonó un zambombazo que acabó con la música. Saltó por los aires la puerta del sótano, una polvareda tremenda invadió la sala, una luz deslumbrante me cegó por unos segundos. Pensé que sería alguna broma de los amigos del novio. Escuché gritos y, desde el haz brillante, caballos furiosos galopaban buscando la salida; fueron más de cincuenta. Hubo aglomeraciones, gente pisoteada y llamadas de auxilio desesperadas. Yo buscaba a mi mujer, pero me consoló verla salir por la puerta de emergencias, esquivando a una jaca de crines larguísimas montada por una amazona que gritaba: “¡Libertad para los olvidados!”.
El local quedó vacío en unos minutos. Me dolían los oídos del estruendo. Cerraba la cabalgata un guerrero con espada en ristre y con la tez tan delgada que parecía un esqueleto, y me informó:
—Estos son todos los caballos muertos de los héroes caídos en combate. Han decidido abandonar el infierno para salvar las almas de sus dueños, que vagan por la tierra sin encontrar una sepultura digna—.
Su voz sonaba hueca y rotunda.
Cuando salí a la calle, el polvo invadía toda la ciudad. Mi amigo Paco me ayudó a salir; dice que iban a cerrar la discoteca y me había rezagado. Nadie había visto caballos, ni amazonas, ni había escuchado voces.
Mi mujer me dijo que estaba muy cansada.
—Vayámonos a casa, que tienes los ojos enrojecidos del sueño—. Ella conoce mis visiones y supuso que algo tremendo había ocurrido, pero fue discreta delante de los amigos y no me preguntó nada.
Llovía. Pillamos un taxi; la lluvia empañaba los cristales y, al pasar cerca del parque del Retiro, pude ver al caballo de bronce de Espartero girando la cabeza para mirarme. Relinchó: fue un relincho alegre, para saludarme.
Por las aceras caminaba gente ajena a la lluvia, empapados y desorientados.
—Parece que se derrama el cielo —dijo mi esposa.
El taxista me observaba desde el retrovisor y me guiñó un ojo. No entendí a qué venía el gesto.
No podía dormir; daba vueltas por el pasillo de la casa pensando si esa noche alguien podría haber añadido a los refrescos que tomé alguna droga. Pero ha pasado una semana y sigo hablando con gentes que vienen del pasado o del futuro, y en cuanto salgo a la calle ahí están, esperándome para contarme sus historias.
Me he pasado toda mi vida escuchando las penas de la gente, y ahora me doy cuenta de que todos esos pesados que me contaban sus amores frustrados no eran más que zombis buscando consuelo.


















Esos son los jinetes del Apocalipsis .
🐴 Caballo Blanco: Pestilencia.
🐴 Caballo Rojo: Guerra.
🐴 Caballo Negro: Hambre.
🐴 Caballo Amarillo: Muerte .