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🍁 jueves 12 diciembre 2024
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Concha y Salvador

Concha es yeclana. Es una mujer de mediana edad y viene dos veces por semana a hacer las labores de mi casa. Soy  torpe en asuntos domésticos, además de perezoso. A mí lo que me gusta es mirar al cielo, pasear por los caminos solitarios, ver corretear a mi perro y leer.

Concha es muy habladora y encima pretende interrogarme. Le tengo mucho cariño y soporto sus preguntas por el respeto que le tengo, pero no lo contesto o lo hago con evasivas. A ella, eso le hace gracia.

Una inmobiliaria a la que contraté por teléfono se encargó de la compra de la casa y de la decoración, así que cuando llegué a Yecla fue para instalarme directamente.

Por mediación de una familia muy querida por mis padres, que venían a Francia a la vendimia, conocí a Concha y la contraté para las labores de limpieza y adecentamiento de la vivienda; y a Salvador, que es su marido, para el cuidado del huerto y de las oliveras. Ellos son mi contacto con el mundo y, sobre todo, con las costumbres de Yecla. Gracias a ellos revivo el recuerdo de cosas que me contaban mis padres, si bien el pueblo de ahora y el que abandonamos en el año 60 tienen muy poco que ver.

Salvador dice que esto ha cambiado a peor.

—La gente de aquí se ha olvidado de sus orígenes y piensa que es rica. Han olvidado que aquí todos somos hijos de labradores. Repite esta idea a menudo, pero Concha le rebate la idea.

—¿Vas a decir tú que ahora estamos peor que hace cuarenta años? No teníamos nada y la gente emigraba para poder comer, como la familia del señor Teodoro, le contesta.

Yo le digo diariamente que no me llame señor Teodoro, pero ella sigue erre que erre.

Son capaces de aguantar horas discutiendo sobre ese tema. Yo aprovecho para evadirme de la discusión y dar una vuelta. Y es que la voz de Concha es como una trompeta desafinada, chillona y potente.

Esta mañana, la buena mujer se presentó con un niño pequeño y cuando vio el horror en mi cara, me explicó que era su nieto y que tenía que cuidar de él. Quiso darme más explicaciones, pero le corté en secó:

—Mientras no tenga que aguantar ni los mocos, ni las impertinencias del crío y no llore ni grite, a mí me da igual—. Los niños siempre tienen las manos pegajosas y gritan. Prefiero a los cachorros.

Pero no sé por qué razón, el maldito chiquillo se me pegó y no fui capaz de separarlo en toda la mañana, a pesar de que de vez en cuando le daba la espalda.  

Mi perro y él se compenetraron nada mas verse. Yo leía junto a una ventana y el niño se sentó en el suelo junto a mi sillón. Me pone muy nervioso la gente que se sienta en el suelo, le puse una silla y él me pidió que leyera en voz alta.

—Es un libro escrito en francés—, le dije cortante y con la rotundidad suficiente como para disuadirlo, pero el niño es terco.

—Me da igual, me gusta oír leer, mi padre me lee cuentos.

—Pero no es lo mismo, no vas a entender nada, además, es poesía de Rimbaud.

—Me gusta la poesía, afirmó. Y siguió acariciando el lomo mi perro Saturno y esperando escucharme.

Empecé a leer las “Iluminaciones” y él permanecía atento como si entendiera lo que oía y de reojo vi la cara de satisfacción de Concha, trasteando en la cocina.

Mientras tanto, ha llegado Salvador, que riega las tomateras y silba una melodía repetitiva. No me disgusta esta familia, viven y dejan vivir. Pero a mí me gusta mucho la soledad y no soporto el olor ajeno.

Cuando se despidieron, el niño me dio la mano, no la tenia pegajosa. Eso me agradó, aunque no me gusta que me toquen, ni que me besen y menos aún los abrazos.


Lee todos los artículos de Teo Carpena

Teo Carpena
Teo Carpena
Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es

Concha es yeclana. Es una mujer de mediana edad y viene dos veces por semana a hacer las labores de mi casa. Soy  torpe en asuntos domésticos, además de perezoso. A mí lo que me gusta es mirar al cielo, pasear por los caminos solitarios, ver corretear a mi perro y leer.

Concha es muy habladora y encima pretende interrogarme. Le tengo mucho cariño y soporto sus preguntas por el respeto que le tengo, pero no lo contesto o lo hago con evasivas. A ella, eso le hace gracia.

Una inmobiliaria a la que contraté por teléfono se encargó de la compra de la casa y de la decoración, así que cuando llegué a Yecla fue para instalarme directamente.

Por mediación de una familia muy querida por mis padres, que venían a Francia a la vendimia, conocí a Concha y la contraté para las labores de limpieza y adecentamiento de la vivienda; y a Salvador, que es su marido, para el cuidado del huerto y de las oliveras. Ellos son mi contacto con el mundo y, sobre todo, con las costumbres de Yecla. Gracias a ellos revivo el recuerdo de cosas que me contaban mis padres, si bien el pueblo de ahora y el que abandonamos en el año 60 tienen muy poco que ver.

Salvador dice que esto ha cambiado a peor.

—La gente de aquí se ha olvidado de sus orígenes y piensa que es rica. Han olvidado que aquí todos somos hijos de labradores. Repite esta idea a menudo, pero Concha le rebate la idea.

—¿Vas a decir tú que ahora estamos peor que hace cuarenta años? No teníamos nada y la gente emigraba para poder comer, como la familia del señor Teodoro, le contesta.

Yo le digo diariamente que no me llame señor Teodoro, pero ella sigue erre que erre.

Son capaces de aguantar horas discutiendo sobre ese tema. Yo aprovecho para evadirme de la discusión y dar una vuelta. Y es que la voz de Concha es como una trompeta desafinada, chillona y potente.

Esta mañana, la buena mujer se presentó con un niño pequeño y cuando vio el horror en mi cara, me explicó que era su nieto y que tenía que cuidar de él. Quiso darme más explicaciones, pero le corté en secó:

—Mientras no tenga que aguantar ni los mocos, ni las impertinencias del crío y no llore ni grite, a mí me da igual—. Los niños siempre tienen las manos pegajosas y gritan. Prefiero a los cachorros.

Pero no sé por qué razón, el maldito chiquillo se me pegó y no fui capaz de separarlo en toda la mañana, a pesar de que de vez en cuando le daba la espalda.  

Mi perro y él se compenetraron nada mas verse. Yo leía junto a una ventana y el niño se sentó en el suelo junto a mi sillón. Me pone muy nervioso la gente que se sienta en el suelo, le puse una silla y él me pidió que leyera en voz alta.

—Es un libro escrito en francés—, le dije cortante y con la rotundidad suficiente como para disuadirlo, pero el niño es terco.

—Me da igual, me gusta oír leer, mi padre me lee cuentos.

—Pero no es lo mismo, no vas a entender nada, además, es poesía de Rimbaud.

—Me gusta la poesía, afirmó. Y siguió acariciando el lomo mi perro Saturno y esperando escucharme.

Empecé a leer las “Iluminaciones” y él permanecía atento como si entendiera lo que oía y de reojo vi la cara de satisfacción de Concha, trasteando en la cocina.

Mientras tanto, ha llegado Salvador, que riega las tomateras y silba una melodía repetitiva. No me disgusta esta familia, viven y dejan vivir. Pero a mí me gusta mucho la soledad y no soporto el olor ajeno.

Cuando se despidieron, el niño me dio la mano, no la tenia pegajosa. Eso me agradó, aunque no me gusta que me toquen, ni que me besen y menos aún los abrazos.


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Teo Carpena
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Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es
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11 COMENTARIOS

  1. Ya empieza a tocarme la moral que siempre tiremos de Azorín y Castillo-Puche para excusar a quienes arrojan mierda contra nuestro pueblo, que sus cosas malas tiene, como todos, pero no es tan negro como algunos se empeñan en mostrar.
    Quien justifica sus miserias usando de forma tan gratuita a estos dos personajes es en primer lugar un ignorante, que quizá haya leído sus libros, quizás no, pero desde luego no ha entendido lo que quisieron transmitir. En primer lugar, sus escritos más célebres, La Voluntad, Con la muerte al hombro, etc. pasan de los cien y de los cincuenta años. Algo habremos cambiado, digo yo. Y lo segundo y a ver si se nos mete en la cabeza, Azorín dijo repetidas veces QUE AMABA YECLA (una de ellas precisamente en La Voluntad) y Castillo-Puche también dio sobradas muestras de amor por su ciudad natal. A ver si de una puñetera vez entendemos que la Yecla de Azorín no es la Yecla real, ni tampoco la Hécula de Castillo-Puche. Son SÍMBOLOS Yecla, una ciudad agrícola de la periferia de La Mancha le sirvió a Azorín para denunciar la miseria de gran parte de España, como buen escritor de la Generación del 98. Castillo-Puche creó una Hécula que le servía de vehículo para denunciar la España negra del franquismo y el nacional-catolicismo. También la Yécora de Pío Baroja nos deja finos. Pero no son lugares reales. Si alguien se toma la molestia de leer más en profundidad a Azorín y Castillo, más allá de los dos títulos que salen en las webs de turismo se llevaría más de una sorpresa.
    Que por cierto más ejemplos como este tenemos por España. Ahí está La Colmena y Viaje a la Alcarria, de Cela, la Regenta de Clarín, La Casa de Bernarda Alba y Bodas de Sangre de Lorca, y tantos otros.
    Poner en el mismo saco a grandes autores con un sujeto que simplemente está amargado y tiene una visión enfermiza del mundo me parece poco menos que lamentable.

  2. “Y esta tristeza, a través de siglos y siglos, en un pueblo pobre, en que los inviernos son crueles, en que apenas se come, en que las casas son desabrigadas, ha ido formando como un sedimento milenario, como un recio ambiente de dolor, de resignación, de mudo e impasible renunciamiento a las luchas vibrantes de la vida”.
    Descripción de Yecla de otro autor, tan querido y alabado como el anterior.

  3. «Hécula es trágica, y por eso seduce y repugna, envenena y atrae, conmueve y solivianta. Es tierra de pesadumbre, de andar mirando al suelo, tierra donde el viento silba como un látigo y el hombre camina encorvado como si arrastrase sobre los hombros un ataúd misterioso.»
    Por escribir lindezas como éstas un escritor muy alabado en la actualidad fue repudiado por las fuerzas vivas yeclanas de su época y estuvo durante bastante años sin pisar esta ciudad.

  4. Por ese mismo derecho a escribir o publicar, cuando lo haces en un medio de comunicación te expones a recibir criticas, buenas y malas. Por lo tanto, cada uno escribe lo que quiere, cada medio publica lo que quiere y cada lector opina lo que quiere, siempre desde la tolerancia y el respeto, claro está.
    Aunque en algún pequeño matiz, pero muy pequeño, pueda estar de acuerdo con esta persona, lo veo como artículos sinsentido, con faltas de respeto y carentes de contenido e interés, un exceso de critica gratuita escrito por una persona altiva, mas propio del típico carácter de algún país al norte, de cuyo nombre no quiero acordarme, que el de un inmigrante español.
    Me pregunto como una persona a la que le molesta todo el mundo, carente de empatía y antisocial tiene algún tipo de interés en entretener y comunicar sus experiencias personales en un periódico digital, no me encaja, real o no pero contradictorio si que es.

  5. A toda esta gente que parece que si les gustan los «artículos» que escribe este personaje, les diría, que o no son de Yecla, o si lo son no son muy inteligentes o no quieren mucho a su pueblo. Por que, aguantar que insulten a tus convecinos, aguantar que se manifieste en la forma en que lo hace de tu pueblo, es, sencillamente ridículo, abominable y nauseabundo.

  6. Independientemente de que comparta o no su forma de vivir su vida y de ver a los yeclanos, de que me guste o no su forma de escribir, creo que tiene todo el derecho a escribir lo que piensa y darlo a conocer si hay un medio que esté dispuesto a publicarlo.
    Nadie está obligado a leerlo.

  7. Después de leer este artículo me acordé de que hace unas semanas mi tía Concha comentó con mi madre que había empezado a limpiar la casa de un señor un poco raro que vivía en el campo. Vaya sorpresa me he llevado. Le he preguntado y me ha contado un poco más de ti… pareces un tipo peculiar y a mí tus textos sí me están enganchando. El yeclano este que escribe seguro que tiene una vida mucho más triste que la tuya. Sigue escribiendo.

  8. Y que nos importa a nosotros la vida de este señor?, una persona que odia al mundo entero…, que le tengamos que leer cosas como estas, cuando dice: «A mi me gusta la soledad, y no soporto el olor ajeno», o cuando refiriéndose al niño dice, «Este maldito chiquillo». A este periódico le comentaría, que si con artículos como los de este señor, pensáis que vais a salvar el periódico estáis muy equivocados, se os nota que no atravesáis tiempos fáciles, pero este no es el camino a seguir

Teo Carpena
Teo Carpena
Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es
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