La llegada de la pandemia de Coronavirus y sus repercusiones económicas hacían temblar a muchas inmobiliarias, que veían en esta situación la puntilla a un sector que empezaba a mostrar algunos síntomas de cansancio después de un tiempo al alza, y que, a pesar de ello, no había vuelto a ser el mismo desde la durísima crisis sufrida en el 2009 y los años posteriores.
Aunque no hay duda de que la pandemia ha provocado un cambio de paradigma sin precedentes en el sector, esto no quiere decir que las consecuencias vayan, necesariamente, a ser negativas. De hecho, esta nueva crisis está generado dinámicas muy alentadoras en determinadas promociones (especialmente aquellas alejadas de los núcleos urbanos), y en aquellas empresas que están sabiendo adaptarse a las nuevas formas de interactuación y procedimiento.
Es un hecho que el Coronavirus ha generado un cambio de prioridades en la demanda de los consumidores (en todos los sectores, pero en el inmobiliario especialmente). La gente ya no ven tan atractivas las ciudades, pero sienten un creciente impulso por vivir en lugares más desahogados y alejados. El incremento de la demanda de viviendas en las zonas rurales ha sufrido un aumento del que no se tenía registro en las últimas décadas. Mientras que las empresas que venían concentrando su desarrollo en promociones de zonas urbanas se encuentran, a raíz de los acontecimientos recientes, en una situación más que complicada; otras, las que apostaron por la construcción de promociones en zonas relativamente alejadas del centro de las ciudades, o aquellas que se centraron en el desarrollo rural, se han visto sorprendidas por un aluvión de ofertas que no habrían podido prever ni en sus mejores pronósticos. Para estas empresas, el coronavirus, más que un virus, ha sido un auténtico balón de oxígeno y un empuje extraordinario en tiempos de incertidumbre.
Pero esta no es la única buena noticia para algunos de los jugadores del sector. Aunque durante el confinamiento la actividad sufriera un parón en lo relativo a las visitas y los acercamientos presenciales de clientes (e incluso de los contactos telefónicos), el tráfico en internet aumentó hasta cuotas muy elevadas durante ese tiempo. Era una práctica habitual durante las semanas de reclusión el acceder a páginas web de inmobiliarias e imaginar el lugar ideal para vivir una vez pasase la cuarentena (en muchas ocasiones lugares ajenos a la ciudad, con acceso al aire libre y algo más amplios que los que predominan en las grandes urbes). Se trataba tanto de una forma de entretenerse, de desconectar y de evadirse, como, en muchos casos, un proceso de planificación para no volver a encontrarse encerrados en un piso de la ciudad en caso de que volviera a decretarse otro periodo de confinamiento.
Algunas inmobiliarias han comenzado a crear servidores seguros con los que ofrecer visitas virtuales a sus clientes, incluso se están presentando iniciativas de visitas mediante realidad aumentada.
La tendencia de la que hablamos se ha mantenido incluso después de las restricciones de movilidad, y las visitas virtuales, los tours en 3D, y el resto de experiencias digitales inmersivas que están comenzando a adoptarse con cada vez más ahínco por parte de los portales inmobiliarios en sus plataformas web, ha provocado que la tecnología y la digitalización se convierta en una parte esencial tanto en la parte expositiva del negocio, como en todo lo relativo al procedimiento.
Aunque las visitas a determinadas promociones situadas en entornos atractivos para la nueva clientela post-pandemia hayan ido recuperándose a medida que se ha ido normalizando la situación, lo cierto es que cada vez más gestiones se hacen de manera virtual. De hecho, una parte creciente de los contratos actuales, desde las reservas, los encargos de venta o la entrega de arras, por ejemplo, se realizan ahora por medio de firmas online a través de herramientas como certificados digitales.
Estos nuevos formatos y esta aceleración del cambio tecnológico se plantean como la salida futura para un sector que, a pesar de estar algo maltrecho y —como el resto de la economía— estar sufriendo las consecuencias de la pandemia, presenta algunos brotes verdes en forma de dinamización del sector y aumento de la demanda de determinados tipos de vivienda y determinado estilo de ubicaciones que, hasta ahora, no ocupaban más que segundos planos en el foco de promotores y consumidores.