En esta casa no hay quien duerma, yo me había acostumbrado a los desvelos de mi dueño, pero ahora tengo que sufrir la hiperactividad nocturna de la gata, los madrugones de Ana, las cantinelas de Jeanne o el escandaloso jolgorio de las celebraciones navideñas.
La maldición de los perros es que no podemos hablar y cuando ladramos nos mandan callar.
Las dos cenas de estas navidades han estado llenas de impertinencias y canciones horrorosas. Comen desmesuradamente y no se cansan de decir chorradas.
La cena de Nochebuena fue insoportable, no se iban de la casa ni a tiros y yo bostezando y dando vueltas a la mesa a ver si los ponían nerviosos, pero Pascuy, que así llaman a la enamorada de el Panocha, estaba contentísima y dispuesta a aguantar cantando toda la noche; cuando se ríe, sus carcajadas se escuchan hasta en Jumilla, sobre todo si el chistecito lo cuenta su novio. Para colmo, se dan besos sonoros todo el rato.
Comieron gambas hasta hartarse, cordero asado del que solo me dieron una chuleta que tenía mucho hueso y poca sustancia. Al final tomaron turrón y polvorones que son dos cosas espantosas: el primero durísimo y con demasiado azúcar y el segundo es como un amasijo de polvo seco con manteca. Bebieron champán, según Teodoro del francés bueno, Ana sirvió unos licores espesos con hielo y cantaron.
Eso fue lo peor, entre la pandereta y una puñetera carraca que hacía girar el Panocha insistentemente, mientras cantaban nosequé de unos peces en el río con voces desafinadas y a destiempo, casi me vuelven loco. Me tapé las orejas con las patas delanteras. La cosa solo mejoró un rato mientras Jeanne, que por cierto es la única que canta bien, nos cantó unos villancicos franceses.
El resto, soporífero.
Ana propuso ir a la misa del gallo que no sé lo que es, pero levanté atento mis orejas feliz para ver si se largaban. Pero Teodoro dijo que no porque en un rato iban a llegar Salvador y su familia; al menos, esos me caen bien.
No entiendo por qué le llaman Nochebuena cuando deberían llamarla noche de monsergas.
La Nochevieja fue peor, durante las campanadas de media noche casi se nos atraganta el Panocha: dice que él es de galillo fino.
Después se presentó Peter el millonario; traía cava extremeño y estuvo dando la murga con el tema de Cataluña. No llegaron a las manos, el Panocha que es catalanista y él, porque justo en ese momento aparecieron Concha y Salvador. Lo peor es que venían con su hija y su nieto, que cada vez que me ve me tira de las orejas, me abraza, se sube a mi lomo y yo con la paciencia que me caracteriza me tumbo o me escondo, pero él me persigue.
No soporto a los niños.
Teodoro me salvó de la situación diciéndole al niño que Papa Noel había traído un regalo para él y sacó un dinosaurio de plástico que ruge y se le encienden los ojos; eso lo mantuvo entretenido hasta que se durmió. Alba se esconde detrás del sofá, tampoco soporta a los niños. En esta casa adoramos a Herodes.
Este año han colocado un árbol de plástico con bolas de colores, estrellas plateadas y lucecitas, se nota la presencia femenina. Mucho brillo pretencioso y demasiada luz.
Pero la noche solo acababa de empezar, se avecinaban sorpresas: Apareció el vecino con cohetes y petardos y montaron una zapatiesta impresionante. A mí no me asustan, pero como bien dijo Ana, «una cosa que esté bien, que parece la noche de San Juan en Alicante».
Cuando acabó el petardeo estuve un rato en el porche, pero la humedad no me gusta y volví a entrar. De fondo se escuchaban explosiones por toda la comarca. Pelayo trajo pastas, dos botellas de anís y un montón de regalos. No entiendo por qué en esta fechas todos el mundo se regala cosas inservibles. La mujer del vecino, Josefa, que aunque es muy repolluda tiene un nombre con solera, me regaló un collar luminiscente y a Ana le hizo mucha gracia y me lo colocó. Teodoro y yo nos lanzamos unas miradas cómplices y supe que no permitirá semejante humillación.
Efectivamente, al día siguiente lo tiró a la basura y me dijo unas palabras que me emocionaron.
—Eres un perro y te quiero así, eres el mejor animal del mundo y a tu elegancia le sobran todos los adornos. —No lloré porque los perros no lloramos.
La noche dio para discusiones apasionadas, pero menos mal que mi dueño es un tremendo diplomático limando asperezas y consiguió amortiguar la arenga del vecino sobre la caza y la tauromaquia o las disertación ecologistas del Panocha. Ah se me olvidaba, Jeanne es vegana y solo comió tofu, ensalada y frutas pero eso sí, entre risa y canciones, se metió pal cuerpo una botella de vino y varias copas de champán; así cantaba de animada la jodida soprano, pero cuando escuchó hablar de toros y de caza se le cambió el gesto. Ana, que también es una maestra de la hospitalidad, estuvo atenta y empezó a preguntarle sobre el vestido tan bonito que lucía y la cosa se recondujo hacia la cordialidad porque la mujer del vecino, que tiene una boutique, también alabó la elegancia de la francesa.
Durante la sobremesa escuché los peores chistes que jamás se hayan contado y pude ver a mi dueño aguantando estoicamente las sandeces de sus invitados. El niño finalmente se durmió en el sofá, la gata se acurrucó junto a él; a esta sibarita solo le gusta retozar con gente dormida.
En España, lo más tedioso son las despedidas, son capaces de pasar una hora en la puerta o en una esquina despidiéndose y cuando ya parece que se van, a uno se le había olvidado la bufanda, a otro se le ocurrió un chiste y Pascuy aprovechó para contar lo de su deseo de correr una maratón; Ana se ofreció como entrenadora y le describió con exceso de detalles el plan de entrenamiento. Fue una noche interminable y cansina.
Amaneció silencioso el día, nos hemos hecho una excursión a primera hora por el monte y ahora se van a comer a la casa de unos amigos, se llevan a la gata. Estoy tumbado al rescoldo de la chimenea y sueño con mi adorada Venus.