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🍁 lunes 18 noviembre 2024
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Los esparteros

Posiblemente unos de los oficios más antiguos que se conozcan por estas tierras, casi tan antiguo como la cerámica, sea el de los esparteros, es decir, la recogida y manufactura del esparto. No en balde los romanos denominaban a una extensión de terreno situada al noroeste de Cartagonova, la actual Cartagena, como “Campus Espartarius” lo cual es suficientemente significativo. A través de los tiempos, en los montes del término municipal de Yecla, de la misma forma que en vecinos términos, se recogía y, con mayor o menor acierto, se manufacturaba la fibra de la citada planta.

El impulso económico y el crecimiento demográfico hizo que a partir de la segunda mitad del siglo pasado y la primera del presente, surgieran pequeñas industrias de cordelería y una profusa artesanía de productos de esparto tales como capazos, “barzas” para siembra, aguaderas para caballerías, cofinetas para prensas de aceite y vino, esteras para carros y para el piso que generalmente eran fabricados en casas particulares por personas de edad madura, cuando no avanzada, y que conseguían así un suplemento económico con el que muy menguadamente sustituían a la inexistente pensión o jubilación.

Estos artesanos solían alinearse en las soleadas calles de los barrios extremos, e incluso en las cuevas del Saliente y Poniente, para trabajar al mismo tiempo que exhibir sus productos.

Montes plagados de esparto

Los montes del término suponían por aquel entonces casi el cuarenta por ciento de la superficie del mismo. El arbolado había desaparecido como consecuencia de la desamortización de 1937, ya que los nuevos propietarios de los montes vendían rápidamente la madera para resarcir el dinero invertido, y el resultado fue que el matorral, de esparto, romero y tomillo, fue cubriendo los montes. Las necesidades de leña y cal fueron menguando, el romero y el esparto fue ganando terreno.

Esto dio lugar a que un cierto número de jornaleros se especializara en la cogida del esparto, faena que no resulta ni demasiado fácil ni descansada. El jornal fijo para esta faena no existía, todo se hacía a destajo.

La familia entera, con mujeres e hijos, se desplazaba a los montes espartizales, todos tomaban parte en la recolección para conseguir el aumento de los kilos recogidos.

Llevaban una acemila, burro casi siempre y mula en contadas ocasiones, en la que acarreaban lo que había de ser su vivienda y alimento los días que durara la recolección. La vivienda consistía en una lona blanca, cuerda, palos y mantas con lo que se confeccionaba la tienda para cobijar. La cama era un montón de “viejos” de esparto, hierba seca o paja de cereal. El menaje era una sartén, una botella de aceite, un botijo, un barrilico de madera de unos dos litros para el vino, un saco de harina otro de arroz (considerado un lujo), una freidera y cucharas.

Un trabajo duro y penoso

El trabajo era penoso: había que arrancar el esparto, limpiarlo de raíces y raigones, ir amontonándolo y atándolo en manojos o “manás”, para después trasladar estos a la “tendida”, a lomos del asno cuando lo había, y a espaldas cuando faltaba. Allí era pesado por el capataz y anotadas las cantidades traídas que serían el pago al fin de semana.

Los segadores lo hacían a mano y llevaban cada uno un tajo, generalmente de un surco y a veces de dos, sin que nadie perjudicara ni molestara o fuera molestado por el vecino de tajo. Determinar lo que correspondía a cada “número” o familia era tan difícil como inexplicable el que fuera resuelto con pocos conflictos.

La “tendida”, era una extensión relativamente llana y casi siempre en solana en donde el esparto se doraba y después atado en bultos de siete y ocho manás con lo que quedaba dispuesto para transportarlo al lugar de su transformación industrial o artesanal. Acabada la jornada, las lumbres se encendían y las comidas se preparaban. Los más jóvenes se desparramaban por los alrededores y se dedicaban al “aclarado” de frutales o viñedos para complementar la comida que no era abundante ni variada.

Y mal pagado

Las cantidades que se cobraban por kilos variaron mucho a través de los tiempos. Casi inalterables a lo largo de los primeros treinta años (entre cuatro y ocho céntimos kilo). Más tarde iniciaron una subida que en los años de máximo precio coincidentes con la Segunda Guerra Mundial, y a causa del bloqueo económico que hizo aprovechable el esparto hasta para hacer sacos, alcanzó a pagarse hasta 50 céntimos por kilo verde cogido.

Téngase en cuenta que un número o familia compuesto por marido, mujer y dos hijos de diez a catorce años, podían coger hasta trescientos kilos diarios, lo que daba un salario muy por encima del medio corriente, aunque exigía un esfuerzo mucho mayor.

La crisis del esparto a partir de los años cincuenta, hizo que dejaran de cogerse los montes no cultivados, que eran la totalidad de los del término de Yecla, paralelamente disminuyó y prácticamente desapareció el artesanado dedicado a la confección de capazos, cofinetas, serones, costales, etc.


  • Libro: Relatos del ayer.
  • Hogar de la Tercera Edad de Yecla/Universidad Popular de Yecla/INSERSO.
  • MU-34/1988.
  • Tema: “Profesiones”.
  • Páginas 43 y 44.
  • Blog de José Antonio Ortega
José Antonio Ortega
José Antonio Ortega
"DESDE MI PUPITRE" Intento aprender cada día, y como observador atento procuro escribir un poco de todo con respeto y disciplina, de recuerdos, necesidades y de aquello que mientras pueda, vaya encontrándome por el camino, siempre dando gracias al estímulo de la vida.

Posiblemente unos de los oficios más antiguos que se conozcan por estas tierras, casi tan antiguo como la cerámica, sea el de los esparteros, es decir, la recogida y manufactura del esparto. No en balde los romanos denominaban a una extensión de terreno situada al noroeste de Cartagonova, la actual Cartagena, como “Campus Espartarius” lo cual es suficientemente significativo. A través de los tiempos, en los montes del término municipal de Yecla, de la misma forma que en vecinos términos, se recogía y, con mayor o menor acierto, se manufacturaba la fibra de la citada planta.

El impulso económico y el crecimiento demográfico hizo que a partir de la segunda mitad del siglo pasado y la primera del presente, surgieran pequeñas industrias de cordelería y una profusa artesanía de productos de esparto tales como capazos, “barzas” para siembra, aguaderas para caballerías, cofinetas para prensas de aceite y vino, esteras para carros y para el piso que generalmente eran fabricados en casas particulares por personas de edad madura, cuando no avanzada, y que conseguían así un suplemento económico con el que muy menguadamente sustituían a la inexistente pensión o jubilación.

Estos artesanos solían alinearse en las soleadas calles de los barrios extremos, e incluso en las cuevas del Saliente y Poniente, para trabajar al mismo tiempo que exhibir sus productos.

Montes plagados de esparto

Los montes del término suponían por aquel entonces casi el cuarenta por ciento de la superficie del mismo. El arbolado había desaparecido como consecuencia de la desamortización de 1937, ya que los nuevos propietarios de los montes vendían rápidamente la madera para resarcir el dinero invertido, y el resultado fue que el matorral, de esparto, romero y tomillo, fue cubriendo los montes. Las necesidades de leña y cal fueron menguando, el romero y el esparto fue ganando terreno.

Esto dio lugar a que un cierto número de jornaleros se especializara en la cogida del esparto, faena que no resulta ni demasiado fácil ni descansada. El jornal fijo para esta faena no existía, todo se hacía a destajo.

La familia entera, con mujeres e hijos, se desplazaba a los montes espartizales, todos tomaban parte en la recolección para conseguir el aumento de los kilos recogidos.

Llevaban una acemila, burro casi siempre y mula en contadas ocasiones, en la que acarreaban lo que había de ser su vivienda y alimento los días que durara la recolección. La vivienda consistía en una lona blanca, cuerda, palos y mantas con lo que se confeccionaba la tienda para cobijar. La cama era un montón de “viejos” de esparto, hierba seca o paja de cereal. El menaje era una sartén, una botella de aceite, un botijo, un barrilico de madera de unos dos litros para el vino, un saco de harina otro de arroz (considerado un lujo), una freidera y cucharas.

Un trabajo duro y penoso

El trabajo era penoso: había que arrancar el esparto, limpiarlo de raíces y raigones, ir amontonándolo y atándolo en manojos o “manás”, para después trasladar estos a la “tendida”, a lomos del asno cuando lo había, y a espaldas cuando faltaba. Allí era pesado por el capataz y anotadas las cantidades traídas que serían el pago al fin de semana.

Los segadores lo hacían a mano y llevaban cada uno un tajo, generalmente de un surco y a veces de dos, sin que nadie perjudicara ni molestara o fuera molestado por el vecino de tajo. Determinar lo que correspondía a cada “número” o familia era tan difícil como inexplicable el que fuera resuelto con pocos conflictos.

La “tendida”, era una extensión relativamente llana y casi siempre en solana en donde el esparto se doraba y después atado en bultos de siete y ocho manás con lo que quedaba dispuesto para transportarlo al lugar de su transformación industrial o artesanal. Acabada la jornada, las lumbres se encendían y las comidas se preparaban. Los más jóvenes se desparramaban por los alrededores y se dedicaban al “aclarado” de frutales o viñedos para complementar la comida que no era abundante ni variada.

Y mal pagado

Las cantidades que se cobraban por kilos variaron mucho a través de los tiempos. Casi inalterables a lo largo de los primeros treinta años (entre cuatro y ocho céntimos kilo). Más tarde iniciaron una subida que en los años de máximo precio coincidentes con la Segunda Guerra Mundial, y a causa del bloqueo económico que hizo aprovechable el esparto hasta para hacer sacos, alcanzó a pagarse hasta 50 céntimos por kilo verde cogido.

Téngase en cuenta que un número o familia compuesto por marido, mujer y dos hijos de diez a catorce años, podían coger hasta trescientos kilos diarios, lo que daba un salario muy por encima del medio corriente, aunque exigía un esfuerzo mucho mayor.

La crisis del esparto a partir de los años cincuenta, hizo que dejaran de cogerse los montes no cultivados, que eran la totalidad de los del término de Yecla, paralelamente disminuyó y prácticamente desapareció el artesanado dedicado a la confección de capazos, cofinetas, serones, costales, etc.


  • Libro: Relatos del ayer.
  • Hogar de la Tercera Edad de Yecla/Universidad Popular de Yecla/INSERSO.
  • MU-34/1988.
  • Tema: “Profesiones”.
  • Páginas 43 y 44.
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