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🍁 martes 19 noviembre 2024
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El coleccionista

Un coleccionista es una persona maniática y solitaria que pretende organizar el mundo a su manera. Hay gente que colecciona cosas extravagantes; la mayoría de coleccionistas lo hace con cosas útiles o que tienen un valor monetario y hablan del precio del sello de última adquisición o piden préstamos bancarios para adquirir el nuevo modelo de cualquier producto comercial.

Algunos coleccionistas son millonarios egocéntricos que juntan cosas para demostrar su poder, pero los hay humildes y reservados que coleccionan miniaturas en secreto.
Yo, sin embargo, colecciono cosas inservibles; tengo cierta semejanza con los del síndrome de Diógenes y llevo muchos años con la mirada atenta al suelo o rebuscando entre los escombros, así que he decidido hacer limpieza en el trastero. Necesito espacio para otros cacharros que acabo de conseguir. De los antiguos ya estoy harto, pero me da pena tirarlos.
Los coleccionistas habituales se especializan en un tema; yo no.

Conservo algunos cromos de futbolistas de los años sesenta, tengo una veintena de álbumes incompletos sobre plantas o sobre animales, pero muy deteriorados. Guardo con mimo revistas de música de los ochenta, un póster de Jhon Lennon y varios libros de jardinería en idiomas que no conozco.

También tengo juguetes rotos que guardé para restaurar y piedras con formas raras que encontré en el campo. Junto a estas, algunas ramas o trozos de maderas halladas en mis paseos por la playa . Me gustaba imaginar que quizás pertenecieron a algún barco fenicio que naufragó en el Mediterráneo. Me gusta fantasear con las historias que encierran los objetos encontrados.

Guardo también en un baúl todos los libros de la escuela y cientos de libretas con dibujos o con poemas insustanciales, pero dudo de que todos sean míos: hay algunos con caligrafía exquisita; esos, seguro que yo nunca los escribí. Mi letra es irregular, me gusta el desorden de las líneas y su ilegible apariencia.

Por momentos, dudo de si encender la chimenea y calentar la casa con todos esos papeles. Tengo la certeza de que todo esto es inservible, pero son las virutas de mi vida y con esa duda sigo rememorando recuerdos que cada uno de estos objetos me sugieren.

Hay gente que colecciona coches o relojes; yo no podría vivir en una casa con muchos relojes, sería como estar rodeado de máquinas endemoniadas que te recuerdan que el tiempo pasa inexorablemente.

Sin embargo, tengo una vieja y oxidada llave muy grande que parece que abrió la puerta de un castillo, e imagino que quizás esta sea la llave de los secretos del universo. Aun así, creo que acabarán mis días sin encontrar la cerradura adecuada.

Encuentro un papel con una frase escrita con mayúsculas y la dejo aparte: «He pasado mucho tiempo rebuscando entre los pliegues de los días para encontrar sentido al mundo».
Saturno ladra furioso; es un aviso, nota cuando me enredo en ideas negativas, aburrido de mis murmuraciones. Como no le haga caso, se va al salón, que es el lugar más cálido de la casa.

En esta época del año atardece demasiado pronto y aquí sigo sacando papeles y metiendo en carpetas, reorganizando las cajas y quitando el polvo bajo una luz mortecina. Entre los papeles encuentro una carpeta con reproducciones de cuadros y hay una imagen que siempre ejerció en mí un fuerte poder de seducción: ‘Las espigadoras’ de Millet, y sospecho que a lo mejor soy como estas espigadoras o como los rebuscadores de aceitunas y solo voy a la rebusca de días buenos, de sol mañanero y de algunos placeres sencillos.

Echo una mirada al pasado y sospecho que llevo toda mi vida recogiendo ideas caducas y pensando en un mundo que ya no existe.

Extiendo sobre el suelo un montón de trastos inclasificables para ver si así se dibuja un mapa de mi existencia que explique el sentido de mi búsqueda; no encuentro respuesta, pero me hace gracia tanto barullo. Escucho el coche de Ana y el motor parándose, entra en la casa cantando y llamándome. Saturno y Alba la reciben con entusiasmo y a mí, de pronto, se me ilumina el día.


Blog de Teo Carpena

Teo Carpena
Teo Carpena
Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es

Un coleccionista es una persona maniática y solitaria que pretende organizar el mundo a su manera. Hay gente que colecciona cosas extravagantes; la mayoría de coleccionistas lo hace con cosas útiles o que tienen un valor monetario y hablan del precio del sello de última adquisición o piden préstamos bancarios para adquirir el nuevo modelo de cualquier producto comercial.

Algunos coleccionistas son millonarios egocéntricos que juntan cosas para demostrar su poder, pero los hay humildes y reservados que coleccionan miniaturas en secreto.
Yo, sin embargo, colecciono cosas inservibles; tengo cierta semejanza con los del síndrome de Diógenes y llevo muchos años con la mirada atenta al suelo o rebuscando entre los escombros, así que he decidido hacer limpieza en el trastero. Necesito espacio para otros cacharros que acabo de conseguir. De los antiguos ya estoy harto, pero me da pena tirarlos.
Los coleccionistas habituales se especializan en un tema; yo no.

Conservo algunos cromos de futbolistas de los años sesenta, tengo una veintena de álbumes incompletos sobre plantas o sobre animales, pero muy deteriorados. Guardo con mimo revistas de música de los ochenta, un póster de Jhon Lennon y varios libros de jardinería en idiomas que no conozco.

También tengo juguetes rotos que guardé para restaurar y piedras con formas raras que encontré en el campo. Junto a estas, algunas ramas o trozos de maderas halladas en mis paseos por la playa . Me gustaba imaginar que quizás pertenecieron a algún barco fenicio que naufragó en el Mediterráneo. Me gusta fantasear con las historias que encierran los objetos encontrados.

Guardo también en un baúl todos los libros de la escuela y cientos de libretas con dibujos o con poemas insustanciales, pero dudo de que todos sean míos: hay algunos con caligrafía exquisita; esos, seguro que yo nunca los escribí. Mi letra es irregular, me gusta el desorden de las líneas y su ilegible apariencia.

Por momentos, dudo de si encender la chimenea y calentar la casa con todos esos papeles. Tengo la certeza de que todo esto es inservible, pero son las virutas de mi vida y con esa duda sigo rememorando recuerdos que cada uno de estos objetos me sugieren.

Hay gente que colecciona coches o relojes; yo no podría vivir en una casa con muchos relojes, sería como estar rodeado de máquinas endemoniadas que te recuerdan que el tiempo pasa inexorablemente.

Sin embargo, tengo una vieja y oxidada llave muy grande que parece que abrió la puerta de un castillo, e imagino que quizás esta sea la llave de los secretos del universo. Aun así, creo que acabarán mis días sin encontrar la cerradura adecuada.

Encuentro un papel con una frase escrita con mayúsculas y la dejo aparte: «He pasado mucho tiempo rebuscando entre los pliegues de los días para encontrar sentido al mundo».
Saturno ladra furioso; es un aviso, nota cuando me enredo en ideas negativas, aburrido de mis murmuraciones. Como no le haga caso, se va al salón, que es el lugar más cálido de la casa.

En esta época del año atardece demasiado pronto y aquí sigo sacando papeles y metiendo en carpetas, reorganizando las cajas y quitando el polvo bajo una luz mortecina. Entre los papeles encuentro una carpeta con reproducciones de cuadros y hay una imagen que siempre ejerció en mí un fuerte poder de seducción: ‘Las espigadoras’ de Millet, y sospecho que a lo mejor soy como estas espigadoras o como los rebuscadores de aceitunas y solo voy a la rebusca de días buenos, de sol mañanero y de algunos placeres sencillos.

Echo una mirada al pasado y sospecho que llevo toda mi vida recogiendo ideas caducas y pensando en un mundo que ya no existe.

Extiendo sobre el suelo un montón de trastos inclasificables para ver si así se dibuja un mapa de mi existencia que explique el sentido de mi búsqueda; no encuentro respuesta, pero me hace gracia tanto barullo. Escucho el coche de Ana y el motor parándose, entra en la casa cantando y llamándome. Saturno y Alba la reciben con entusiasmo y a mí, de pronto, se me ilumina el día.


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Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es
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