La Feria del Mueble de Yecla, como todos los yeclanos sabemos desde pequeñicos, es el evento más antiguo de su sector en España, con una trayectoria que se remonta a los años 60. Concebida originalmente como un escaparate para dar visibilidad a la industria local —fundamentalmente compuesta por las pequeñas empresas que buscaban captar clientes tras las escasas ventas habidas durante los meses de verano, de ahí que naciera en septiembre—, la feria ha mantenido casi inalterada su fórmula desde entonces.
En los años fundacionales de aquella feria, lo que hoy podría parecer un gesto casi romántico fue, en su momento, una auténtica revolución colectiva: empresas locales, instituciones públicas y ciudadanos remaron en una misma dirección, impulsados por una necesidad común —visibilizar su industria y abrir mercados más allá del entorno cercano y local—. Esa colaboración, espontánea y pragmática, fue el motor que no solo dio origen al evento, sino que sostuvo su relevancia durante décadas.
Un propósito común
Sin embargo, esa sinergia ya no existe. El contexto ha cambiado radicalmente: muchas de las actuales empresas han superado ya la categoría de «pequeña empresa», con modelos de negocios globales, canales de comercialización diversificados, capacidades exportadoras consolidadas y una oferta de producto y experiencias cada vez más sofisticadas.
Pero lo que ha desaparecido completamente es la capacidad de articular un propósito compartido. Hoy no existe una causa común que convoque al sector como entonces. Las instituciones han seguido impulsando la feria, pero más por inercia política que por visión estratégica. Y así, ha quedado suspendida en un tiempo que ya no le pertenece.
Este desfase entre el propósito inicial y la realidad actual del sector ha generado un efecto no deseado: la Feria de Yecla transmite una imagen de estancamiento, nostalgia y desconexión con el mercado contemporáneo. En lugar de representar la pujanza y el potencial del ecosistema empresarial mueblista, parece anclada en prácticas, discursos y objetivos que poco tienen que ver con las verdaderas dinámicas empresariales actuales.
Futuro
Hoy, lo que falta no es talento, ni recursos, ni oportunidades. Lo que falta es una necesidad común, clara y estimulante, que justifique la existencia misma del evento. Una razón de ser que permita re-imaginar la feria como un espacio de innovación, internacionalización, colaboración industrial o incluso reflexión sectorial.
Sin un nuevo objetivo compartido, cualquier intento por mantenerla será un gesto vacío, una prolongación de su agonía.
El reto está en identificar ese propósito. ¿Debe ser la feria un laboratorio de ideas para el hábitat del futuro? ¿Una plataforma de lanzamiento para jóvenes diseñadores? ¿Un conector entre industria y sostenibilidad? ¿Una puerta abierta a la transformación digital de las PYMEs del mueble? ¿Un escenario de innovación con propuestas selectivas y disruptivas alrededor del pujante mercado del
descanso? ¿Ejemplo de gobernanza colaborativa y cohesión social?
Sea cual sea el rumbo, tiene que ser sentido, colectivo y útil. Si no encontramos pronto ese nuevo propósito, no estaremos ante una feria que envejece. Estaremos simplemente fingiendo que sigue viva.
El diagnostico es acertado. Si todo evoluciona de forma exponencial y la Feria del Mueble la tenemos estancada (suspendida) el final ya se conoce.
Ahora, si tenemos el diagnostico , la clave es conocer quien, quienes, son los «doctores» que van a poner remedio, con medicinas y tratamientos acertados al momento actual, que de como resultado una Feria del Mueble acorde a su tiempo para que sea útil. Si es útil -el talonario de pedidos y los contactos funciona- tendrá sentido y colaboración colectiva. Justificaría la celebración de la Feria.
En plural, algunos «doctores» podría humildemente señalar, pero no es el caso exponerlos aquí, no vaya a ser que les perjudique.