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🌼 sábado 20 abril 2024
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Juegos infantiles

A pesar del mucho tiempo transcurrido, recordamos con una especial deleitación aquellos juegos infantiles de antaño, diferentes a los de la época actual. Tiempos aquellos sosegados y tranquilos en donde la ancha y espaciosa calle de la ciudad yeclana, era escenario propicio para que en ella los peques de entonces se entregasen, sin el más mínimo respeto, como dueños y señores de las amplias aceras y no menos amplias aunque polvorientas calzadas, a los más diversos juegos y entretenimientos, entre gritos y voces disonantes. Nada turbaba la acción de la chiquillería callejera.

No recordamos que existiera en Yecla, en los años referidos, algún automóvil particular. Si acaso, y de vez en cuando, un carro con la correspondiente mula o burra, interrumpía de momento el partido de fútbol, que con gran ardor y combatividad disputábamos los pequeños vecinos, tratando de meter goles al portero enemigo, que defendía su portería entre dos grandes piedras, colocadas en cada extremo de la manzana.

También el “tranco”, era otro de los juegos favoritos. Con un recio palo, de aproximadamente medio metro de dimensión y otro de madera de unos diez centímetros, cuyos extremos acababan en punta, el juego consistía en lanzar un fuerte trallazo con el mango y alejar el tranco lo más posible; si la otra parte contendiente situada al frente, conseguía atenazar en el aire el objeto en cuestión, había ganado de momento la partida, y a él le tocaba entonces lanzar el tranco por el aire. De no conseguirlo, y desde la distancia a que fue alejado éste, tenía que procurar dar con el tranco al palo colocado en posición horizontal, para de este modo alzarse con la victoria definitiva.

Otro juego importante era el de las “bolas”, utensilios redondos, del tamaño de una avellana, las cuales, colocadas en el suelo, eran impulsadas por sus dueños con fuerza, merced a la acción de los dedos índice y pulgar con el resto de la mano a ras de tierra.

La “trompa” también disfrutaba de muchos adeptos. Se trataba de un objeto de madera recia, del tamaño de un huevo o poco más, en cuyo extremo se hallaba una gruesa púa. Con un cordel largo íbamos liando todo el contorno de la trompa para después, con un rápido impulso, lanzarla al suelo, poniéndose esta en rápida circulación, y teniendo como base la citada púa. Antes de que transcurriera el baile, recogíamos la trompa con un golpe diestro de dedos, yendo a parar a la palma de la mano y la lanzábamos sobre unas cuantas monedas desparramadas por el suelo, y con el fuerte coscorrón las monedas salían lanzadas unos metros más lejos.

El “pi-guerra” era otro juego violento, a base de careras entre los participantes, para ir con quiebros en la marcha, sorteando contrarios, hasta tocar con la punta de los dedos al que aguardaba ser rescatado junto a una reja vecina, y éste salir por pies deshaciéndose de sus perseguidores. El juego del “yo-yo”, que era una especie de disco con una gran ranura a su alrededor, donde se extendía un grueso hilo de bramante que iba recogiéndose y deslizándose bajo los diestros impulsos de su dueño.

Entre las niñas se jugaba a la “tabas”, pequeños trozos de huesos de animales, de cabras u ovejas, los cuales, una vez lavados y limpios servían para que las chicas, sentadas en un portal cualquiera, iniciaran una serie de combinaciones hasta que la vencedora se quedaba dueña de todas las tabas.

Otro juego femenino, el “diábolo”, especie de trompeta achatada de bastante peso por ser fabricada de goma maciza y en forma de grandes orejas por los extremos, que se lanzaba al aire por medio de dos palitroques unidos por una cuerda resistente y que con gran habilidad había que recogerse sin que cayera al suelo.

Para irritación de algún pacífico peatón, más de una vez éste pesado artefacto descendiéndose en forma vertiginosa fue a caer en la cabeza del maltrecho ciudadano, que se deshizo de cumplidos “elogios” sobre los familiares de aquellas atrevidas niñas que habían puesto pies en polvorosa ante el cariz que tomaban los acontecimientos. Más inocente resultaba el también muy arraigado “juego de la comba”, que en la actualidad se sigue practicando por un buen número de jovencitas.

Otros muchos juegos podríamos citar que colmaban las aspiraciones de aquellos niños de ayer, hoy convertidos en sesudos abuelos, incapaces de meter un solo gol aún en la portería más ancha y desguarnecida.


  • Libro: Relatos del ayer.
  • Editado por el Hogar de la Tercera Edad/Universidad Popular de Yecla/INSERSO.
  • MU-34/1988.
  • Tema: “Costumbres perdidas”
  • Páginas 71 y 72.
  • Artículos de José Antonio Ortega
José Antonio Ortega
José Antonio Ortega
"DESDE MI PUPITRE" Intento aprender cada día, y como observador atento procuro escribir un poco de todo con respeto y disciplina, de recuerdos, necesidades y de aquello que mientras pueda, vaya encontrándome por el camino, siempre dando gracias al estímulo de la vida.

A pesar del mucho tiempo transcurrido, recordamos con una especial deleitación aquellos juegos infantiles de antaño, diferentes a los de la época actual. Tiempos aquellos sosegados y tranquilos en donde la ancha y espaciosa calle de la ciudad yeclana, era escenario propicio para que en ella los peques de entonces se entregasen, sin el más mínimo respeto, como dueños y señores de las amplias aceras y no menos amplias aunque polvorientas calzadas, a los más diversos juegos y entretenimientos, entre gritos y voces disonantes. Nada turbaba la acción de la chiquillería callejera.

No recordamos que existiera en Yecla, en los años referidos, algún automóvil particular. Si acaso, y de vez en cuando, un carro con la correspondiente mula o burra, interrumpía de momento el partido de fútbol, que con gran ardor y combatividad disputábamos los pequeños vecinos, tratando de meter goles al portero enemigo, que defendía su portería entre dos grandes piedras, colocadas en cada extremo de la manzana.

También el “tranco”, era otro de los juegos favoritos. Con un recio palo, de aproximadamente medio metro de dimensión y otro de madera de unos diez centímetros, cuyos extremos acababan en punta, el juego consistía en lanzar un fuerte trallazo con el mango y alejar el tranco lo más posible; si la otra parte contendiente situada al frente, conseguía atenazar en el aire el objeto en cuestión, había ganado de momento la partida, y a él le tocaba entonces lanzar el tranco por el aire. De no conseguirlo, y desde la distancia a que fue alejado éste, tenía que procurar dar con el tranco al palo colocado en posición horizontal, para de este modo alzarse con la victoria definitiva.

Otro juego importante era el de las “bolas”, utensilios redondos, del tamaño de una avellana, las cuales, colocadas en el suelo, eran impulsadas por sus dueños con fuerza, merced a la acción de los dedos índice y pulgar con el resto de la mano a ras de tierra.

La “trompa” también disfrutaba de muchos adeptos. Se trataba de un objeto de madera recia, del tamaño de un huevo o poco más, en cuyo extremo se hallaba una gruesa púa. Con un cordel largo íbamos liando todo el contorno de la trompa para después, con un rápido impulso, lanzarla al suelo, poniéndose esta en rápida circulación, y teniendo como base la citada púa. Antes de que transcurriera el baile, recogíamos la trompa con un golpe diestro de dedos, yendo a parar a la palma de la mano y la lanzábamos sobre unas cuantas monedas desparramadas por el suelo, y con el fuerte coscorrón las monedas salían lanzadas unos metros más lejos.

El “pi-guerra” era otro juego violento, a base de careras entre los participantes, para ir con quiebros en la marcha, sorteando contrarios, hasta tocar con la punta de los dedos al que aguardaba ser rescatado junto a una reja vecina, y éste salir por pies deshaciéndose de sus perseguidores. El juego del “yo-yo”, que era una especie de disco con una gran ranura a su alrededor, donde se extendía un grueso hilo de bramante que iba recogiéndose y deslizándose bajo los diestros impulsos de su dueño.

Entre las niñas se jugaba a la “tabas”, pequeños trozos de huesos de animales, de cabras u ovejas, los cuales, una vez lavados y limpios servían para que las chicas, sentadas en un portal cualquiera, iniciaran una serie de combinaciones hasta que la vencedora se quedaba dueña de todas las tabas.

Otro juego femenino, el “diábolo”, especie de trompeta achatada de bastante peso por ser fabricada de goma maciza y en forma de grandes orejas por los extremos, que se lanzaba al aire por medio de dos palitroques unidos por una cuerda resistente y que con gran habilidad había que recogerse sin que cayera al suelo.

Para irritación de algún pacífico peatón, más de una vez éste pesado artefacto descendiéndose en forma vertiginosa fue a caer en la cabeza del maltrecho ciudadano, que se deshizo de cumplidos “elogios” sobre los familiares de aquellas atrevidas niñas que habían puesto pies en polvorosa ante el cariz que tomaban los acontecimientos. Más inocente resultaba el también muy arraigado “juego de la comba”, que en la actualidad se sigue practicando por un buen número de jovencitas.

Otros muchos juegos podríamos citar que colmaban las aspiraciones de aquellos niños de ayer, hoy convertidos en sesudos abuelos, incapaces de meter un solo gol aún en la portería más ancha y desguarnecida.


  • Libro: Relatos del ayer.
  • Editado por el Hogar de la Tercera Edad/Universidad Popular de Yecla/INSERSO.
  • MU-34/1988.
  • Tema: “Costumbres perdidas”
  • Páginas 71 y 72.
  • Artículos de José Antonio Ortega
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