Soy la enemiga de las mascotas de las casas en las que trabajo, y no porque no me gusten los animales, que me encantan, de hecho, en casa tenemos a Sombra, una gata negra como el tizón y, en épocas pasadas, también perros y hasta algún pajarillo enjaulado, sino porque mi actividad laboral los incomoda.
Cleo, la gata de Doña Emilia, le tiene terror a la aspiradora y cuando me ve entrar, como ya sabe a lo que vengo, se esconde en algún lugar desconocido y ya no la veo en todo el día. Es más, cuando empecé a trabajar en la casa, me seguía curiosa a todas partes atenta a cada uno de mis movimientos, hasta se enredaba entre mis piernas ronroneando. Luego, cuando comenzaba el ruido, desaparecía, y ahora ya no la veo ni cuando entro; debe olerme antes de llegar y vuelve a su escondite secreto. Pueden pasar semanas, incluso meses, sin dar señales de vida. Cuando termino mi tarea, la llamo, la busco, le pongo comida en su cuenco, insistiendo en el ruido con las bolitas de pienso sobre el comedero de plástico, pero es inútil, no aparece. Esa actitud me desagrada, porque no sé si será cosa de la edad, pero cada vez me gustan más los animales, su compañía, aunque interesada porque dependen de las personas con las que conviven y ellos lo saben, y nos respetan por ese motivo; nos transmiten un afecto desinhibido que nos conduce a pensar que somos mejores seres humanos de lo que en realidad somos. Mera ilusión, lo sé
Con Sombra es diferente, ella conoce distintas facetas mías: sabe que cuando estoy limpiando me estorba, y se retira a su rincón, el que le tengo preparado detrás de la puerta de la cocina. Pero también sabe que soy su sustentadora principal, la que la alimenta, la que limpia su cajón de arena, la que le rasca la panza cuando se tumba a mis pies, esa barriga cálida y suave que apetece tanto acariciar, la que le fabrica pelotas de lana bien apretadas para hacerla correr tras ellas. Conoce a la que pasa la ruidosa aspiradora que absorbe sus pelos, pero también a la que gusta acompañar cuando me relajo al sol en actitud serena cualquier mañana de inverno, o bajo la sombra de los pinos, en el campo, con un buen libro entre las manos. Cuando entro desde la calle y ha estado sola durante horas, corre a la puerta a recibirme maullando feliz de verme. No hay mejor sensación, mejor remedio, que la que proporciona un ser, humano o no, que te demuestra su afecto y cariño.
Saturno, el perro de nuestro amigo Teo, en cuya vivienda también trabajo unas horas a la semana, tiene un comportamiento muy parecido. Cuando hoy he entrado en el salón de la casa, el perro estaba echado a los pies de su dueño mientras leía. Ha levantado sus pesados párpados para mirarme, ha suspirado con resignación, se ha levantado con esfuerzo como si le pesara el culo y, con caminar cansino, ha salido de la casa para refugiarse entre los pinos del jardín. Vaya, que poco afecto demuestra. Teo se ríe, porque humor a este hombre no le falta.
—Te has convertido para él en la bruja de la escoba.
—Si os molesto me voy; vaya papel que me ha tocado en esta obra.
—No te enfades Concha, ¡qué haríamos sin ti!
—Os comería la mierda, siento decírtelo. Vaya sino el mío —digo malhumorada porque si la muestra de cariño es la mejor medicina, el desafecto te envenena la sangre.
—Oye, me tienes que decir en qué puedo contribuir para que tu trabajo sea más llevadero.
—Pues mira sí, ve fregando los platos que hay en la pila, así vamos avanzando.
Oigo a Salvador en el exterior barriendo las hojas del porche. Miro por la ventana y veo los almendros en flor, ya con muchos brotes verdes. La higuera también ha empezado a brotar. Las lilas están a punto de abrirse y pronto llenarán el aire con su fragancia. Hoy también he sentido piar a los primeros vencejos. La primavera llena el alma de alegría, aunque soy consciente de que es demasiado efímera y el color y el aroma de las flores duran lo que un suspiro.
—Hace una tarde buenísima, ahora cuando acabéis, quedaros y organizamos una merienda en la marquesina. —Teo ha debido leer mi pensamiento.
Después de terminar con la vajilla, lo veo coger el coche para acercarse al pueblo. Al rato, vuelve cargado con bandejas envueltas en papel y atadas con un lazo. Ha pasado por la confitería Mari Rosi y ha comprado empanadas de patata y otras delicias saladas que allí hacen muy buenas. Se ha metido en la cocina y ha preparado una ensalada, ha cortado jamón y queso y nos ha organizado un buen banquete. También ha venido Ana, su novia, y ha traído un rico postre. La botella de vino esta vez la ha puesto Salvador, que tiene una buena provisión en la bodega de casa.
El sol se estaba poniendo cuando nos hemos sentado al fresco en el porche, o en la marquesina, como se dice en estas tierras. Saturno ha vuelto a aparecer con su andar remolón y, sin más preámbulo, se ha tumbado debajo de la mesa. He acariciado su cabeza y él ha respondido con un lametón en toda regla, y he sentido que en el fondo me quiere.
Sobre el tema de conversación de la velada no había ninguna duda: los cambios en el Ayuntamiento. Nuestro alcalde, Marcos Ortuño nos ha dejado a media legislatura y se ha marchado a la Comunidad con su amigo López Miras.
—Porque amigos son, ¿os acordáis del último San Isidro que se celebró antes de la pandemia? Se dice que López Miras tenía una novia yeclana por aquel entonces, y vino a la celebración de la fiesta invitado por Marcos. Incluso se vio al presidente en actitud divertida, vestido para la ocasión, jugueteando con una joven durante el pasacalles de las carrozas —comenta Ana.
—¿Cómo olvidarlo? —rio yo— el vídeo corrió como la pólvora.
—Ahora tenemos alcaldesa, la segunda de la democracia después de Cristina Soriano, allá por los noventa —apunta Salvador, el sabio.
—No creo que haya cambios destacables, mismo partido, casi mismo equipo, declaración de continuidad con su predecesor —apuntillo—. No resulta muy ilusionante, aunque se trate de una mujer.
—Bueno, habrá que darle un poco de tiempo, a ver si es o no un revulsivo para la ciudad. De momento, ya ha hablado de forma diferente a su mentor. Ha dado el discurso de toma de posesión desde su perspectiva de madre, y ha dirigido sus primeras palabras como alcaldesa a sus hijos, algo que nunca haría un hombre —comenta Teo.
—Sí, las mujeres siempre a cuestas con el cuidado de los demás. ¡Es muy cansado! —protesto.
Reconozco que hoy no es mi mejor día, es de esos en los que la vida pesa, el trabajo se hace cuesta arriba y necesitas con urgencia un giro. Pienso en que esto de matarme a limpiar la suciedad de los demás no es nada estimulante. Tenía otros planes para mi cuando era joven. Supongo que a otras muchas personas les ocurrirá lo mismo, cualquier tipo de trabajo que tengas que realizar de forma mecánica, poco creativo, día tras día, hora tras hora, no es nada edificante.
—Yo también cuido de ti —responde Salvador mientras me acaricia la mano que apoyo sobre la mesa; debe haberse dado cuenta de mi malhumor. Yo prefiero no contestar a eso en ese momento y seguir con la política local.
—Marquitos es un tipo cercano, simpático, que sabe ganarse a los vecinos con su talante abierto, pero su gestión nos parece a muchos vecinos muy gris. La ciudad no ha experimentado cambios significativos de ordenación urbana, entre otros muchos, ni se ha impulsado debidamente la ciudad más allá de la ya tradicional “Feria del Mueble” como único referente desde hace decenas de años, por lo que probablemente no será difícil imprimir mejoras en la gestión de los asuntos municipales. Y qué decir de los asuntos culturales y turísticos del pueblo. En Yecla todo se limita a festividades del santoral, o relacionadas con la Iglesia, la Patrona, la Semana Santa, San Isidro, y poco o nada más.
—Y este último año, para colmo, ha sido nefasto para la escasa vida cultural de la ciudad —apunta Ana—. En estos oscuros tiempos las instituciones han sido incapaces de ofrecer una oferta cultural atractiva y alternativa, como sí se ha mantenido en otros lugares como Villena, cuya programación cultural me provoca una malsana envidia. Tengo amigos allí que me tienen al corriente. Lo cierto es que Yecla viene precisando desde hace lustros una renovación a fondo en su vida socio-cultural.
Empieza a refrescar y hemos apurado hasta la última gota de la botella de vino y, aunque la velada trascurre agradable, al día siguiente hay que levantarse a trabajar. Soy yo la que conduce en el camino de vuelta. Salvador se ha tomado alguna copa más que yo. Cuando entramos en casa, Sombra nos recibe maullando en protesta por haberla dejado todo el día sola. Le pongo un poco de comida y agua y, a la profusión de caricias, responde con su ronroneo de agradecimiento.
Muy bien esa pequeña chispa de crítica de la gestión municipal. Dejo de reivindicar el asfaltado de la calle Gómez de la Serna (no vivo ahí) y me paso a lo importante.
Dentro de la gestión «gris» del ex-lider local, voy a señalar una, que no es gris, es nula. La conservación del patrimonio arquitectónico.
¿Qué pasaría si nuestro ayuntamiento rehabilitara la esquina del antiguo «el barco»?
Conservar este edificio antiguo genial. Será de algún particular…No preguntarme como se hace, para eso el ayuntamiento tiene personas preparadas en la rehabilitación y formulas para conseguir el objetivo.
Si hasta le tenemos apego emocional. Alcaldesa, vamos.
Cuando paseo por Cartagena veo edificios de las características del antiguo «barco» perfectamente conservados y me da envidia sana.
Ahora que nuestro ex-lider está por esa ciudad romana puede preguntar que hacer para conservar el patrimonio arquitectónico de una ciudad y que lo traslade al ayuntamiento.
La desaparición de estos edificios emblemáticos, caso Cooperativa del mueble (COMED) y muchos otros, hacen que Yecla se quede sin «historia».