Nunca me había fijado en el azul tan intenso que se ve a primera hora de la mañana, una suave brisa acaricia la hierba seca, el olor de los matorrales de hinojo nos acompaña por el camino. Saturno y yo llegamos cansados.
Mi vecino, el del mastín español, me espera cada mañana cuando vuelvo de paseo con mi perro y me da conversación; nunca he soportado a los pesados, pero a este llevo varios días escuchándolo, me cuenta curiosidades sobre su colección de linternas o candiles de todas las épocas: luminarias romana, candiles populares, faroles de aceite, un quinqué de petróleo y cientos de linternas más modernas, con lámparas led y pilas recargables.
También me habla sobre su mili de legionario o de sus viajes al Sahara y me relata con detalles su colección de armas antiguas, “todas con munición” me aclara mirando alrededor con desconfianza y dice que nunca se sabe… Me intriga su colección de linternas, pero lo de las armas no me interesa. Con lo de la Legión se pone pesado y hasta empezó un día a cantarme lo del novio de la muerte. Me cuenta aventuras de caza en un coto castellano y ahí se me eriza el bello, sobre todo cuando describe cómo apuntan a un corzo despistado o cómo lo descuartizan después.
Habla de su familia como si los hubiese adquirido en una rifa y presume de domar a sus hijos como si fuesen fieras. Sus rasgos son duros, la nariz parece diseñada con cartabón, las orejas rojas parece que formen parte de su colección de linternas, su pelo es grasiento y las manos parecen garras; contado así puede resultar desagradable, pero encierra en su mirada un brillo atrayente y me gusta cómo describe el desierto, se le pone cara de niño, se le ablanda la frente y mira al vacío como si adivinase al fondo del campo las dunas del Sahara.
Estuvo en Chile pasando varias noches en el desierto y en el Salar de Atacama, donde dice que disfrutó del amanecer más hermoso que el mundo existe. También fue a Arizona a disfrutar de las noches en el desierto de Sonora y este le impresionó por la grandiosidad. Cuenta excitado que el Camino del Diablo hace honor a su nombre: «Así imagino yo el infierno”, dice. Pero de todos los desiertos, el Sahara es el más misterioso y lo tiene hechizado. Cuenta cómo a través de unos beduinos conoció los secretos de los Djinn y entendió la existencia Divina, alcanzando el éxtasis bajo un cielo poblado de millones de estrellas titilantes.
—Primero se escucha el silencio, varios minutos más tarde escuchas el ruido de las tripas de tu acompañante, tu aparatosa respiración, el fluido de tu sangre, el trasiego de tus intestinos. Y si te quedas quieto, mirando el cielo estrellado, se puede escuchar el sonido de una extraña melodía que suena en las noches silenciosas como lamentos lejanos, esa melodía no se sabía hasta hace poco si proviene de la arena o del firmamento. Marco Polo hablaba de ellas y Paul Bowles, con quien coincidí en Tánger, me habló del desierto exterior y del desierto interior porque coincidimos haciendo grabaciones del Canto de las Dunas…—se le escapan unas lagrimillas por el recuerdo de un amigo que perdió en una expedición a los Montes Atlas y a mí me emociona que un hombre de apariencia tan ruda sea capaz de emocionarse al contar esas cosas.
—Cuando escuchas la melodía del desierto, si eres capaz de escuchar las dunas cantantes, nunca más vuelves a sentir el silencio como un vacío o como una ausencia y entonces suelen pasarte dos cosas: sientes la necesidad de fundirte con las noches o sientes un dolor tremendo, el dolor del mundo…
Dice mi vecino que dos veces al año viaja a algún desierto y ha descubierto que cuando pasa demasiado tiempo entre humanos empieza a enfadarse, se vuelve arisco y siente un deseo irreprimible de gritar. No le di un abrazo porque me da alferecía el contacto con humanos desconocidos, pero me consoló saber que en el mundo existe alguien semejante a mí.
Él tiene sus desiertos, sus armas y sus linternas, yo tengo las madrugadas despobladas donde doy paseos con Saturno cuando el mundo duerme, y nos gusta ir al monte caminando despacio oyendo el movimiento de plantas, o ver el pueblo desde lejos con sus tristes luces, su extraño sonido y un ruido de tráfico constante de las carreteras cercanas; nunca se escucha el silencio total, estoy seguro de que la ausencia absoluta de sonido no existe y de escucharlo enloqueceríamos.