Creo que los yeclanos somos de estómago manchego, de carácter melancólico y de papeles murcianos, pero nos domina la vocación alicantina. Para muchos paisanos nuestros, el triunfo sería tener un piso en la explanada de Alicante y ver su barco atracado en el puerto.
Abundan por estos secarrales las almas marineras.
Conocí el mar en Alicante de niño antes de emigrar a Francia. Un día mi abuelo Teodoro dijo que me iba a llevar a conocer el mar y un domingo nos subimos a un viejo autocar que tardaba casi dos horas en llegar a la capital alicantina. Pasamos el día viendo barcos en el puerto y escuchando las olas en el Postiguet; a mi abuelo le daba miedo el mar, pero solo se lo confesó a su nuera antes de morir cuando estaba en el hospital agonizando. ”Hija, sueño que vienen las olas y me arrastran mar adentro”, le dijo. «¿Y es agradable?», le preguntó mi madre. “No, es la muerte disfrazada de agua, nunca me he bañado en el mar, me da mucho miedo”. La noche en que murió mi abuelo, en el cielo brillaba una luna llena enorme; imagino que en plena marea alta, alguna ola furiosa le arrebató la vida.
Creo que de existir otra vida reposará en una pequeña isla sobre un mar en calma.
El miedo une tanto como el amor, y mi abuelo y yo estábamos muy unidos.
Viviendo en Francia, en el Liceo de Carcassonne empezaron a preguntarnos a los alumnos cuál era el futuro oficio al que pensábamos dedicar nuestra vida. Yo acababa de leer un cómic sobre Ulises y dije lo primero que me vino a la cabeza cuando el profesor dijo mi nombre:
—Marinero.
—¿Mercante o pescador?
—Aventurero como Ulises —respondí, y toda la clase se rio, pensando que estaba de broma, pero el profesor, que me conocía bien, supo que lo decía en serio.
Aquel profesor, que por cierto era de origen tunecino, nos habló de Aníbal Barca, algo que terminó de confirmarme en mi vocación de aventurero.
Seré navegante, le dije una noche a mi abuelo, que entre carcajadas me contestó:
—Pero hijo, si le tienes miedo al agua, que en cuanto te llega a las rodillas te sientes inseguro. —Y eso era cierto, ahora a los setenta y dos años sigo teniendo más miedo al agua que a la vida. Y esa noche mi abuelo me contó el origen de nuestro nombre y la historia de nuestra familia. No sé por qué extraña casualidad, cada vez que mi abuelo me contaba historias familiares, de fondo sonaba una tormenta con relámpagos, truenos y mucha lluvia; aquella noche llovía a mares, o eso me pareció a mí.
—Nos llamamos Teodoro por mi tatara-tarabuelo, que fue un marinero italiano que nació en San Teodoro, una localidad en la isla de Cerdeña. Somos los herederos de los Carpegna, unos sardos fuertes y rudos.Mi tatara-tarabuelo viajó a España en busca de aventuras, porque los Carpegna nunca buscaron riqueza, solo ambicionaban gloria. Lo que pasa es que con la mezcla de sangre yeclana mejoramos la raza y ahora somos mas polifacéticos, pero seguimos manteniendo nuestra vocación marinera.
Lo decía con orgullo; yo me imaginaba al tatara-tatarabuelo de mi abuelo navegando en solitario, enfrentándose a los vientos marinos del Mediterráneo y soñando con españolas turgentes. Me contó también que un abuelo suyo con el mismo nombre que nosotros estuvo en Filipinas y allí dejó descendencia; yo me imaginaba a primos y a tíos míos con los ojos rasgados y espíritus aventureros.
—A este Teodoro, cuando volvió después de navegar por el Pacifico le daban mareos; la tierra firme le producía vértigos, pero encontró a una yeclana que resultó ser tan bamboleante como las olas en alta mar. Y cuando tuvo un hijo yeclano, un cura devoto de San Patricio le quiso bautizar con ese nombre, pero Teodoro Carpena, ya con el apellido españolizado y la yeclana de nombre Marina (que por cierto no se llamaba Marina sino María, pero el descendiente del sardo le cambió el nombre porque al abrazarla siempre sentía el vaivén de los barcos) se negaron en rotundo y dijeron que todos los varones primogénitos de nuestra familia se llamarán Teodoro hasta el día del juicio final.
Mi padre se llamaba Pedro, e intrigado por el asunto, mi abuelo me contó que su hijo primogénito se llamó Teodoro Carpena, pero murió cuando tenía siete años por la coz de una mula mansurrona y medio ciega.
Mi padre, quiso seguir la tradición familiar. Hizo la mili en artillería, pero deseaba conocer el mar. Se embarcó en Cartagena en un mercante que iba a América y cuando el barco atracó en Cádiz para recoger pasajeros, renunció y volvió a Yecla diciendo que no sobreviviría en alta mar porque necesitaba oler a diario la tierra seca. Le pregunté a mi abuelo si todos los Teodoro Carpena de nuestra familia habían vivido en Yecla y me confirmó que no solo habían vivido, sino que también habían muerto bajo este cielo…
—Yo seré el primero de nuestra estirpe que morirá lejos, por propia voluntad y consumido por el fuego —me respondió.
Fui el encargado de esparcir sus cenizas. La mitad en una hermosa viña francesa la noche de Santiago, cuando dicen que pasa el apóstol con su caballo blanco tiñendo las uvas; la otra mitad en la isla de Tabarca, en una noche de San Juan.
Sobre la descripción de como somos los yeclanos, Castillo Puche o Azorin decían que ni éramos alicantinos, ni manchegos, ni murcianos, Yecla era un pueblo «raro».
Castillo Puche sostenía que Hécula (Yecla) no es como los demás pueblos, mi pueblo tiene un secreto particular, tan perturbador como su vino.
También decía que Hécula había progresado en los últimos años y prueba de su adelanto, señala en el libro «con la muerte al hombro» , está en que el vino perdió grados, los Escolapios tienen ya algún licenciado y camino de la estación se acababa de fundar una Cooperativa de muebles.
No tengo claro que seamos los de Yecla muy marineros al ser de tierra adentro. Nadie quería ir a la mili al cuerpo de marinería entre otras cosas porque se hacían 4 meses más de mili que en tierra.
Vi el mar por primera vez a los 14 años, como no, en Alicante. Llevé una decepción siempre pensé que se podría ver el mar hasta que se perdiera la vista sin reparar en que la tierra no es plana. Estando de vacaciones en Alicante, en la playa, me enteré que unos astronautas estadounidenses habían llegado a la luna. De los astronautas rusos nunca supe nada.
Por razones de geografía Alicante ha sido el sitio de referencia para ver el mar y bañarnos de la mayoría de yeclanos. El Mar Menor, Águilas, Mazarrón y zona costera murciana nos queda más lejos, antes aún peor por el estado de las carreteras.
Durante el encierro perimetral por la pandemia, muchos yeclanos/as que ganas teníamos de que abrieran las «fronteras» para irnos a pasar un domingo a Alicante.
Tabarca, esplanada, noche de San Juan… símbolos alicantinos de «la millor terra de món».
Alicante nos gusta por su mar, Murcia por su gastronomía y por su buen tiempo en invierno.