Hoy quiero hablarles de una persona que trajo al mundo muchas vidas: Consuelo Riquelme, conocida por todos y ante todo por muchísimas mujeres como Consuelito ‘la comadrona’.
Su tía doña Consuelo Pérez Gallar que era matrona fue quien la animó a estudiar la profesión, y seguramente dejando aparte cualquier otra indecisión y eligiendo una determinada faceta de su carácter dominado por la vocación, realizó los estudios y con 18 años empezó a trabajar.
Comenzó yendo por las casas; el marido, o cualquier familiar de la parturienta, iba a por ella y asistía en los domicilios. Tiempo más tarde y después de haberse perfeccionado en nuestra maternidad, popularmente conocida como “el Hospitalico”, continuó desempeñando su labor en el Hospital Virgen del Castillo, al principio denominado residencia sanitaria, y por el cual también ella luchó junto a otras personas con uñas y dientes para conseguir que se construyera y poder hacerlo realidad, ya que eran demasiadas las mujeres que yendo a Murcia desde Yecla por partos complicados, se quedaban en la carretera en viajes que por aquel entonces duraban casi dos horas para cien kilómetros.
Con 38 años tuvo el primer infarto, al que siguieron otros y muchas anginas de pecho, hasta el punto de que su cardiólogo llegó a decirle que no cumpliría los 40; afortunadamente no fue así.
Consuelito enviudó muy joven, a la edad de 45 años, pero continuó luchando, además de por sus tres hijos que eran muy jóvenes, dos mujeres y un varón.
Se acumulaban las circunstancias y en 1988 sufrió un accidente, resultó atropellada por un coche que le destrozó toda la parte derecha de su cuerpo y tras diversas operaciones y posterior rehabilitación, en la que también tuvo su papel el esfuerzo en pintarse los labios porque no llegaba con los brazos, consiguió volver a trabajar con un motivo más para la esperanza, aunque al cabo de un tiempo, cuando fijaron los turnos de 24 horas optó por la jubilación al no poder estar tantas horas.
En aquellos momentos me cuenta su hija Consuelo (mi asesora del artículo) todos ellos tuvieron miedo, porque no se la imaginaban quieta en casa, tan resuelta ella siempre para todo. Dicho lo cual, enseguida se buscó actividades culturales, se apuntó a pintura y casi no paraba en casa. Consuelito dedicó su vida a su familia y por una vocación innata por supuesto a la profesión. Era una persona tan vitalista y con unas ganas de vivir inmensas que no tenía un no por respuesta para nadie. Podríamos decir que un ama de casa con diez faenas, y una tarea fundamental en aquellos años con muchas carencias, haciéndolo sin horarios, trabajando con sus manos en la tierra y el señor en el cielo.
Años complicados con multitud de anécdotas de la propia vida. Tiempos de necesidades. Me cuenta su hija Consuelo, por ejemplo, de estar Consuelito en el cine y llamarla o buscarla el aposentador para alguna asistencia; o cómo en una ocasión llegó a una casa en la cual el dormitorio era tan pequeño que hubo que trasladar a la mujer a la cocina para que diera a luz encima de la mesa. Cuando se apuntaló la maternidad, “el Hospitalico”, llegó una inspección preguntando si anestesiaban a las parturientas y ella les contestó que cuando sacaban a las mujeres por el pasillo se iban dando golpes con los puntales y por consiguiente ya llegaban al paritorio anestesiadas.
Como resultado de parte de esto, y de sus ganas de vivir, la sanidad es una planta que tenemos que cultivar cada día. Hasta cuando pudo, Consuelito contribuyó en el tema sanitario con dedicación exclusiva, siempre motivada y con alegría.
Doña Consuelo Riquelme adoraba ser matrona y en este planeta que pisamos, después de traer a la vida a sus nidos a muchos niños, después de muchos años en los menesteres de una de las profesiones más bonitas y reconfortantes, falleció el pasado julio y descansa plácidamente en su cuna tras un meticuloso trabajo y una vida muy activa.
Artículos de José Antonio Ortega