Cuando compré la casa en la que vivo, la inmobiliaria me preguntó qué hacía con una estantería llena de libros, con los muebles y con una amplia colección de utensilios campestres y de herramientas que dejaron los antiguos dueños. Les dije que la estantería y los libros los dejaran donde estaban. Los libros viejos casi siempre cuentan dos historias, la del autor y la del lector. Y estas últimas me interesan mucho.
Les dije que los muebles no los quería; esos sí los podían tirar (los muebles viejos también cuentan historias de sus dueños, pero yo llegaba con los míos). De los cacharros, les sugerí que los guardaran en cualquiera de las habitaciones de la planta alta en cajones de madera.
De vez en cuando, hago repaso a la vieja estantería heredada de los antiguos habitantes de la casa e intento averiguar algo de ellos. Lo único que supe a través de la inmobiliaria es que era un matrimonio formado por un señor mayor nacido en Yecla, llamado Alberto, que emigró a Alicante, donde se casó con una mujer mas joven de nombre Esther, que tenían una tienda de moda y que venían algunas veces para las fiestas de San isidro y algunas Navidades con amigos. Ella les contó que ahora que el marido había muerto, vendía la casa porque no tenía amigos en el pueblo ni apego a la propiedad ni interés en mantener una segunda vivienda.
En la estantería hay una colección vieja e incompleta de Biblioteca Básica SALVAT, con libros de Unamuno, Pío Baroja, Azorín, Benavente o Galdós. Una enciclopedia ilustrada de ocho tomos de 1890. “Poesía completa” de Antonio Machado y una antología de poesía española con una dedicatoria: “Felicidades, amor mío. Elena”.
También hay una importante colección de antiguos manuales de navegación, cuadernos de ejercicios, un libro de señales marinas, un libro de geometría en francés y un tratado de astronomía náutica y de navegación. Y me pregunto, ¿por qué este hombre, a quien le interesaba la navegación y posiblemente hiciese un curso de patrón de barco, se compró una casa en el interior, casi en La Mancha, solo por el hecho de haber nacido aquí? Y esa pregunta también me la traslado a mí mismo: ¿Qué hago yo aquí, en un territorio seco, agreste y donde predominan los secarrales pardos?
No tengo respuesta.
También hay un conjunto numeroso de novelas policíacas o del oeste americano de un tal Curtis Garland, y esto me deja perplejo. Son de esas novelas que se compraban en quioscos y que la gente intercambiaba. Las llamaban también novelas “de a duro”, literatura de obreros y campesinos de los sesenta.
Y me sorprende porque en nuestra casa familiar en Francia, después de la muerte de mis padres, hicimos limpieza para deshacernos de trastos viejos y encontramos más de veinte novelitas de bolsillo de Bruguera (de las de a duro) de mi padre, donde abundaban las de este mismo autor. Intenté leer algunas, pero me aburrí a la segunda. Ahora, como por arte de magia, me vuelvo a encontrar con las mismas novelitas. ¿Estará el destino o alguna fuerza sobrenatural mandándome algún mensaje a través de este Curtis Garland?
He investigado sobre él y resulta ser uno de los varios seudónimos de Juan Gallardo Muñoz, pero eso es otra historia.
De todo el material de los antiguos pobladores de la casa de Yecla, lo más llamativo es un diario que encontré escondido detrás de los volúmenes de la enciclopedia. Son cuatro cuadernos de tapas azules bien conservados. Leo detenidamente varias hojas. Antes de cada anotación, solo vienen el día y el mes, pero no el año. En la primera página, escrito en mayúsculas, pone: “ALBERTO PUCHE, A DIARIO”. Los textos están escritos con una letra muy clara y menuda:
28 de octubre
“Es de noche, una noche cerrada y cada vez que la oscuridad es tan intensa siento deseos irrefrenables de huir, pero sé que no debo, el amor y el sentido de la responsabilidad me atan a esta vida, que a veces me atenaza de tal manera, que me produce un fuerte dolor de cabeza. Hoy el viento no ha cesado en todo el día. No pude salir a la calle. Este aire es insoportable y me despierta deseos extremos”.
¡Otro al que no le gustaba el aire yeclano! No sé a qué deseos extremos se referiría, pero es verdad que este viento se te mete por los oídos, te taladra, penetra hasta ablandarte los sesos, te agota y produce desazón. Estoy pensando que cuando todo esto pase y pueda viajar, me voy a ir a pasar unos días a Alicante.
Dentro del diario de Alberto había una vieja postal en color sepia del puerto alicantino. Detrás tiene escrito un mensaje amoroso: “Querido Alberto, amor mío, te espero junto al mar. Añoro tus besos y las noches se me hacen eternas sin ti. De tu amada Elena”. 3 de abril de 1954.
¿Era el mensaje de un amor secreto, o de un amor anterior a Esther? ¿Por qué guardaba la postal entre las hojas del diario? La he colocado sobre el espejo del recibidor, me gusta esta imagen, la disfruto al entrar o al salir de la casa y de vez en cuando le doy la vuelta y leo el mensaje. Mi imaginación vuela para pasear por el puerto alicantino; veo a los amantes besándose en la playa del Postiguet con los pies descalzos, mientras unas olas adormecidas bañan sus pies.
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Gracias por el relato
Es sana y venerable costumbre conservar libros antiguos, no así desvelar reflexiones íntimas de otras personas.