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🌼 viernes 19 abril 2024
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Yo estuve en Kerkrade

¿Cómo definir un sentimiento o una emoción? ¿Cómo interpretar un sueño o explicar la magia? Yo, que estuve en Kerkrade, voy a intentar resumir lo que pasó aquella noche, aunque no garantizo nada.

Cuando accedimos a las modernas instalaciones, yo creo que recientes, del Teatro Heerlen; el lugar, sin duda, era el propicio, un teatro imponente, nuevo y hermoso a la vez; el escenario, solamente ocupado por sillas y atriles, tenía unas dimensiones enormes; cualquiera que se subiera al mismo corría el riesgo de sentirse acomplejado, empequeñecido ante tamaña superficie.

Dentro, en el patio de butacas, había personas de distintas nacionalidades que se disponían a disfrutar del espectáculo como habían hecho con las bandas que nos habían precedido en la misma jornada. Nosotros, los de Yecla, estábamos allí para disfrutar; pero también para apoyar a los nuestros, nuestros músicos tenían que sentirse arropados por su pueblo, y teníamos la alta misión de transmitirles la cercanía de sus paisanos, de su gente… Y a fe que lo conseguimos, allí estaba representada Yecla entera. Magia…

El reloj avanzaba de forma inexorable pero muy lentamente, perezoso. Todos ocupábamos  nuestros respectivos lugares esperando a que diera comienzo el gran acontecimiento. La tensión iba en aumento y esto se notaba en los rostros, también tensos, de los yeclanos. Vuelta a mirar al reloj que solo había avanzado unos minutos. El inmenso escenario permanecía lleno solo de sillas y atriles en su parte central; algún operario daba los últimos retoques y, en la pared del fondo, una gran pantalla anunciaba de forma permanente la actuación de la Banda: “Banda Sinfónica Asociación de Amigos de la Música de Yecla”.

Ya se acerca la hora. El presentador sale a escena para anunciarnos la actuación de nuestra Banda, se hace el silencio y, cuando termina, casi de forma sincronizada, van apareciendo nuestros músicos que, ordenadamente, van ocupando sus respectivos lugares. El aplauso de los yeclanos fue atronador. También, por un lateral del patio de butacas aparecen cuatro personas con caras inexpresivas, que ocuparon la parte central del mismo; son los miembros del jurado. Acto seguido y después de unos segundos que la banda aprovecha para poner a punto sus instrumentos, aparece en escena desde un lateral nuestro director, Ángel Hernández. ¿Cómo es posible que una persona pueda transmitir, al mismo tiempo que se intensifican los aplausos, tantas sensaciones de aplomo, seguridad y dominio de la situación? Con paso firme y decidido, saludando por el camino a sus músicos que respetuosamente lo reciben de pie, ocupa su lugar central en el escenario dispuesto a dirigir, seguramente, uno de los conciertos de su vida. Ahora, el escenario ya no parece tan grande. Magia…


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Llegó la hora de la verdad. De nuevo el silencio. El director, dando la espalda al público, da las últimas instrucciones a sus músicos. De pronto se gira y busca con la mirada a los miembros del jurado para solicitar permiso para comenzar la actuación. En un primer momento no los localiza y se produjo una situación casi cómica, más bien balsámica diría yo, que hizo sonreír a algunos de los presentes,  incluido el mismo director. Cumplido el protocolo, ahora sí, comienza el concierto para alcanzar la gloria.

Silencio absoluto. A la orden del Maestro fluyen las primeras notas del pasodoble «Yakka” (“el mejor pasodoble del mundo”). Silencio sobrecogedor, el corazón en un puño y la sensibilidad a flor de piel. A medida que va transcurriendo el concierto, la magia hace que el escenario se vaya empequeñeciendo al mismo tiempo que nuestra Banda se va haciendo cada vez más grande. Silencio estremecedor; y la música, que lo va envolviendo todo, poco a poco se va adueñando del Teatro. Cuando finaliza el pasodoble, los aplausos de todos los yeclanos puestos en pie rompen el encantamiento, y todo el público, contagiado del entusiasmo yeclano, aplaude la sublime actuación de la Banda. Todos menos los cuatro miembros del jurado que permanecen inmóviles en sus asientos como si con ellos no fuera la cosa.

Ahora comienza el concurso, ya que la primera obra estaba fuera del mismo. A nosotros, los de Yecla, realmente esta circunstancia nos daba igual, ya que sabíamos que el concierto estaba preparado minuciosamente, desde el principio hasta el final. Ángel inicia otra vez el protocolo, pide permiso y ordena a los suyos el comienzo de la obra obligatoria, “Summer Dances”. De nuevo, silencio absoluto. Y la música que suena como los ángeles, que revoluciona los corazones y hace aflorar los sentimientos. Y nuestra Banda, cada vez más grande, mágica, en un escenario que se quedaba pequeño, minúsculo, estaba dando un recital que nunca olvidaremos. Y todas las notas musicales en perfecta armonía decoraban el ambiente y recorrían todo el Teatro, y se quedaban allí para deleite de todos, y allí siguen y permanecerán allí para siempre. Magia…

Termina la segunda obra y, otra vez, el público puesto en pie aplaude la magistral actuación de la Banda. Ahora los miembros del jurado ya no permanecen impasibles ante lo que estaba sucediendo; y dos de ellos, seguramente contagiados por la belleza del espectáculo, aplauden la actuación de los nuestros, mientras los otros dos asienten con la cabeza. Yecla estaba conquistando lo más alto de Kerkrade.

Todavía quedaba la tercera, la obra que cada banda elegía como interpretación libre. Nuestra banda había elegido “Give us this day”, una obra que, según los entendidos, estaba llena de matices que requería de una gran preparación técnica. Y preparación nos sobraba, ¿cuántas horas ensayando?, ¿cuánto esfuerzo derrochado con absoluta generosidad?, ¿cuánto tiempo robado a sus parejas, sus hijos, sus familias? Y todo para no dejar nada a la improvisación, para alcanzar la perfección. Y la música rompe de nuevo el silencio y vuelve a sonar transparente, azul y blanca, celestial. Al fondo solo hay músicos, el escenario es ahora tan pequeño que apenas se ve, solo músicos; casi un centenar de gigantes que se han hecho fuertes y han conquistado definitivamente Kerkrade. Otra vez la magia…

Por favor, ¡qué esto no acabe nunca, queremos seguir en el cielo! Ya no hay nervios ni tensión. La música lo sigue envolviendo todo y una, otra, otra y otra vez más nos sigue acariciando el oído. Ahora sí pasa el tiempo deprisa, mucho más rápido de lo que todos quisiéramos y, casi sin darnos cuenta, Ángel, nuestro director daba el último golpe de maestría que ponía el punto y final a la actuación de la Banda. Un final apoteósico, un colofón impresionante que levantó como un resorte al público de sus asientos que, aplaudiendo a rabiar, vitoreaba a su Banda. El aplauso se prolongó hasta que el último músico abandonó el escenario.

Comienza la fiesta. El presentador nos anuncia que las puntuaciones se darían a conocer en unos veinticinco minutos. Pasara lo que pasara nos daba igual. La Banda había demostrado que estaba allí por méritos propios, que no habíamos tocado a la sombra de nadie y que brillábamos con luz propia. Los músicos, que ya habían abandonado los camerinos, se mezclaron con el público y, juntos, bailamos al ritmo de la música que se emitía a través de la megafonía del teatro. Un grupo de italianos, contagiados por el entusiasmo de los yeclanos se unió a la fiesta aportando algunos cánticos pegadizos de su tierra. Los móviles emitían y recibían mensajes a 2.000 kilómetros de distancia. Yecla estaba viviendo el acontecimiento prácticamente en tiempo real.

Y llega el momento de las puntuaciones. El presentador va llamando uno a uno, y por el mismo orden en que habían actuado, a los representantes de las distintas bandas; la primera en subir fue la de San Clemente (Cuenca), la última en hacerlo, la nuestra, “Banda Sinfónica de la Asociación de Amigos de la Música de Yecla”. Todos ocupan el centro del escenario; en representación de la Banda de Yecla suben Ángel Hernández, el director; y Francisco Muñoz, el presidente de la Asociación de Amigos de la Música.

También por el mismo orden se daban a conocer las puntuaciones. La primera puntuación estaba referida a la obtenida por la interpretación de la obra obligada; la segunda a la libre y la tercera se correspondía con la media aritmética de las otras dos. Las puntuaciones de las bandas anteriores a la nuestra superaban los 80 puntos sobre 100, y algunas se acercaban a los 90. Realmente eran puntuaciones sobresalientes, cosa que no es de extrañar teniendo en cuenta que allí estaban las mejores bandas del mundo.

Atención, llega nuestra puntuación. Antes de ser proyectada en pantalla, el presentador las va diciendo en inglés. La primera, ninety five with sixty seven points. Esta puntuación todo el mundo la entendió porque sonaba en perfecto yeclano (95,67). Estallido en el público. La segunda, también en perfecto yeclano, ninety six with sixty seven points (96,67). Segundo estallido en el público. Y la tercera, ninety five with seventeen points, que todos entendimos a la primera porque también sonaba en yeclano con meridiana nitidez, (96,17). Y se desató la locura; las banderas españolas ondeaban en el teatro, la pancarta “Yecla con su Banda de Música”, de apoyo a los nuestros, se exhibía con orgullo. Todavía en el escenario permanecían todos los representantes porque quedaba un  último acto protocolario, la entrega de la medalla de oro a nuestra Banda por ser la mejor del certamen y una mención especial, el timbal de oro, por haber alcanzado la mayor puntuación de todas las bandas que habían actuado ese día en Kerkrade. Deportivamente, todos dieron la enhorabuena a la Banda de Yecla. Y ahora sí. Todo el mundo se abrazaba, se liberó toda la tensión, la gente lloraba de emoción, los músicos mantearon a Ángel que se resistía, pero poco. Después vi a algunos músicos tirados en el suelo que no podían contener las lágrimas. Y no era para menos, estábamos siendo la mejor banda del mundo hasta ese momento, con una puntuación de matrícula de honor que hay que buscar allá donde residen las estrellas.

Y en Yecla, en una mágica simbiosis de los yeclanos con sus músicos, también se vivió este momento. La gente, llenando las terrazas de bares y cafeterías, seguía a través de las redes sociales lo que estaba ocurriendo en Kerkrade. Y también estalló de júbilo al conocer el resultado. La gente brindaba con vino, cerveza, cava… y lloraba de emoción porque nuestra Banda había llegado a lo más alto.

Y el próximo sábado nos volveremos a encontrar, la Banda con Yecla para agradecer su apoyo incondicional, y Yecla, que inundará las calles, con la Banda para agradecer a sus músicos el esfuerzo realizado.

¿Cómo explicar la magia? Yo estuve en Kerkrade aquella noche del 22 de julio de 2017.

Francisco Ortín Juan


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¿Cómo definir un sentimiento o una emoción? ¿Cómo interpretar un sueño o explicar la magia? Yo, que estuve en Kerkrade, voy a intentar resumir lo que pasó aquella noche, aunque no garantizo nada.

Cuando accedimos a las modernas instalaciones, yo creo que recientes, del Teatro Heerlen; el lugar, sin duda, era el propicio, un teatro imponente, nuevo y hermoso a la vez; el escenario, solamente ocupado por sillas y atriles, tenía unas dimensiones enormes; cualquiera que se subiera al mismo corría el riesgo de sentirse acomplejado, empequeñecido ante tamaña superficie.

Dentro, en el patio de butacas, había personas de distintas nacionalidades que se disponían a disfrutar del espectáculo como habían hecho con las bandas que nos habían precedido en la misma jornada. Nosotros, los de Yecla, estábamos allí para disfrutar; pero también para apoyar a los nuestros, nuestros músicos tenían que sentirse arropados por su pueblo, y teníamos la alta misión de transmitirles la cercanía de sus paisanos, de su gente… Y a fe que lo conseguimos, allí estaba representada Yecla entera. Magia…

El reloj avanzaba de forma inexorable pero muy lentamente, perezoso. Todos ocupábamos  nuestros respectivos lugares esperando a que diera comienzo el gran acontecimiento. La tensión iba en aumento y esto se notaba en los rostros, también tensos, de los yeclanos. Vuelta a mirar al reloj que solo había avanzado unos minutos. El inmenso escenario permanecía lleno solo de sillas y atriles en su parte central; algún operario daba los últimos retoques y, en la pared del fondo, una gran pantalla anunciaba de forma permanente la actuación de la Banda: “Banda Sinfónica Asociación de Amigos de la Música de Yecla”.

Ya se acerca la hora. El presentador sale a escena para anunciarnos la actuación de nuestra Banda, se hace el silencio y, cuando termina, casi de forma sincronizada, van apareciendo nuestros músicos que, ordenadamente, van ocupando sus respectivos lugares. El aplauso de los yeclanos fue atronador. También, por un lateral del patio de butacas aparecen cuatro personas con caras inexpresivas, que ocuparon la parte central del mismo; son los miembros del jurado. Acto seguido y después de unos segundos que la banda aprovecha para poner a punto sus instrumentos, aparece en escena desde un lateral nuestro director, Ángel Hernández. ¿Cómo es posible que una persona pueda transmitir, al mismo tiempo que se intensifican los aplausos, tantas sensaciones de aplomo, seguridad y dominio de la situación? Con paso firme y decidido, saludando por el camino a sus músicos que respetuosamente lo reciben de pie, ocupa su lugar central en el escenario dispuesto a dirigir, seguramente, uno de los conciertos de su vida. Ahora, el escenario ya no parece tan grande. Magia…


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Llegó la hora de la verdad. De nuevo el silencio. El director, dando la espalda al público, da las últimas instrucciones a sus músicos. De pronto se gira y busca con la mirada a los miembros del jurado para solicitar permiso para comenzar la actuación. En un primer momento no los localiza y se produjo una situación casi cómica, más bien balsámica diría yo, que hizo sonreír a algunos de los presentes,  incluido el mismo director. Cumplido el protocolo, ahora sí, comienza el concierto para alcanzar la gloria.

Silencio absoluto. A la orden del Maestro fluyen las primeras notas del pasodoble «Yakka” (“el mejor pasodoble del mundo”). Silencio sobrecogedor, el corazón en un puño y la sensibilidad a flor de piel. A medida que va transcurriendo el concierto, la magia hace que el escenario se vaya empequeñeciendo al mismo tiempo que nuestra Banda se va haciendo cada vez más grande. Silencio estremecedor; y la música, que lo va envolviendo todo, poco a poco se va adueñando del Teatro. Cuando finaliza el pasodoble, los aplausos de todos los yeclanos puestos en pie rompen el encantamiento, y todo el público, contagiado del entusiasmo yeclano, aplaude la sublime actuación de la Banda. Todos menos los cuatro miembros del jurado que permanecen inmóviles en sus asientos como si con ellos no fuera la cosa.

Ahora comienza el concurso, ya que la primera obra estaba fuera del mismo. A nosotros, los de Yecla, realmente esta circunstancia nos daba igual, ya que sabíamos que el concierto estaba preparado minuciosamente, desde el principio hasta el final. Ángel inicia otra vez el protocolo, pide permiso y ordena a los suyos el comienzo de la obra obligatoria, “Summer Dances”. De nuevo, silencio absoluto. Y la música que suena como los ángeles, que revoluciona los corazones y hace aflorar los sentimientos. Y nuestra Banda, cada vez más grande, mágica, en un escenario que se quedaba pequeño, minúsculo, estaba dando un recital que nunca olvidaremos. Y todas las notas musicales en perfecta armonía decoraban el ambiente y recorrían todo el Teatro, y se quedaban allí para deleite de todos, y allí siguen y permanecerán allí para siempre. Magia…

Termina la segunda obra y, otra vez, el público puesto en pie aplaude la magistral actuación de la Banda. Ahora los miembros del jurado ya no permanecen impasibles ante lo que estaba sucediendo; y dos de ellos, seguramente contagiados por la belleza del espectáculo, aplauden la actuación de los nuestros, mientras los otros dos asienten con la cabeza. Yecla estaba conquistando lo más alto de Kerkrade.

Todavía quedaba la tercera, la obra que cada banda elegía como interpretación libre. Nuestra banda había elegido “Give us this day”, una obra que, según los entendidos, estaba llena de matices que requería de una gran preparación técnica. Y preparación nos sobraba, ¿cuántas horas ensayando?, ¿cuánto esfuerzo derrochado con absoluta generosidad?, ¿cuánto tiempo robado a sus parejas, sus hijos, sus familias? Y todo para no dejar nada a la improvisación, para alcanzar la perfección. Y la música rompe de nuevo el silencio y vuelve a sonar transparente, azul y blanca, celestial. Al fondo solo hay músicos, el escenario es ahora tan pequeño que apenas se ve, solo músicos; casi un centenar de gigantes que se han hecho fuertes y han conquistado definitivamente Kerkrade. Otra vez la magia…

Por favor, ¡qué esto no acabe nunca, queremos seguir en el cielo! Ya no hay nervios ni tensión. La música lo sigue envolviendo todo y una, otra, otra y otra vez más nos sigue acariciando el oído. Ahora sí pasa el tiempo deprisa, mucho más rápido de lo que todos quisiéramos y, casi sin darnos cuenta, Ángel, nuestro director daba el último golpe de maestría que ponía el punto y final a la actuación de la Banda. Un final apoteósico, un colofón impresionante que levantó como un resorte al público de sus asientos que, aplaudiendo a rabiar, vitoreaba a su Banda. El aplauso se prolongó hasta que el último músico abandonó el escenario.

Comienza la fiesta. El presentador nos anuncia que las puntuaciones se darían a conocer en unos veinticinco minutos. Pasara lo que pasara nos daba igual. La Banda había demostrado que estaba allí por méritos propios, que no habíamos tocado a la sombra de nadie y que brillábamos con luz propia. Los músicos, que ya habían abandonado los camerinos, se mezclaron con el público y, juntos, bailamos al ritmo de la música que se emitía a través de la megafonía del teatro. Un grupo de italianos, contagiados por el entusiasmo de los yeclanos se unió a la fiesta aportando algunos cánticos pegadizos de su tierra. Los móviles emitían y recibían mensajes a 2.000 kilómetros de distancia. Yecla estaba viviendo el acontecimiento prácticamente en tiempo real.

Y llega el momento de las puntuaciones. El presentador va llamando uno a uno, y por el mismo orden en que habían actuado, a los representantes de las distintas bandas; la primera en subir fue la de San Clemente (Cuenca), la última en hacerlo, la nuestra, “Banda Sinfónica de la Asociación de Amigos de la Música de Yecla”. Todos ocupan el centro del escenario; en representación de la Banda de Yecla suben Ángel Hernández, el director; y Francisco Muñoz, el presidente de la Asociación de Amigos de la Música.

También por el mismo orden se daban a conocer las puntuaciones. La primera puntuación estaba referida a la obtenida por la interpretación de la obra obligada; la segunda a la libre y la tercera se correspondía con la media aritmética de las otras dos. Las puntuaciones de las bandas anteriores a la nuestra superaban los 80 puntos sobre 100, y algunas se acercaban a los 90. Realmente eran puntuaciones sobresalientes, cosa que no es de extrañar teniendo en cuenta que allí estaban las mejores bandas del mundo.

Atención, llega nuestra puntuación. Antes de ser proyectada en pantalla, el presentador las va diciendo en inglés. La primera, ninety five with sixty seven points. Esta puntuación todo el mundo la entendió porque sonaba en perfecto yeclano (95,67). Estallido en el público. La segunda, también en perfecto yeclano, ninety six with sixty seven points (96,67). Segundo estallido en el público. Y la tercera, ninety five with seventeen points, que todos entendimos a la primera porque también sonaba en yeclano con meridiana nitidez, (96,17). Y se desató la locura; las banderas españolas ondeaban en el teatro, la pancarta “Yecla con su Banda de Música”, de apoyo a los nuestros, se exhibía con orgullo. Todavía en el escenario permanecían todos los representantes porque quedaba un  último acto protocolario, la entrega de la medalla de oro a nuestra Banda por ser la mejor del certamen y una mención especial, el timbal de oro, por haber alcanzado la mayor puntuación de todas las bandas que habían actuado ese día en Kerkrade. Deportivamente, todos dieron la enhorabuena a la Banda de Yecla. Y ahora sí. Todo el mundo se abrazaba, se liberó toda la tensión, la gente lloraba de emoción, los músicos mantearon a Ángel que se resistía, pero poco. Después vi a algunos músicos tirados en el suelo que no podían contener las lágrimas. Y no era para menos, estábamos siendo la mejor banda del mundo hasta ese momento, con una puntuación de matrícula de honor que hay que buscar allá donde residen las estrellas.

Y en Yecla, en una mágica simbiosis de los yeclanos con sus músicos, también se vivió este momento. La gente, llenando las terrazas de bares y cafeterías, seguía a través de las redes sociales lo que estaba ocurriendo en Kerkrade. Y también estalló de júbilo al conocer el resultado. La gente brindaba con vino, cerveza, cava… y lloraba de emoción porque nuestra Banda había llegado a lo más alto.

Y el próximo sábado nos volveremos a encontrar, la Banda con Yecla para agradecer su apoyo incondicional, y Yecla, que inundará las calles, con la Banda para agradecer a sus músicos el esfuerzo realizado.

¿Cómo explicar la magia? Yo estuve en Kerkrade aquella noche del 22 de julio de 2017.

Francisco Ortín Juan


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