Vemos el mundo a través de pantallas y con más definición de como lo veían nuestros abuelos, pero lo entendemos peor y no porque seamos más torpes que ellos, sino porque los que mandan en esto decidieron que nos lo ofrecerían en formato calidoscópico y con máxima definición para tenernos hipnotizados y entretenidos con imágenes encadenadas.
El caso es que somos las generaciones a las que se les ha ofrecido más información de la historia de la humanidad y, al mismo tiempo, un exceso de bazofia informativa y un laberinto indescifrable para el hartazgo y la confusión. Eso si, estamos seguros de que el aparato que llevamos en nuestro bolsillo es la herramienta más precisa para comprender la vida, sin sospechar que es el artilugio más preciso de espionaje y de control de nuestro comportamiento, de nuestros hábitos, de nuestras preferencias de consumo o de nuestra tendencia política.
Se que esto no es nuevo para la mayoría de usuarios y que no les asusta, ya lo habían oído. Y lo tremendo es que ya no hay remedio, por lo tanto, lo mejor que podemos hacer es asumirlo, ser conscientes de nuestra dependencia y de nuestra esclavitud.
A mí, lo que me llama la atención son los discursos antirreligiosos de mucha gente que dejaron las parroquias y los crucifijos y ahora son adoradores de Internet, de Google, de Netflix y de otras gacetillas parroquiales que les ofrecen libertad, entretenimiento e información aparentemente diversa y muchas de ellas gratis. Cambiamos a un dios divino por uno pagano.
Los dioses griegos eran poderosos, heterogéneos y perversos, pero ahora descansan en el olvido o en la literatura. El Dios de los católicos es ubicuo, omnipotente, eterno y justiciero.
Los dioses y las religiones laicas son más prestigiosos y se propagan con mucha facilidad por todos los rincones del planeta creando adeptos. El dios supremo se llama Internet y se encarna en forma de pantalla y posee cientos de millones de fieles dóciles. No se necesitan templos, ni oraciones para invocarlo, lo llevamos en el bolsillo y es tan ubicuo como el Dios de la Biblia.
Tiendas, centros comerciales y muchas pantallas gigantes emitiendo mensajes han sustituido a homilías y a sermones. Antes eran predicadores con sotana ahora son comunicadores al servicio de organismos ofreciendo noticias, entretenimiento o arte. Lanzan mensajes narcóticos disfrazados de conocimiento, o verdades absolutas con apariencia de modernidad.
Hubo una vez una especie que se atrevió a pensar, que se puso en pie para ver mejor el horizonte, que inventó el lenguaje, el arte y la ciencia y ellos, esos individuos que inventaron el progreso y las revoluciones, ahora son prisioneros de su propia libertad.
Vemos a través de nuestras pantallas cada día gatitos juguetones o africanos naufragando en el Mediterráneo con una definición estupenda para estimular nuestros cansados corazones. La tecnología nos ha abierto la mirada, nos ha facilitado la comunicación y almacenamos en nuestro bolsillo la información que cientos de bibliotecas o de museos; esto es positivo, pero ahora somos una multitud de ciegos alucinados.
Observamos la muerte, los bombardeos o los discursos vehementes y populistas como si fuese un espectáculo. Soltamos una lagrimita ante la destrucción de las casas de la pobre gente, pero no son nuestras casas, ni son nuestros familiares, estamos cenando tranquilamente y si alguna imagen nos incomoda por su insistencia, solo por eso, por la insistencia, cambiamos de canal.
Nunca los seres humanos habían visto tanta imágenes y nosotros los habitantes del siglo de la tecnología y de las pantallas planas de cristal líquido, consumimos con tal voracidad estas imágenes que nuestra retina se ha vuelto insaciable.
Conocer en la distancia sí, pero comprender no hemos comprendido nada y ahora nos creemos más libres que nunca, abominamos de la religión porque decíamos que eran opio y adormideras y ahora delante de la pantalla se nos abren los ojos, la boca y el cerebro de par en par para entregarnos en cuerpo y alma a la nuevas religiones y a los nuevos dioses y tenemos la seguridad de estar alcanzando la plenitud. Enhorabuena.
El poder de las nuevas tecnologías viene a sustituir el poder del Púlpito, el poder del Palco del Bernabéu… entrando en una espiral de desinformación, sin ser algo «neutro» responde a intereses muy poderosos.
La avalancha de información, mentiras, bulos…ya lo dijo un argentino-cubano, médico para más señas: «Que un pueblo analfabeto (mal informado) es un pueblo fácil de manejar»
La imagen viene a sustituir la comprensión, el entender lo que vemos. Y ver, vemos guerras, gentes que naufragan en el mar, miles de ahogados cada año, son personas… y como no entendemos no conocemos, se nos hace piel de elefante. Casi nada nos afecta. ¿Qué podemos hacer?
Guerras, naufragios de personas africanas por nuestras costas… sin saber el porqué pasa.
En el mejor de los casos, de los que se ahogan nos dicen que «huyen de la miseria»… sin contarnos (ocultan) que sus países de origen son explotados por las potencias occidentales.
Brevemente. Tratados de pesca que le imponen los europeos y chinos. Con sus arrastreros barren los océanos.
Con «un solo viaje» son capaces de pescar lo que las embarcaciones locales capturan en un año.
Otro; el acaparamiento de tierras con un desfile de inversores extranjeros que expulsan a los agricultores del país para promover la agricultura comercial en detrimento de los cultivos de subsistencia.
Le plantan cacahuetes, en lugar de el mijo y el sorgo (cereal muy nutriente).
El cinismo de los europeos y otros, además de explotarlos, sus medios presentan a los africanos como «delincuentes» personas que ellos han llevado a la miseria más absoluta, de ahí tener que echarse al mar con el riesgo de sus vidas y la de sus familias.
¡¡No explotar a esos países y no tendrán la necesidad de jugarse la vida!!
¿Esto alguien lo ha oído en algún debate de la TV? ¿En el gato al agua?
Em el Púlpito vendían «resignación», en el Palco venden grandes infraestructuras, grandes negocios, en los medios -controlados por los grandes poderes- nos venden mentiras y confusión.
El hijo de dios debe de estar (muy) cabreado por estas cosas.