Estamos en plenas fiestas navideñas, una tradición muy arraigada donde no en todos los sitios se celebra y dependiendo de la religión, la política, la costumbre y el consumo se vive de la misma manera.
Tengo que decir que desde siempre la Navidad me entristece bastante y cada vez me gusta menos. Eso no quita que en estos días de recogimiento, añoranza, reencuentros y una generosidad que en conciencia nos pedimos a nosotros mismos, me acuerde de todos aquellos que en la noche más buena del año, Nochevieja o alguna otra de fecha señalada les toca estar de guardia.
Los bomberos, las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado y sobre todo las ambulancias y aquellos profesionales de los centros hospitalarios. También quiero acordarme de los enfermos y por supuesto de sus familiares y cuidadores. El enfermo sufre por él y por los suyos, y el familiar también, y en este mecanismo psicológico los humanos en muchos casos, por el dolor, somatizando la enfermedad.
Esta vida no da cuartel, por eso hay guerras y países con frío extremo sin aliento, entre demasiadas palabras huecas, una sociedad escaldada y un mundo desordenado donde a algunos no les salen las cuentas.
Disfrutemos cada momento por breve o largo que sea de los nuestros y sintámonos orgullosos de ellos.
Cuando la incertidumbre casi te domina, soseguemos la vida y démosles siempre nuestro apoyo infinito, pasando el mayor tiempo posible junto a ellos.
Por la emoción que domina, esta noche nacerá el niño, y aquí les muestro un pequeño portal con un «pesebre» abierto para todos aquellos que lleguen, y como en el mundo serán muchos, se quedará pequeño.
Disfrutar de los vuestros, es una gran virtud.