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🍁 lunes 25 noviembre 2024
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Añoranza de los bares

Hace años, los bares olían a tabaco y a fritanga; cuando se prohibió fumar en ellos, solo olían a fritanga. Cuando los abran de nuevo, después del cierre forzoso, olerán  a una mezcla de lejía y frituras variadas, pero, a pesar de ello, los echo de menos, con sus parroquianos charlando de una punta a la otra de la barra, sentenciando a gobiernos o a cualquiera que ejerza alguna parcela de poder con esa frase bonita: ¡A esos los ponía yo a hacer hoyos de sol a sol!

En eso, las tabernas y Twitter se parecen mucho, solo que en Internet la crueldad es mayor. En un bar lo máximo que te pueden decir es algo así como: “¡Perico que te s´an encogío las piernas!”, si el pantalón te queda un poco grande, “¡Perico que te s´a encogío el pantalón!”, cuando llega el verano y decides ponerte unos pantalones cortos. También hay bromas sobre el aspecto físico. “¡Perico pereces un  moderno de esos que salen en la tele con esa barba!”. En definitiva, siempre muy atentos al aspecto ajeno, son muy finos en las maneras, como claramente se aprecia.

Eso sí, como engordes en este confinamiento estas perdido. “¡Perico te has puesto de buen año!”. Y Perico se siente satisfecho porque ve que en su casa no hace falta ni la báscula, ni los espejos. En el fondo, estos ‘sincericidas’ como los llaman ahora, te lanzan opiniones gratuitas. Son así de generosos.

La ventaja es que tú les puedes contestar en el mismo tono y no pasa nada; todo está permitido.

—¡Pos anda que tú, seguro que no te ves la minga desde hace años con esa pedazo de barriga! —Y todos se ríen, pues el sentido del humor funciona en las dos direcciones. Una fórmula quizá un poco cruel para tímidos, si bien es gratificante saber que tus paisanos están más pendiente de ti que de ellos mismos.

Y como faltes un día, en cuanto te ven, te gritan desde la otra punta de la barra: “¡Pero hombre, creíamos que te habías muerto!”. Aquí hacen también alarde del humor negro. Cuando escuché por primera vez estas conversaciones me puse a temblar, pensaba que eran agresivas y que seguidamente se darían de puñetazos… Poco a poco aprendí que no, que son gestos cariñosos (o eso dicen ellos).

También puedes utilizar la táctica de un amigo mío para acabar con las bromas. Te acercas sonriendo despacio y le dices al oído, pero para que se enteren todos, algo del tipo: “La próxima vez que te metas conmigo, te vas a cagar”. Eso lo entienden a la primera y siempre te queda el recurso de si te dice: “Hombre, que estaba de broma, que poco sentido del humor”, contestarle: “El que no tiene sentido del humor eres tú, si yo también estaba de broma, hombre. ¿Qué ibas a hacer tú con las piernas rotas sin poder venir a decir tonterías al bar?”. Y sueltas una carcajada para rematar la frase; así todos los parroquianos se ríen, y el del barrigón asume que tiene que cambiar de presa.

Una vez, escuché a uno de estos intelectuales decir lo siguiente: “¡Josefa, que  se te van a quemar los churros… Anoche bien que bailabas en la verbena!”. Demuestra así su interés y cariño hacia la cocinera. Pude ver a Josefa sonreír con desgana. Me quedó la duda de si lo hacía porque su marido también se reía o  por la poca gracia que le hizo el comentario.

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 ¿Y la de los clientes en la puerta del bar fumando y pasando revista a los transeúntes? Otean las esquinas, por lo que parece imposible pasar desapercibido ante semejante tribu urbana.

Otra cosa muy curiosa son las conversaciones sobre el tiempo. Un día escuché a uno muy redicho, pronunciando las eses correctamente: “Este otoño no ha llovido nada en Yecla”, a lo que otro, sin eses y en un tono atronador contestó: “En Yecla no hay otoño ni primavera, eso es cosa de poetas o de maricas. Aquí solo hay invierno y verano”. El dialogo se detuvo en seco, hasta el orujo se volvió espeso.

Recuerdo una sustanciosa discusión sobre la enseñanza. Uno decía que los maestros tenían muchas vacaciones y, que como su hijo había suspendido el curso, el maestro no  podía descansar. Luego añadió:

—¿Mi hijo torpe? El torpe es el maestro. Su obligación es enseñar, hacer bien su trabajo, y si mi hijo suspende la culpa es del maestro. Mi hijo va al colegio a aprender, y el maestro a enseñar. —La palabra maestro parecía masticarla.

—¿Es o no es? —preguntó en busca de la complicidad de sus compañeros de tertulia. Y la tenía, pues todos afirmaban con una sonrisa en la boca, mientras repartían unas barajas ennegrecidas y desgastadas para echar la partida diaria.

—Yo si hago mal mi trabajo, me despiden. ¡Porque la culpa es mía!

—¡Claro, claro! —afirmaban al unísono los otros tres filósofos para zanjar el debate.

Estoy seguro de que en Twitter no hay conversaciones con tanta sustancia; más crueles puede que sí, pero sin olor a ventorrillo.

Yo tengo una estrategia para protegerme: no saludo a nadie, miro mal a todo el mundo y solo escucho. Me gustaría grabar algunas conversaciones, pero como no tengo grabadora, las escribo en mi periódico, pues lo utilizo como pretexto para disimular; aparento estar muy interesado en las noticias diarias.

Un familiar me preguntó si era legal escuchar y grabar conversaciones ajenas. Me reí a gusto por tremenda ingenuidad: ¿una conversación en público a gritos y acosando a los demás se considera privada?

¡Como añoro los diálogos refinados de los bares; qué ganas de saborear un carajillo!

Foto: pexels.com

Lee todos los artículos de Teo Carpena en este enlace

Teo Carpena
Teo Carpena
Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es

Hace años, los bares olían a tabaco y a fritanga; cuando se prohibió fumar en ellos, solo olían a fritanga. Cuando los abran de nuevo, después del cierre forzoso, olerán  a una mezcla de lejía y frituras variadas, pero, a pesar de ello, los echo de menos, con sus parroquianos charlando de una punta a la otra de la barra, sentenciando a gobiernos o a cualquiera que ejerza alguna parcela de poder con esa frase bonita: ¡A esos los ponía yo a hacer hoyos de sol a sol!

En eso, las tabernas y Twitter se parecen mucho, solo que en Internet la crueldad es mayor. En un bar lo máximo que te pueden decir es algo así como: “¡Perico que te s´an encogío las piernas!”, si el pantalón te queda un poco grande, “¡Perico que te s´a encogío el pantalón!”, cuando llega el verano y decides ponerte unos pantalones cortos. También hay bromas sobre el aspecto físico. “¡Perico pereces un  moderno de esos que salen en la tele con esa barba!”. En definitiva, siempre muy atentos al aspecto ajeno, son muy finos en las maneras, como claramente se aprecia.

Eso sí, como engordes en este confinamiento estas perdido. “¡Perico te has puesto de buen año!”. Y Perico se siente satisfecho porque ve que en su casa no hace falta ni la báscula, ni los espejos. En el fondo, estos ‘sincericidas’ como los llaman ahora, te lanzan opiniones gratuitas. Son así de generosos.

La ventaja es que tú les puedes contestar en el mismo tono y no pasa nada; todo está permitido.

—¡Pos anda que tú, seguro que no te ves la minga desde hace años con esa pedazo de barriga! —Y todos se ríen, pues el sentido del humor funciona en las dos direcciones. Una fórmula quizá un poco cruel para tímidos, si bien es gratificante saber que tus paisanos están más pendiente de ti que de ellos mismos.

Y como faltes un día, en cuanto te ven, te gritan desde la otra punta de la barra: “¡Pero hombre, creíamos que te habías muerto!”. Aquí hacen también alarde del humor negro. Cuando escuché por primera vez estas conversaciones me puse a temblar, pensaba que eran agresivas y que seguidamente se darían de puñetazos… Poco a poco aprendí que no, que son gestos cariñosos (o eso dicen ellos).

También puedes utilizar la táctica de un amigo mío para acabar con las bromas. Te acercas sonriendo despacio y le dices al oído, pero para que se enteren todos, algo del tipo: “La próxima vez que te metas conmigo, te vas a cagar”. Eso lo entienden a la primera y siempre te queda el recurso de si te dice: “Hombre, que estaba de broma, que poco sentido del humor”, contestarle: “El que no tiene sentido del humor eres tú, si yo también estaba de broma, hombre. ¿Qué ibas a hacer tú con las piernas rotas sin poder venir a decir tonterías al bar?”. Y sueltas una carcajada para rematar la frase; así todos los parroquianos se ríen, y el del barrigón asume que tiene que cambiar de presa.

Una vez, escuché a uno de estos intelectuales decir lo siguiente: “¡Josefa, que  se te van a quemar los churros… Anoche bien que bailabas en la verbena!”. Demuestra así su interés y cariño hacia la cocinera. Pude ver a Josefa sonreír con desgana. Me quedó la duda de si lo hacía porque su marido también se reía o  por la poca gracia que le hizo el comentario.

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 ¿Y la de los clientes en la puerta del bar fumando y pasando revista a los transeúntes? Otean las esquinas, por lo que parece imposible pasar desapercibido ante semejante tribu urbana.

Otra cosa muy curiosa son las conversaciones sobre el tiempo. Un día escuché a uno muy redicho, pronunciando las eses correctamente: “Este otoño no ha llovido nada en Yecla”, a lo que otro, sin eses y en un tono atronador contestó: “En Yecla no hay otoño ni primavera, eso es cosa de poetas o de maricas. Aquí solo hay invierno y verano”. El dialogo se detuvo en seco, hasta el orujo se volvió espeso.

Recuerdo una sustanciosa discusión sobre la enseñanza. Uno decía que los maestros tenían muchas vacaciones y, que como su hijo había suspendido el curso, el maestro no  podía descansar. Luego añadió:

—¿Mi hijo torpe? El torpe es el maestro. Su obligación es enseñar, hacer bien su trabajo, y si mi hijo suspende la culpa es del maestro. Mi hijo va al colegio a aprender, y el maestro a enseñar. —La palabra maestro parecía masticarla.

—¿Es o no es? —preguntó en busca de la complicidad de sus compañeros de tertulia. Y la tenía, pues todos afirmaban con una sonrisa en la boca, mientras repartían unas barajas ennegrecidas y desgastadas para echar la partida diaria.

—Yo si hago mal mi trabajo, me despiden. ¡Porque la culpa es mía!

—¡Claro, claro! —afirmaban al unísono los otros tres filósofos para zanjar el debate.

Estoy seguro de que en Twitter no hay conversaciones con tanta sustancia; más crueles puede que sí, pero sin olor a ventorrillo.

Yo tengo una estrategia para protegerme: no saludo a nadie, miro mal a todo el mundo y solo escucho. Me gustaría grabar algunas conversaciones, pero como no tengo grabadora, las escribo en mi periódico, pues lo utilizo como pretexto para disimular; aparento estar muy interesado en las noticias diarias.

Un familiar me preguntó si era legal escuchar y grabar conversaciones ajenas. Me reí a gusto por tremenda ingenuidad: ¿una conversación en público a gritos y acosando a los demás se considera privada?

¡Como añoro los diálogos refinados de los bares; qué ganas de saborear un carajillo!

Foto: pexels.com

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Teo Carpena
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Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es
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1 COMENTARIO

  1. Los bares la universidad del pueblo. Todos saben más que nadie, una barbaridad, no importa lo que se esté hablando, fútbol, política, etc., es lo mismo, todos tienen su opinión, además la buena, la acertada…
    Un par de casos que le paso a Teo para ampliar su visión de los bares.
    En un bar estaban hablando de que estaba lloviendo. Los reunidos eran gentes del campo, todo el mundo sabe que son muy exagerados con la lluvia, si caen 50 litros/m2 dicen que ha sido un matapolvo, pues bien un señor de los de grupo de agricultores hizo un comentario que se me quedó grabado. Lo mismo de eso hace más de diez años. El comentario fue el siguiente, hablando de la necesidad de que lloviera dijo: «ojalá esté lloviendo 11 meses del año el que hace 12 solo que chispee».
    O también ahora que se sale a la calle a fumar, en bendita hora, ya solo queda el olor a fritanga, pero no el humo en modo niebla, un cliente en la puerta del bar, de estos se ponen a mirar el tiempo, ya que habían nubarrones, pasa uno que debería de conocerlo y le pregunta, que va hacer el tiempo?, después de unos largos segundos dijo; «lo mismo puede llover que no». Se quedó tan a gusto.
    Luego pude saber que esto era copia de un tal «paquico el sabio», que no conozco si existió, dicen que si, el autor de dicho comentario.
    Mañana estaremos en la fase 1 de la escalada y lo mismo tengo otras prioridades. Teo un saludo.
    ¡Los bares sabiduría popular!
    Pronto estaremos diciendo, una cerveza bien fresca, o un vino tinto…

Teo Carpena
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