La tristeza es como la niebla mañanera: no te deja ver a lo lejos, pero si eres paciente, el sol la derrite y poco a poco el horizonte aparece claro y la luz se alza triunfante.
En estos tiempos de mal humor, crispación y virus, la niebla, el humo, la noche o lo que sea, no nos deja ver y entre politiqueo insustancial, noticias alarmantes y estupideces sobrevolando las redes, han creado un espeso fango de confusión y de enfado que deberíamos sacudirnos lo mas rápido posible.
—En España hay mucho imbécil, pero son nuestros imbéciles y tenemos que cuidarlos. Su ejemplo nos guía por el camino de la rectitud, pues nos aclaran el camino que no debemos transitar. Me pregunto si los imbéciles no serán las nubes o la niebla que nos impide apreciar el paisaje…
—Creo que sí, Salvador: los imbéciles y los manipuladores. Pero hoy no estoy muy lúcido, he recibido varias llamadas emotivas y eso me nubla el pensamiento. El exceso de emotividad es una barrera para la reflexión y eso lo saben muy bien los que regentan el poder.
Hoy es un día especial, cumplo setenta años. Estoy en la flor de la vida, o eso dice mi amigo descorchando una botella de tinto con sonrisa socarrona.
—Ya están estos pesados con su retahíla de tontunas, empezad a preparar la mesa intelectuales. —Y esa palabra en boca de esta mujer va envenenada; Concha es el mejor ejemplo de realismo práctico.
—Todos somos contingentes, pero tú eres necesaria —contesta Salvador, y nos reímos los tres acordándonos de la película “Amanece que no es poco”.
En el grupo que hoy ha venido a acompañarme para este festejo no hay ningún dogmático. Hay dos cosas que podrían fastidiarme el día: un ortodoxo de cualquier ideología dándome la turra o la falta de vino; afortunadamente estoy a salvo de ambas.
El Panocha, con sus teorías proletarias, es capaz de hacer chistes sobre sus ideas y hasta de Carlos Marx. Ha tenido una tarde brillante contándonos cómo se podrían hacer las gachasmigas con bogavantes para contradecir a la gente que dice que es una comida de pastores y para convertirlo en un plato de estrella Michelin. “De alimento del campesinado al salón de los gourmets”, dice que sería el titular.
Concha, republicana convencida, es capaz de imaginar a la reina Leticia como presidenta de la República. Afirma que mujer, reina y asturiana son tres cualidades necesarias para una buena gobernanta.
Pedrito, ecologista militante, defensor del planeta y de todas las batallas por la vida sana, es capaz incluso de no reciclar, de meterse pal’ cuerpo un buen chuletón y de reírse de Greta Thunberg.
De toda la gente que he conocido en mi vida, Salvador es el hombre más ajeno a las doctrinas; es más, llega a dudar incluso de la forma de podar los almendros y cada temporada cambia de técnica y de herramientas. Odia los refranes y hoy ha traído un vino de Madrid.
—Amigo, para mi cumpleaños esperaba algo más especial.
—Espere usted a probarlo que va a saber lo que es “asaltar los cielos”.
Siempre nos reímos con ganas con sus ocurrencias.
¿Qué decir de mi fiel amigo Saturno? Es el perro antiperro. Ha despreciado a hembras de portes impresionantes, ha desechado comidas porque tenían exceso de grasa, no ha mordisqueado un hueso en su vida, le gustan los western americanos y le he visto lagrimear escuchando las sonatas de Beethoven.
Quizás yo sea el más rígido de todos: no soporto las irreverencias sobre poetas igual que no soporto el desafecto a la alfarería ni la degradación del oficio de jardinero, ni a los deslenguados; me gusta vivir rodeado de irreverentes e insumisos, pero educados en las buenas maneras.
Todos vienen con mascarilla y Salvador ha llegado diciendo: ¡Donde comen seis comen ocho!, mientras ayudaba a bajar del coche a Carmen, una amiga de mi madre que todavía vive y tiene noventa y ocho años.
Llevaba mucho tiempo sin verla, me abraza y me besa con un afecto que hacía tiempo que no sentía. Su abrazo me ha traído al recuerdo su imagen de joven cuando venía a vendimiar a Pepieux.
—De aquella cuadrilla soy la única que vive —me cuenta, pero lo dice con orgullo, sin atisbo de nostalgia; siempre fue una mujer muy valiente y con un sentido del humor que para sí quisieran la mayoría de cómicos de este país. Ha sido el único abrazo y el único contacto físico de la reunión. El miedo al contagio del puñetero virus nos tiene acobardados, pero no he podido negarme al abrazo de Carmen.
La acompaña su hija Ana, que es muy amiga de mi hermana Jeanne, se conocieron siendo niñas. Nuestras miradas hoy han sido furtivas. La conozco desde que jugaba con mi hermana, tenían apenas diez años.
También ha venido Fany, una chica colombiana que cuida a la anciana y le hace compañía a diario. Fany nos ha deleitado con historias de su país y con personajes extravagantes de su familia. El Panocha no ha dejado de mirarla con disimulado agrado en todo el día y los dos se ríen las gracias del uno y del otro de manera muy vehemente.
Ha sido una jornada estupenda. He recordado algunos de mis cumpleaños memorables; a esta edad, a veces la añoranza de otros tiempos se te agarra al pecho y, por momentos, te hace respirar con dificultad.
Carmen ha disfrutado como una niña, nos ha cantado el fandanguillo de Yecla pero con letra picante y alguna seguidilla manchega muy divertida. Dice que las cantaba con mi madre.
Saturno no se ha separado de Ana en toda la tarde y me preocupa, porque este perro y su intuición parecen marcarme el camino. Es un perro indiscreto, aristócrata según él, pero indiscreto pendenciero al fin y al cabo.
Cuando le da la gana es un chulo impertinente, pero cuando se pone meloso es que alguna maniobra le ronda la cabeza. Con Ana estaba muy zalamero y ella, mientras acariciaba al perro, nos ha propuesto hacer un viaje a Francia. El perro, ella y yo. Dice que conduce muy bien y que le apetece mucho ver a mi hermana. Saturno ha empezado a dar saltos y a aullar como los lobos; eso lo hace cada vez que se alegra. Me han mirado todos esperando mi respuesta. He dicho que sí. Ana ha sonreído ruborizada.
Hace más de una hora que se han ido todos, he apagado las luces y a través de la ventana veo balancearse las ramas del ciruelo, una brisa leve acaricia los campos ¡Como me gusta este silencio!
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¡Felicidades Teo! De tus acompañantes en el cumpleaños sería el «panocha» el proletario que se lee a Carlos Marx como todo banquero. Discreparia como mal yeclano (los buenos no discrepan) que las gachasmigas no fuesen de bogavante por elitista, propondría que fuesen gachasmigas de chocolante, para mayor gloria del fabricante de Villajoyosa que da empleo.
Teo, que cumplas muchos años más. 70 años no es nada como diría (más o menos) Carlos Gardel. Te dejo con tus silencios habladores, pero no culpes a las nubes ni a las nieblas de los idiotas, son generación expontánea.