Por fin aparecieron Turko y Pelayo; venían despacio por un camino de tierra, como si desfilaran ante una multitud enarbolando pañuelos y volviesen triunfantes de una batalla haciendo su entrada por la Vía Sacra. A Pelayo solo le faltaba una corona de laurel, pero lucía su gorra de camuflaje como si fuese un casco guerrero, y Turko caminaba con tal chulería que podría confundirse con un caballo jerezano bailando.
Saturno corrió al encuentro de su compañero perruno, y los dos se refugiaron a la sombra de un murete oliéndose los hocicos; parecían susurrarse algo al oído. Yo me acerqué a Pelayo, que con su altivez casi consigue que le saludara a lo militar y le dijera: A sus órdenes mi general, pero él me dio un fuerte abrazo y me dijo: «Me alegro de verte amigo mío». Siempre se dirigía a mí como vecino, algo parecía haber cambiado.
―Tengo que resolver unos asuntos urgentes en casa ―me advirtió con gesto grave―. Además, he de hacer un par de llamadas y luego nos vemos, quiero hablarte de asuntos importantes.
Me gustan los misterios y las intrigas, y mi vecino, ahora amigo, tenia algo sustancioso que compartir conmigo. Hoy Ana está en la piscina de unos primos suyos, a mí las piscinas privadas con niños gritando no me gustan; la verdad es que todo lo que tiene que ver con remojarse me repele, en eso soy como los gatos.
Una hora más tarde apareció Pelayo por nuestra casa con unas botellas de cerveza alemana bien frías. Nos sentamos bajo la marquesina, a la sombra, frente al ventilador, y empezó a relatar la aventura vivida en su ausencia de casi dos semanas:
―Recordarás que después de beber el agua del aljibe misterioso salí corriendo monte arriba, sentía una energía desbordante y necesitaba gritar a los cuatro vientos mi entusiasmo…
―Pensé que era por la victoria en las elecciones municipales…
―A mí eso me da igual.
―Como gritabas ‘han llegado los nuestros’, ‘han llegado los nuestros’…
―No sabía en ese momento el sentido de mi euforia, lo supe después. Te explico. Yo nuca he pertenecido a ningún grupo, eso fue en mi juventud; ahora ni siquiera estoy de acuerdo conmigo mismo más de media hora. El caso es que estuve corriendo por el monte, entre atochales y matas de romero, hasta caer agotado a la orilla de una rambla. Al despertar, estaba tumbado sobre un lecho mullido y cubierto con una sábana de fibras delicadas. Al abrir los ojos encontré a mi lado a Turko y a una mujer de rasgos orientales y de ojos tan azules como el cielo de hoy.
―¿No estarías alucinando a causa de alguna fiebre?
―No, escucha y no me interrumpas, por favor. La mujer de tez de porcelana nos condujo a través de un luminoso pasillo hasta una sala enorme; allí nos dio la bienvenida un grupo de personas uniformadas y me comunicaron que habíamos sido rescatados por una nave que viaja por el espacio reclutando a gente como yo para lanzar un mensaje interplanetario.
―¿No me digas? Y tenéis que anunciar el fin del mundo… ―mi tono irónico le molestó.
―¡Te he dicho que no me interrumpas, por favor! Todo lo contrario, tenemos que denunciar que nos están mintiendo, que el planeta goza de una salud envidiable, que el universo se regenera a cada instante, que hay un grupo de científicos a punto de encontrar la solución a todos los desajustes terrestres y que los que nos gobiernan pretenden llenarnos la cabeza de miedos para manipular mejor nuestras decisiones. ‘¡El optimismo triunfará!’, gritaban todos los tripulantes al unísono.
―A ti te han secuestrado los de alguna secta de esas que adoran a Lucifer y hacen rituales de encantamiento…
―¡Así no hay manera! Tus prejuicios no te permiten ni escuchar ni abrir la mente, pero te advierto que he visto el futuro y es mucho más prometedor de lo que la gente piensa, pero como veo que eres un desconfiado, te voy a adelantar un acontecimiento que te va a hacer callar de una puñetera vez.
Me miró como nunca antes me habían mirado, sus ojos emitían un brillo deslumbrante y añadió:
―Vas a recibir una carta con una frase rotunda: «Te encontraré en esta vida o en la otra, pero te encontraré». Y está firmada por las huellas de carmín de unos labios generosos.
Sentí mareos, un escalofrío me recorrió todo el cuerpo, se me cambió hasta el color de la cara, y dejándome con esa sensación desconcertante, mi amigo se largó.
Mi perro, Saturno lleva dos días algo desorientado y anda huyendo de su sombra como si huyese del diablo; es posible que Turko también le haya lanzado alguna premonición. No le he contado nada a mi querida Ana.
Llevo dos noches sin poder dormir en condiciones y no es por el calor. Esa frase me la dijo una persona importante en mi vida y hace más de cuarenta años que no sé nada de ella.