Las fiestas de la Virgen de este año están siendo estupendas; ha venido mi sobrino Philippe con Bruno, un amigo gallego, que cada vez que escuchaba un trabucazo gritaba: ¡Viva Castelao y viva Santiago!
También han venido el hijo de Ana, el artista emergente del que ya os hablé, y su simpática novia Macarena.
Philippe y Bruno se adueñaron de un arcabuz que les prestó un primo de Salvador y quemaron bastante pólvora; nunca había visto semejante entusiasmo con tradiciones ajenas. Se han convertido en fieles devotos de la Virgen del Castillo, tanto que mi sobrino dice que va a pedir la nacionalidad yeclana. Tuvimos que aclararle que Yecla no es nación, que tendría que hacerse español primero y eso no le gustó tanto, y es que el pesado del Panocha no dejó de hablarle continuamente de la república popular yeclana y de sus fantasías independentistas.
Mi sobrino escucha la marsellesa cada mañana al levantarse, pero dice que si «Asturias, patria querida» fuese el himno de España se lo pensaría. El gallego no duda de sus raíces y dice ser descendiente directo de Xacobe.
Sin embargo, el artista emergente se ha pasado los tres días de fiestas protestando por el ruido, por el olor a pólvora y presumiendo de ateísmo, de progresista y de no sé que cuántas zarandajas más. Menos mal que el encanto y la simpatía de su novia equilibraban la balanza, e incluso participó en la ofrenda de flores con peineta y un ramo que le preparé; parecía una reina ibérica desfilando del brazo de Philippe.
El gallego comió todos los platos típicos como si fuesen manjares de dioses y los dos amigos comieron de todo, escucharon a todos y lloraron cuando vieron llegar a la Virgen del Castillo al atrio de la iglesia entre la humareda de la pólvora y dejándose contagiar por la emoción colectiva.
Desaparecieron el día 6 por la tarde. Cuando volvieron a dormir, Ana y yo ya estábamos acostados y a las cuatro de la madrugada del día 7 los escuché de nuevo con los preparativos. ¡Bendita devoción! Vino Salvador a recogerlos, pero yo decidí quedarme en la cama calentito y abrazado a Ana. A mí, el exceso de ruido y las gachasmigas me empalagan. A la hora de la comida nos contó cómo funciona lo de las arcas cerradas y repitió una frase que me hizo mucha gracia: «Tío, me temblaban hasta las pestañas»; y no me extraña con el estruendo de los disparos y la humareda de pólvora quemada.
Nos contaba apasionado que la aparición de la Virgen envuelta entre el humo y la niebla le sobrecogió; le parecía místico, poético y apoteósico. No ahorró en adjetivos y yo me quedé ojiplático cuando me contó que el día anterior ya había participado en el Beso de la Bandera. No le creímos y tuvo que mostrarnos los vídeos grabados en primera fila con la banda de música de fondo y los tiraores desfilando. Dice que está preparando una crónica de sus primeras impresiones de las fiestas patronales en donde las relata con un entusiasmo extraordinario. Ciertamente, es de naturaleza positiva; lo vi disparando zambombazos agarrando el arcabuz como un experto de las milicias del capitán Zaplana en 1642, en la guerra contra Cataluña.
Hasta Salvador dice que mi sobrino parece yeclano de pura cepa, con los pies bien plantados y el gesto grave del que sabe lo que tiene entre manos. ¡Asombroso! Ha sido poseído por el ambiente festero y el espíritu castrense. Eso sí, canturreaba de vez en cuando el «Asturias, patria querida».
El día 8, día de la patrona, nosotros nos quedamos en un bar de la placica de San Cayetano después de los castillicos tomando un refrigerio y, ya por la noche, Philippe nos describió emocionado la media hora de gloria que protagonizó el mayordomo, de rodillas y avanzando hacia atrás haciendo volar la bandera con tal arte y emotividad que la gente lagrimeaba.
Yo pensaba que siendo su primer año, los disparos de arcabuz lo acobardarían, pero no fue así. Me acordé de mi madre y pensé que siendo ella tan devota de estas fiestas habría disfrutado viéndolo.
Lo más curioso es que dice que vendrá cada año y ya ha encargado traje, arcabuces y se siente como un yeclano ausente; mi hermana Jeanne estaba emocionada viendo a su hijo con este entusiasmo. Su amigo Bruno le acompañará como cargaor y también ha encargado una capa y las cantimploras para la pólvora; y yo empiezo a entender algo mejor a los yeclanos gracias a estos entusiastas, pero no me pienso quitar los tapones de los oídos en dos semanas.
Este español-francés ya es de los nuestros. He repasado alguna opinión sobre las fiestas recién llegado y no se parece en nada a lo que dice ahora.
Otra vez más «triunfa» mi tesis de que Yecla tiene algo especial. Los que vienen de fuera, recién llegados, nos encuentran, sino grandes cosas, bastantes por corregir. Al poco tiempo ya son uno más, con defectos incluidos que antes veían y que ya ni reparan. Se asimilan con carácter urgente.
Castillo Puche lo decía; los yeclanos somos «raros»… No somos ni manchegos, ni murcianos, ni alicantinos…somos raros.
Bienvenido a la familia, algunos defectillos tenemos que tener, ser perfectos es aburrido.