He vuelto. Demasiado tiempo en silencio es perjudicial, incluso para un perro. Le cedimos el testigo a Vicente de manera provisional; no ha estado mal… Le dejaremos que siga firmando, pero decidiremos nosotros cuándo escribe cada uno.
Este año de ausencia ha sido muy ajetreado: demasiados viajes y demasiada gente alrededor para lo poco que me gusta a mí el bullicio. Teodoro dice que ya no tiene edad para dormir en camas prestadas, y es que a Ana le gusta hospedarse en casas de amigos, en albergues o en pensiones de medio pelo. Nunca se ponen de acuerdo y los viajes se vuelven desapacibles.
Por fin en casa, y puedo corretear por los caminos de tierra de este pueblo al que me fui acomodando a pesar de todos sus defectos. Hemos vuelto, ya sé que eso lo dije al principio, pero me gusta que lo tengáis claro, y esta vez es para quedarnos; solo salgo de aquí si es para vivir en París.
Cada día sueño con volver a Francia. Las últimas semanas las pasamos en Madrid… horroroso. Yo, que soy del Olympique de Marsella, he tenido que soportar conversaciones sobre el Real Madrid, soporíferas e interminables, y a Vicente jaleando al Osasuna. Para colmo, he visto a estos locos ir a los toros con sombrero y clavel en la solapa. Teodoro y Vicente discuten a todas horas, pero parecen gemelos.
Lo que más me ha gustado de la capital han sido los parques llenos de perras preciosas, pero he echado de menos a mi adorada Chanel, con su culito respingón, sus orejitas blancas y sus suspiros cuando le paso el hocico por donde a ella le gusta. He tenido que soportar a Alba todo este tiempo, y es que la gata, además de presumida, se ha vuelto pacifista y maúlla como una loca cuando ponen los telediarios.
Eso me ha llevado a la conclusión de que los gatos nunca serán buenos gobernantes, sobre todo por su inclinación al exhibicionismo y a la gandulería. Los perros, si pudiésemos votar y presentarnos a las elecciones, además de ganarlas —porque somos ya mayoría en toda Europa—, gobernaríamos con más racionalidad que todos los mastuerzos que os manejan.
Los de la clase canina, cuando os vemos orgullosos portando vuestra papeleta camino del colegio electoral, ladramos por compasión. ¡Pobres humanos, qué inocencia! El bruto de mi dueño dice que es anarquista católico y me tiene mareado con sus teorías; Ana es una ferviente demócrata y cuenta con orgullo que cada vez vota a un partido diferente para quedar bien con todos —o eso dice ella—, y Vicente dice ser un disidente empedernido, pero no aclara de qué. Esta familia es una calamidad.
Hemos vuelto, y lo repito por tercera vez para disipar dudas, y nos han recibido nuestros amigos poniéndonos al día de las grandezas locales. Ya se sabe que por estas tierras son tremendistas, pero en lo que concierne a su pueblo, son entusiastas y se vuelven ciegos. “¡El mejor pueblo del mundo, el paraíso terrenal!” —asegura con la firmeza de un ministro Concha.
Vicente nos contó que estuvo recorriendo las casas donde había vivido y su primera escuela: “¡No queda nada, ni un solo ladrillo de entonces! Mis recuerdos se vuelven borrosos”.
A los medio-gemelos les gusta protestar por todo; pusieron pegas por la ausencia de caracoles, por el pollo de granja y hasta por los champiñones. Pero lo grave fue la polémica con el vino. Los dos son defensores del vino de Jumilla. Salvador, además de guisar, había traído vino yeclano, y Teodoro, que es un exquisito bebedor, dijo que un arroz de esa categoría no merecía tan desagradable acompañamiento. Vicente dijo preferir cerveza, y si es de trigo, mejor que mejor. Pero todo quedó zanjado cuando apareció el Panocha con un vino de una bodega de La Fuente del Pino.
En la sobremesa, con las barrigas llenas, se volvieron pedantes. Sin venir a cuento, el Panocha dijo que está entusiasmado con la literatura coreana y con Han Kang. Pelayo contestó gritando: “¡El español es el idioma elegido por Dios para hablar con los humanos, y Pérez-Reverte es el mejor escritor del Universo!”.
Fue nombrar al cartagenero, y los ojos de más de uno se volvieron antorchas; el Panocha y Pelayo se amenazaron con querellarse por calumnias y falsedades. Yo no entiendo esa discusión cuando está clarísimo que la literatura francesa es la mejor del mundo, pero no dije nada: no merecía la pena. Esta familia no tiene remedio, están todos zumbados… echo de menos a Napoleón.