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🍇 viernes 11 octubre 2024
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Imaginando otros mundos (II): Un castillo para Yecla

…»villenera villenera, cásate con un yeclano
y veras como te lleva en la palma de la mano»

La estrofa que abre este relato aparece en una canción popular de Villena. No sé si encierra un punto de ironía, pero mi hermana Jeanne, desde que la escuchó, me la canta con recochineo.

—Los yeclanos son muy zalameros y esa es la causa de la coplilla —explica Ana.

Lo curioso es que muchos en este pueblo cambiarían sus fiestas por las de Villena a ojos cerrados. Mi amigo Salvador dice que eso de desfilar vestido de moro, con turbante, babuchas, calzones de colorines, mucho oro falso y exhibiendo una cimitarra delante de una banda de música, mientras suena una marcha mora, es lo mejor del mundo.

A mí las fiestas populares no me entusiasman, pero cuando vi las de moros y cristianos de Villena comprendí muchas cosas, entre ellas, cuán aburridas son las nuestras.
—Aquí son mejores las de San Isidro —remata Ana cada vez que me oye con esta cantinela.
—Eso es posible, pero salimos perdiendo en lo del castillo.

En casi todos los pueblos de alrededor tienen unos castillos espectaculares, y esa es una de las cosas que más se envidia desde Yecla. Dicen que el nuestro desapareció o lo hicieron desaparecer por no sé que extraña circunstancia y es como si nos faltase lo más importante.

A mí me ha parecido siempre una incongruencia cuando la gente dice lo de ‘subir al castillo’. Allí solo quedan cuatro piedras de lo que fue una fortaleza y un santuario con adornos y purpurina en demasía.

Mi hermana y yo estamos dispuestos a remediarlo y estamos pensando en crear una comisión para investigar pueblos abandonados y poder comprar un castillo; se podrían traer las piedras numeradas y montarlo en el lugar en el que estaba el nuestro originariamente; seríamos al fin una ciudad ejemplar.

Además, ya tenemos localizados dos posibles candidatos: El castillo de Aulencia de Villanueva de la Cañada, al que no hacen demasiado caso; y el Castillo de Davalillo en La Rioja, que tiene un nombre pegadizo, una estructura impresionante y solo lo visitan una vez al año, durante la romería de la virgen de Davalillo. Nosotros le daríamos un uso continuado e incluso se lo podríamos cambiar por vino bueno.

Le propuse a Ana, que ya que conoce a la alcaldesa, le contara nuestra idea. Ana cerró los ojos mientas tomaba un trago de café y respondió después de afinar la voz:
—¿Vosotros no sabéis que estáis en España y que aquí, como un proyecto así no esté avalado por varios catedráticos o al menos por un ilustre local, la cosa estará condenada al fracaso? Y digo yo —prosiguió, cada vez mas alterada— habrá que contar con los de patrimonio nacional, ¿no? Es más, ¿de dónde vais a sacar el dinero y los permisos?
—Pero si los de Patrimonio los tienen abandonados. Y con los permisos y el dinero no hay problemas, eso debe facilitarlo el ayuntamiento o la comunidad autónoma y ahora que tenemos un consejero de turismo yeclano y una alcaldesa que se llama Remedios, la cosa será fácil —dijo mi hermana Jeanne con un desparpajo apabullante.
—¡Lo que yo digo, no conocéis a la gente de este país! —asevera Ana, llevándose las manos a la cabeza.
—¡Pero los yeclanos son diferentes! —le rebate Jeanne.
—¿Diferentes? Son como todos los españoles, se creen que su pueblo y sus vinos y sus gentes son los mejores…
—Pues por eso tienen que tener el mejor castillo del mundo, como se merecen —afirmé yo— y también hemos pensado poner anuncios en periódicos franceses por si alguien quiere ofrecernos algún castillo singular; y si es de un estilo extravagante, mejor.

Ana se quedó sin respuesta y nos dejó como caso perdido.

—»Yecla por fin tiene castillo». Con esa frase abrirían los telediarios si lo conseguimos —y con esa frase dio por zanjado Jeanne el debate mañanero. Las dos van siempre corriendo y salieron a toda prisa canturreando la canción villenera de marras.

Hoy llevo despierto desde las seis de la mañana, he visto amanecer y eso despierta mi fantasía.

Me gusta imaginar cosas improbables de un futuro lejano. Por ejemplo, que la infanta Leonor se casara con un yeclano de familia republicana y todos los de este pueblo se volvieran monárquicos; y que la infanta, agasajada con arroz con conejo y caracoles, al llegar al trono, nombrara a Yecla capital del Reino de España y ese plato (el arroz caldoso con conejo y caracoles) se convirtiera en el plato típico español por excelencia, desbancando a la paella. Para un acontecimiento de tal calibre, un pueblo sin castillo carecería de interés.

Sigo pensando que es una idea estupenda trasladar monumentos históricos de un lugar abandonado a otro lleno de vida, para su mejor aprovechamiento.

Eso lo han hecho los norteamericanos sin ningún rubor: se llevaron iglesias y castillos pagados con dólares; o los británicos, los franceses y los alemanes, que llenaron sus museos con obras del antiguo Egipto o de la Grecia clásica. Nosotros no vamos a ser menos. Y yo me pregunto, ¿si hicieron el trasvase Tajo-Segura sin problemas, cómo no se va a traer un castillo, que es mucho menos costoso?

¡Nosotros estamos tan necesitados de agua como de castillo!


Relatos de Teo Carpena

Teo Carpena
Teo Carpena
Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es

…»villenera villenera, cásate con un yeclano
y veras como te lleva en la palma de la mano»

La estrofa que abre este relato aparece en una canción popular de Villena. No sé si encierra un punto de ironía, pero mi hermana Jeanne, desde que la escuchó, me la canta con recochineo.

—Los yeclanos son muy zalameros y esa es la causa de la coplilla —explica Ana.

Lo curioso es que muchos en este pueblo cambiarían sus fiestas por las de Villena a ojos cerrados. Mi amigo Salvador dice que eso de desfilar vestido de moro, con turbante, babuchas, calzones de colorines, mucho oro falso y exhibiendo una cimitarra delante de una banda de música, mientras suena una marcha mora, es lo mejor del mundo.

A mí las fiestas populares no me entusiasman, pero cuando vi las de moros y cristianos de Villena comprendí muchas cosas, entre ellas, cuán aburridas son las nuestras.
—Aquí son mejores las de San Isidro —remata Ana cada vez que me oye con esta cantinela.
—Eso es posible, pero salimos perdiendo en lo del castillo.

En casi todos los pueblos de alrededor tienen unos castillos espectaculares, y esa es una de las cosas que más se envidia desde Yecla. Dicen que el nuestro desapareció o lo hicieron desaparecer por no sé que extraña circunstancia y es como si nos faltase lo más importante.

A mí me ha parecido siempre una incongruencia cuando la gente dice lo de ‘subir al castillo’. Allí solo quedan cuatro piedras de lo que fue una fortaleza y un santuario con adornos y purpurina en demasía.

Mi hermana y yo estamos dispuestos a remediarlo y estamos pensando en crear una comisión para investigar pueblos abandonados y poder comprar un castillo; se podrían traer las piedras numeradas y montarlo en el lugar en el que estaba el nuestro originariamente; seríamos al fin una ciudad ejemplar.

Además, ya tenemos localizados dos posibles candidatos: El castillo de Aulencia de Villanueva de la Cañada, al que no hacen demasiado caso; y el Castillo de Davalillo en La Rioja, que tiene un nombre pegadizo, una estructura impresionante y solo lo visitan una vez al año, durante la romería de la virgen de Davalillo. Nosotros le daríamos un uso continuado e incluso se lo podríamos cambiar por vino bueno.

Le propuse a Ana, que ya que conoce a la alcaldesa, le contara nuestra idea. Ana cerró los ojos mientas tomaba un trago de café y respondió después de afinar la voz:
—¿Vosotros no sabéis que estáis en España y que aquí, como un proyecto así no esté avalado por varios catedráticos o al menos por un ilustre local, la cosa estará condenada al fracaso? Y digo yo —prosiguió, cada vez mas alterada— habrá que contar con los de patrimonio nacional, ¿no? Es más, ¿de dónde vais a sacar el dinero y los permisos?
—Pero si los de Patrimonio los tienen abandonados. Y con los permisos y el dinero no hay problemas, eso debe facilitarlo el ayuntamiento o la comunidad autónoma y ahora que tenemos un consejero de turismo yeclano y una alcaldesa que se llama Remedios, la cosa será fácil —dijo mi hermana Jeanne con un desparpajo apabullante.
—¡Lo que yo digo, no conocéis a la gente de este país! —asevera Ana, llevándose las manos a la cabeza.
—¡Pero los yeclanos son diferentes! —le rebate Jeanne.
—¿Diferentes? Son como todos los españoles, se creen que su pueblo y sus vinos y sus gentes son los mejores…
—Pues por eso tienen que tener el mejor castillo del mundo, como se merecen —afirmé yo— y también hemos pensado poner anuncios en periódicos franceses por si alguien quiere ofrecernos algún castillo singular; y si es de un estilo extravagante, mejor.

Ana se quedó sin respuesta y nos dejó como caso perdido.

—»Yecla por fin tiene castillo». Con esa frase abrirían los telediarios si lo conseguimos —y con esa frase dio por zanjado Jeanne el debate mañanero. Las dos van siempre corriendo y salieron a toda prisa canturreando la canción villenera de marras.

Hoy llevo despierto desde las seis de la mañana, he visto amanecer y eso despierta mi fantasía.

Me gusta imaginar cosas improbables de un futuro lejano. Por ejemplo, que la infanta Leonor se casara con un yeclano de familia republicana y todos los de este pueblo se volvieran monárquicos; y que la infanta, agasajada con arroz con conejo y caracoles, al llegar al trono, nombrara a Yecla capital del Reino de España y ese plato (el arroz caldoso con conejo y caracoles) se convirtiera en el plato típico español por excelencia, desbancando a la paella. Para un acontecimiento de tal calibre, un pueblo sin castillo carecería de interés.

Sigo pensando que es una idea estupenda trasladar monumentos históricos de un lugar abandonado a otro lleno de vida, para su mejor aprovechamiento.

Eso lo han hecho los norteamericanos sin ningún rubor: se llevaron iglesias y castillos pagados con dólares; o los británicos, los franceses y los alemanes, que llenaron sus museos con obras del antiguo Egipto o de la Grecia clásica. Nosotros no vamos a ser menos. Y yo me pregunto, ¿si hicieron el trasvase Tajo-Segura sin problemas, cómo no se va a traer un castillo, que es mucho menos costoso?

¡Nosotros estamos tan necesitados de agua como de castillo!


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