La Luna ha sido testigo de infinitas declaraciones amorosas y de promesas de fidelidad eterna; también ha sido depositaria de miles de poemas y canciones.
Pero resulta que nuestra Luna, no la de los norteamericanos, o la de los chinos actuales buscando agua, o la luna de los experimentos indios, sino la Luna de los enamorados, se nos acaba de venir abajo como mito: resulta que nuestro querido satélite sufre terremotos continuos, mejor dicho, lunamotos.
Un drama tremendo para nosotros los lunáticos, pensar que tiene nuestro satélite actividad sísmica y no es habitable. Esto nos deja sin refugio en caso de una inminente destrucción de nuestro planeta; una pena tremenda. Y yo soñando con organizar un viaje sorpresa con mi querida esposa para celebrar nuestras Bodas de Plata y veo que será imposible, ya que a Ana le dan pánico los terremotos.
La humanidad y todas las especies terrícolas ahora estamos más solos que nunca.
Y si la Luna revienta o explosiona, ¿se desbordará el mar?
En el planeta Marte hace un calor del carallo y llueve fuego y el resto de planetas supuestamente habitables están tan lejos que no llegaríamos en menos de trescientos años. Eso me lleva a pensar que no tenemos más remedio que soportar a nuestros vecinos, a nuestros conciudadanos y al resto de impresentables del planeta Tierra, así es que tenéis que empezar a haceros a la idea de que tendréis que entenderos con fachas y comunistas, con franceses y catalanes, con rusos y norteamericanos e incluso con el imbécil del piso de arriba… Y a los tontos habrá que repartirlos a partes iguales entre todos los españoles, hablen el idioma que hablen y tengan el color de piel que tengan.
Ayer volvía de la feria charlando de estos temas con mi amigo Pelayo cuando nos interrumpió un señor de traje blanco y gorra de marinero que fumaba en una pipa de marfil tabaco muy oloroso. Venía también de la feria, dijo, y como nos escuchó comentar lo de los terremotos de la Luna, se metió en la conversación como un gato en una despensa…
―En el pueblo ya hemos tenido más de tres terremotos y yo he sobrevivido a más de veinte.
―Felicidades ―le dijo Pelayo― es usted un terremotato como dicen los italianos.
Pero el marinero siguió:
―De niño sobreviví a uno tremendo que movió las casas y no dejó un surco recto, mi padre labró de nuevo los bancales y los enderezó y yo que había leído la historia de Pompeya animé a mis vecinos, diciéndoles que esto no era nada comparado con la explosión del Vesubio…
―Pero eso fue un volcán ―le aclaré.
―Aquí nadie sabía entonces las diferencias entre terremoto y volcán; por cierto, les voy a contar a ustedes, si me lo permiten, lo que me pasó haciendo el servicio militar en Cartagena..
―Es que tenemos prisa ―le contestamos al unísono mi amigo y yo.
―Es solo un minuto ―y empezó enumerando posibles catástrofes enlazando una frase con otra sin silencios de ninguna clase; no veíamos el momento de interrumpirle.
―Y lo peor no es lo de nuestro satélite, lo grave es lo del asteroide que se dirige hacia nuestro planeta…
―Pero eso será dentro de 157 años ―le corté en seco, pensando que con eso lo desarmaba
―El tiempo es relativo amigo, ¿no tiene usted hijos y nietos? ¿No se da cuenta que ese puede ser el final de nuestro planeta? ―Y Pelayo le interrumpió con vehemencia:
―Perdone usted que le interrumpa, pero la NASA ya ha pedido ayuda al Vaticano y acabarán desviando la órbita del pedrolo ese.
―Pues eso es lo peor que nos puede pasar, si el Vaticano y la Nasa se ponen de acuerdo es que la cosa pinta muy mal ―corté por lo sano.
―Si Dios y la Ciencia se ponen de acuerdo, nada puede salir mal ―no sirvió de nada mi intervención.
―Peor me lo ponen ustedes, solo falta que se unan al contubernio los rusos y la catástrofe estará servida; lo decía mi abuelo, que ustedes como son forasteros no conocerán, se llamaba Don Pedro Macías Calatrava, ilustre castellano de nobleza rancia que vivió sus últimos años en Yecla. Tengo que informarles que mi abuelo escribió un manual para subir a la Luna mucho antes Julio Verne y que si ustedes tienen a bien, aquí cerquica está mi casa y se lo puedo mostrar ―ahí hizo una pausa y aprovechó mi amigo para decirle que su mujer estaba de parto y teníamos que conocer a la criatura.
―Pero van ustedes en dirección contraria al hospital.
―Es que mi mujer es naturista y está pariendo en casa ―y comenzamos a correr…
―¡Vayan con Dios y felicidades!
A la vuelta de una esquina paramos, resollando como jamelgos viejos.
―¿Cómo repartimos a los apocalípticos? ―me preguntó Pelayo.
―Como a los tontos, repartidos a partes iguales por todos los pueblos de España.