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🍁 miércoles 20 noviembre 2024
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Los motes en Yecla

Salvador me ha puesto al día de los motes yeclanos. Cada vez que nos vemos me cuenta cosas nuevas de gentes del pueblo; de hecho, no sabría casi nada de Yecla si no fuera por él. Parece ser que en el momento en que te colocan un mote te aceptan socialmente y formas parte de la vida cotidiana del pueblo. Solo los invisibles se quedan sin apodo.

—En Yecla, por ejemplo, hay muchos chatos, es el mote irónico por excelencia —me cuenta Salvador, que lleva una lista de apodos apuntada en una libretilla.

—Hay y ha habido algunos muy populares: el Panrollo, el Flauta, el Torratero, el Jeringuilla, el Maza, el Rata, el Paja, el Despojo, los Marisparza, los Caballicas, los Caleros, el Jovito, el Lupi, el Muerte, el Sepu, los Raspaleños, los Pitero, los Luna, los Garrudos… Todos eran o son gentes de bien, personas prestigiosas y reconocidas que se ganaron el apodo gracias a sus ocupaciones, a alguna leyenda, a su origen o a rasgos físicos singulares; en muchos casos se heredan de padres a hijos durante varias generaciones. Los conozco a todos y la mayoría vive y hace alarde de su mote. —Salvador parece un académico hablando de estos temas; es un hombre de trato fácil y conoce a casi todo el pueblo.

El Panocha, presente también en la conversación interviene:

—Pero como seas hijo de un alcohólico, de un maltratador o de un suicida te lo van a recordar muy a menudo; por esa razón, los duelos son larguísimos, porque nadie se olvida de tus desgracias.

¡Este chico siempre tan exagerado!, pienso.

—En política pasa lo mismo, hasta tres generaciones después siguen recordando en qué bando luchó tu abuelo o la militancia de tu padre y ¡pobre de aquel que cometiera un error grave! Se lo recordarán cada día de su existencia, a veces con una crueldad desmedida, y esto —sigue con la cantinela El Panocha— tiene su parte positiva, pues te obliga a pensar dos veces las cosas antes de hacerlas y te ata a la realidad. Solo tienes dos opciones: lo aceptas y vives con ello o acabas largándote para no seguir reviviendo tu pasado familiar.

Asegura Salvador que eso pasa en todos los pueblos de España. Y yo creo que es posible que así sea. Aun así, apostillo:

—En las ciudades no ocurre eso, vas por la calle y no te conoce nadie y ese anonimato te hace libre. París ha sido el sitio donde más anónimo y mejor me he sentido nunca.

—Pues a mí me agobiaría pensar que no conoces a nadie. ¿Y si te pasa algo, nadie te ayuda? —remarca Salvador.

—Hombre, las ciudades están pobladas por personas, no son tan inhumanas como crees Salvador…

—Los motes relacionados con el oficio tampoco están tan mal —interrumpe el Panocha—, porque si eres un buen profesional es posible que te llamen Don José, el cirujano; Antonio, el mecánico; María, la comadrona o Eliseo, el fontanero. Y así puedes borrar el mote de tu familia. Conozco a varios en Yecla que lo han conseguido.

Dice Salvador que conoce a gente de todas las generaciones del siglo XX y parte de siglo XXI. Así que echa mano de su libreta para seguir contándonos:

—Hay motes que se repiten en distintas generaciones, como el Gordo, el Rubio, el Cojo o el Chino, pues en casi todas las pandillas hay uno de estos. También existen los gentilicios, pero el más utilizado aquí es el Manchego y también es hereditario. Como vengas de un pueblo de La Mancha, en Yecla no te quita ni dios el apodo de ‘Fulanito, el manchego’ o ‘Fulanita, la manchega’. Se lo digo yo Teodoro que conozco a unos cuantos. Sin embargo, tengo un amigo de Tobarra al que le gustaría que lo llamasen Marcelo ‘el tobarreño’; sin embargo, todo el mundo lo conoce por Mortadelo. Así de caprichosos son los que colocan los motes.

Y nos habla de algunos motes antiguos y memorables:

—Arrancapinos, asombraba por su fortaleza; la Magra era delgada y fibrosa, mientras que el Ceporrón era grueso y grande; la Cansahornos, muy grande y pesada; el Adán, un poco dejado o el Mataperros… —esto lo dice exagerando la erre y mirando de reojo a Saturno. Mi perro agacha las orejas y sigue dormitando; esta conversación creo que le aburre.

—Amigos míos, la más grande de todas, tenía dos apodos —prosigue Salvador con su docto discurso—: la Madriles o la Tía Lola. Oriunda de Madrid, como su primer apodo indica, fue una puta mítica en Yecla y con gran prestigio; por lo que cuentan de ella, el ayuntamiento debería dedicarle una calle y erigir una estatua en su honor junto a la del tiraor.

—Pues tú que eres amigo del ‘señorito’ podrías proponérselo —digo con sorna a Salvador, que me mira frunciendo el ceño. Pero él sigue a lo suyo; me gusta lo poco susceptible que es mi amigo.

—Además, las necrológicas son verdaderas joyas. Hay dos, las sonoras, que dan en la radio cada mañana, y las escritas, que hasta no hace mucho se ponían en papel en la puerta de algunos bares. Ahora, se publican en Internet. Pero lo de la radio es digno de estudio. Dan las señales horarias y todo el mundo sube el volumen para escuchar ‘los muertos’. La voz del locutor, seria y sonora, repite cada día la misma cantinela: «Necrológicas. Ha fallecido José López, más conocido por Pepico ‘el Torayo’. Esposo de Josefa, ‘la Milagrosa’ y padre de José, el del Bar La Estrella…».  Siempre dicen el mote o el lugar de trabajo para aclarar quién es el difunto, pues en este pueblo gustan mucho los funerales con cientos de personas doliéndose por la pérdida y abarrotando la iglesia o el tanatorio.

—Concha —prosigue Salvador— ya tiene incluso preparada la foto para el nicho. Dice que quiere una foto de joven, de cuando era soltera, y que en la esquela aparezca la foto porque no le gusta el mote familiar. Sin embargo, a mí me gustaría morir después de una borrachera —bromea— y que en vez del nombre en la esquela aparezca solo el mote con mayúsculas; porque el nombre me viene de familia, pero el apodo me lo gané yo solo, con mi ingenio. Me llaman Sacapuntas y no os voy a contar por qué.

El Panocha y yo nos miramos y nos echamos unas risas; es lo que tienen los amigos, que te alegran el día, pero te vacían la despensa y la bodega.


Lee todos los artículos de Teo Carpena

Teo Carpena
Teo Carpena
Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es

Salvador me ha puesto al día de los motes yeclanos. Cada vez que nos vemos me cuenta cosas nuevas de gentes del pueblo; de hecho, no sabría casi nada de Yecla si no fuera por él. Parece ser que en el momento en que te colocan un mote te aceptan socialmente y formas parte de la vida cotidiana del pueblo. Solo los invisibles se quedan sin apodo.

—En Yecla, por ejemplo, hay muchos chatos, es el mote irónico por excelencia —me cuenta Salvador, que lleva una lista de apodos apuntada en una libretilla.

—Hay y ha habido algunos muy populares: el Panrollo, el Flauta, el Torratero, el Jeringuilla, el Maza, el Rata, el Paja, el Despojo, los Marisparza, los Caballicas, los Caleros, el Jovito, el Lupi, el Muerte, el Sepu, los Raspaleños, los Pitero, los Luna, los Garrudos… Todos eran o son gentes de bien, personas prestigiosas y reconocidas que se ganaron el apodo gracias a sus ocupaciones, a alguna leyenda, a su origen o a rasgos físicos singulares; en muchos casos se heredan de padres a hijos durante varias generaciones. Los conozco a todos y la mayoría vive y hace alarde de su mote. —Salvador parece un académico hablando de estos temas; es un hombre de trato fácil y conoce a casi todo el pueblo.

El Panocha, presente también en la conversación interviene:

—Pero como seas hijo de un alcohólico, de un maltratador o de un suicida te lo van a recordar muy a menudo; por esa razón, los duelos son larguísimos, porque nadie se olvida de tus desgracias.

¡Este chico siempre tan exagerado!, pienso.

—En política pasa lo mismo, hasta tres generaciones después siguen recordando en qué bando luchó tu abuelo o la militancia de tu padre y ¡pobre de aquel que cometiera un error grave! Se lo recordarán cada día de su existencia, a veces con una crueldad desmedida, y esto —sigue con la cantinela El Panocha— tiene su parte positiva, pues te obliga a pensar dos veces las cosas antes de hacerlas y te ata a la realidad. Solo tienes dos opciones: lo aceptas y vives con ello o acabas largándote para no seguir reviviendo tu pasado familiar.

Asegura Salvador que eso pasa en todos los pueblos de España. Y yo creo que es posible que así sea. Aun así, apostillo:

—En las ciudades no ocurre eso, vas por la calle y no te conoce nadie y ese anonimato te hace libre. París ha sido el sitio donde más anónimo y mejor me he sentido nunca.

—Pues a mí me agobiaría pensar que no conoces a nadie. ¿Y si te pasa algo, nadie te ayuda? —remarca Salvador.

—Hombre, las ciudades están pobladas por personas, no son tan inhumanas como crees Salvador…

—Los motes relacionados con el oficio tampoco están tan mal —interrumpe el Panocha—, porque si eres un buen profesional es posible que te llamen Don José, el cirujano; Antonio, el mecánico; María, la comadrona o Eliseo, el fontanero. Y así puedes borrar el mote de tu familia. Conozco a varios en Yecla que lo han conseguido.

Dice Salvador que conoce a gente de todas las generaciones del siglo XX y parte de siglo XXI. Así que echa mano de su libreta para seguir contándonos:

—Hay motes que se repiten en distintas generaciones, como el Gordo, el Rubio, el Cojo o el Chino, pues en casi todas las pandillas hay uno de estos. También existen los gentilicios, pero el más utilizado aquí es el Manchego y también es hereditario. Como vengas de un pueblo de La Mancha, en Yecla no te quita ni dios el apodo de ‘Fulanito, el manchego’ o ‘Fulanita, la manchega’. Se lo digo yo Teodoro que conozco a unos cuantos. Sin embargo, tengo un amigo de Tobarra al que le gustaría que lo llamasen Marcelo ‘el tobarreño’; sin embargo, todo el mundo lo conoce por Mortadelo. Así de caprichosos son los que colocan los motes.

Y nos habla de algunos motes antiguos y memorables:

—Arrancapinos, asombraba por su fortaleza; la Magra era delgada y fibrosa, mientras que el Ceporrón era grueso y grande; la Cansahornos, muy grande y pesada; el Adán, un poco dejado o el Mataperros… —esto lo dice exagerando la erre y mirando de reojo a Saturno. Mi perro agacha las orejas y sigue dormitando; esta conversación creo que le aburre.

—Amigos míos, la más grande de todas, tenía dos apodos —prosigue Salvador con su docto discurso—: la Madriles o la Tía Lola. Oriunda de Madrid, como su primer apodo indica, fue una puta mítica en Yecla y con gran prestigio; por lo que cuentan de ella, el ayuntamiento debería dedicarle una calle y erigir una estatua en su honor junto a la del tiraor.

—Pues tú que eres amigo del ‘señorito’ podrías proponérselo —digo con sorna a Salvador, que me mira frunciendo el ceño. Pero él sigue a lo suyo; me gusta lo poco susceptible que es mi amigo.

—Además, las necrológicas son verdaderas joyas. Hay dos, las sonoras, que dan en la radio cada mañana, y las escritas, que hasta no hace mucho se ponían en papel en la puerta de algunos bares. Ahora, se publican en Internet. Pero lo de la radio es digno de estudio. Dan las señales horarias y todo el mundo sube el volumen para escuchar ‘los muertos’. La voz del locutor, seria y sonora, repite cada día la misma cantinela: «Necrológicas. Ha fallecido José López, más conocido por Pepico ‘el Torayo’. Esposo de Josefa, ‘la Milagrosa’ y padre de José, el del Bar La Estrella…».  Siempre dicen el mote o el lugar de trabajo para aclarar quién es el difunto, pues en este pueblo gustan mucho los funerales con cientos de personas doliéndose por la pérdida y abarrotando la iglesia o el tanatorio.

—Concha —prosigue Salvador— ya tiene incluso preparada la foto para el nicho. Dice que quiere una foto de joven, de cuando era soltera, y que en la esquela aparezca la foto porque no le gusta el mote familiar. Sin embargo, a mí me gustaría morir después de una borrachera —bromea— y que en vez del nombre en la esquela aparezca solo el mote con mayúsculas; porque el nombre me viene de familia, pero el apodo me lo gané yo solo, con mi ingenio. Me llaman Sacapuntas y no os voy a contar por qué.

El Panocha y yo nos miramos y nos echamos unas risas; es lo que tienen los amigos, que te alegran el día, pero te vacían la despensa y la bodega.


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Teo Carpena
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Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es
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13 COMENTARIOS

  1. Crónica de un pueblo. Dónde la gente se conoce más por el mote que por el nombre. En los pueblos se establecen «normas de conducta» sin que venga publicado en ningún sitio.
    No sé quién decía que la «cultura» de un pueblo era la cultura de la clase dominante.
    Y esta nos «invita» a ser un pueblo religioso, conservador, chovinista…
    Si Yecla es lo mejor del mundo mundial, quién es el guapo/a qué se atreve a criticar. Hasta el «señorito» tiene inmunidad.
    Esto acompañado por una pequeña burguesía industrial pegada al poder político local, excepto unos pocos que ya se han percatado que esto no es el futuro.

Teo Carpena
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Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es
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