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🍁 domingo 15 diciembre 2024
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Tarde en el cine

Ayer fui al cine. Espectadores de todas las edades, butacas cómodas y caras sonrientes. Además, me dijeron que la película era buena. La tarde prometía.

Antes de empezar, había un revuelo de chavalería revoltosa, empecé a enfadarme, los tenía demasiado cerca, pero pude controlarme. Cerré los ojos, respiré profundamente y esperé a que la sesión comenzara. En cuanto se apagaron las luces y la música sonó, abrí los ojos, me acomodé y me dispuse a disfrutar.

Los de atrás soltaban risitas histéricas y cuchicheaban; los de delante miraban las pantallas de sus móviles, incluso una pareja de mediana edad se hacía un selfie de espalda a la pantalla para que se viese que estaban en el cine. Otros empezaron a abrir bolsas de plástico y a masticar su contenido, que olía a fritos, y entre el ruido, las risas y el olor apestoso, el cine se convirtió en una pesadilla.

Oí chistar desde la otra punta de la fila de butacas. Eso me consoló, ahora sabía que no era el único que estaba molesto con la situación, pero la cosa no se calmaba y pensé que la tarde no sería tan placentera como yo la imaginaba.

¿Doy un grito pidiendo silencio, me doy la vuelta y me encaro con ellos? Puede que así se acobarden y podamos disfrutar de la sesión de cine. Controlé el ritmo de mi respiración, esperando a que la situación se apaciguara, pero aquello iba en aumento y había una voz desagradable de adolescente fastidioso justo detrás de mí. Dudé un rato, no me gusta decir tacos ni montar líos en público, pero cuando conseguí aplacar mi rabia, me di la vuelta y les dije de manera educada y con voz rotunda y clara, pero sin gritar:

—¿Os podéis callar, por favor?

—Déjenos en paz, viejo—. Todos los jovencitos de alrededor soltaron carcajadas. Ahí supe que este era el chulito líder al que todos los estúpidos siguen. Así son las manadas, dije para mis adentros, y decidí tomar partido ante tanta mala leche, tanta mala educación y ante tantos tonto junto.

—¡Pues te vas a callar ahora mismo o te saco a hostias de la sala!

—Pero, ¿quien se ha creído que es usted, Franco?—. Pensé, me doy la vuelta lo agarro del pescuezo y se lo retuerzo como a un pollo, pero me limité a reír con una risa estridente. Me giré y le contesté mirándole a la cara, con la mejor de las sonrisas posible:

—¡Franco no, pero podría arrancarte la cabeza de un manotazo y jugar un partido con ella, flacucho, escuálido!—. Ahora todos sus amigos reían y esas risas le dolieron al líder, se notaba en su cara.

—¡Déjeme en paz!—, se atrevió a decir. Pero decidí ofrecerle una oportunidad digna para salir airoso del enfrentamiento dialéctico.

—Sal conmigo de la sala—. Esto se lo dije en un tono suave.

—¿Salir con usted?—. Parece que el chavalillo se ablandaba.

—Sí, tú y yo solos—. Todavía  suavicé más el tono.

—¿Para qué voy a salir?—. Ya lo tenía donde quería.

—Si sales conmigo de la sala te explico quién era Franco y los buenos modales en público—. No sé como, pero sacó fuerzas de pronto y dejó la chaqueta a su amiguita.

—Vamos, ¿o tienes miedo?—, le dije con una sonrisa a lo Cilnt Eastwood. Se levantó como si tuviese un muelle en el trasero y nos encaminamos por el pasillo. Los amigotes  pretendieron levantarse también.

—¡Si se levanta alguien de su asiento lo fulmino!—, grité lanzando una mirada a toda la sala. En ese momento mucha gente pidió silencio, el revuelo en el cine provocó que el encargado de la sala encendiera las luces.

El jovencito venía detrás de mí. Paré en seco en la antesala, el flacucho pretendía salir a la calle a pelear, pero lo retuve sin tocarle. Le expliqué que no me pelearía con él por nada del mundo, que no pretendía dar un espectáculo, y en voz baja —que es como entran mejor los razonamientos en el cerebro de los jovenzuelos— fui explicándole cosas que aquí no vienen a cuento. El chico se fue achicando y acabó pidiéndome disculpas 

—Ahora puedes entrar en la sala y contar a tus amigos lo que te dé la gana—. Sé que se sintió avergonzado, yo me sentía satisfecho y decidí salir del cine, no tenía humor para películas y aquella pandilla de idiotas me recordó a otras épocas y a otra pandilla de la que formé parte hace muchos años.

Atardecía, el cielo medio rojo quedaba reflejado en unos ventanales grandes y los almendros estaban empezando a florecer.

Juan Miguel Ortuño

Lee todos los artículos de Teo Carpena

Teo Carpena
Teo Carpena
Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es

Ayer fui al cine. Espectadores de todas las edades, butacas cómodas y caras sonrientes. Además, me dijeron que la película era buena. La tarde prometía.

Antes de empezar, había un revuelo de chavalería revoltosa, empecé a enfadarme, los tenía demasiado cerca, pero pude controlarme. Cerré los ojos, respiré profundamente y esperé a que la sesión comenzara. En cuanto se apagaron las luces y la música sonó, abrí los ojos, me acomodé y me dispuse a disfrutar.

Los de atrás soltaban risitas histéricas y cuchicheaban; los de delante miraban las pantallas de sus móviles, incluso una pareja de mediana edad se hacía un selfie de espalda a la pantalla para que se viese que estaban en el cine. Otros empezaron a abrir bolsas de plástico y a masticar su contenido, que olía a fritos, y entre el ruido, las risas y el olor apestoso, el cine se convirtió en una pesadilla.

Oí chistar desde la otra punta de la fila de butacas. Eso me consoló, ahora sabía que no era el único que estaba molesto con la situación, pero la cosa no se calmaba y pensé que la tarde no sería tan placentera como yo la imaginaba.

¿Doy un grito pidiendo silencio, me doy la vuelta y me encaro con ellos? Puede que así se acobarden y podamos disfrutar de la sesión de cine. Controlé el ritmo de mi respiración, esperando a que la situación se apaciguara, pero aquello iba en aumento y había una voz desagradable de adolescente fastidioso justo detrás de mí. Dudé un rato, no me gusta decir tacos ni montar líos en público, pero cuando conseguí aplacar mi rabia, me di la vuelta y les dije de manera educada y con voz rotunda y clara, pero sin gritar:

—¿Os podéis callar, por favor?

—Déjenos en paz, viejo—. Todos los jovencitos de alrededor soltaron carcajadas. Ahí supe que este era el chulito líder al que todos los estúpidos siguen. Así son las manadas, dije para mis adentros, y decidí tomar partido ante tanta mala leche, tanta mala educación y ante tantos tonto junto.

—¡Pues te vas a callar ahora mismo o te saco a hostias de la sala!

—Pero, ¿quien se ha creído que es usted, Franco?—. Pensé, me doy la vuelta lo agarro del pescuezo y se lo retuerzo como a un pollo, pero me limité a reír con una risa estridente. Me giré y le contesté mirándole a la cara, con la mejor de las sonrisas posible:

—¡Franco no, pero podría arrancarte la cabeza de un manotazo y jugar un partido con ella, flacucho, escuálido!—. Ahora todos sus amigos reían y esas risas le dolieron al líder, se notaba en su cara.

—¡Déjeme en paz!—, se atrevió a decir. Pero decidí ofrecerle una oportunidad digna para salir airoso del enfrentamiento dialéctico.

—Sal conmigo de la sala—. Esto se lo dije en un tono suave.

—¿Salir con usted?—. Parece que el chavalillo se ablandaba.

—Sí, tú y yo solos—. Todavía  suavicé más el tono.

—¿Para qué voy a salir?—. Ya lo tenía donde quería.

—Si sales conmigo de la sala te explico quién era Franco y los buenos modales en público—. No sé como, pero sacó fuerzas de pronto y dejó la chaqueta a su amiguita.

—Vamos, ¿o tienes miedo?—, le dije con una sonrisa a lo Cilnt Eastwood. Se levantó como si tuviese un muelle en el trasero y nos encaminamos por el pasillo. Los amigotes  pretendieron levantarse también.

—¡Si se levanta alguien de su asiento lo fulmino!—, grité lanzando una mirada a toda la sala. En ese momento mucha gente pidió silencio, el revuelo en el cine provocó que el encargado de la sala encendiera las luces.

El jovencito venía detrás de mí. Paré en seco en la antesala, el flacucho pretendía salir a la calle a pelear, pero lo retuve sin tocarle. Le expliqué que no me pelearía con él por nada del mundo, que no pretendía dar un espectáculo, y en voz baja —que es como entran mejor los razonamientos en el cerebro de los jovenzuelos— fui explicándole cosas que aquí no vienen a cuento. El chico se fue achicando y acabó pidiéndome disculpas 

—Ahora puedes entrar en la sala y contar a tus amigos lo que te dé la gana—. Sé que se sintió avergonzado, yo me sentía satisfecho y decidí salir del cine, no tenía humor para películas y aquella pandilla de idiotas me recordó a otras épocas y a otra pandilla de la que formé parte hace muchos años.

Atardecía, el cielo medio rojo quedaba reflejado en unos ventanales grandes y los almendros estaban empezando a florecer.

Juan Miguel Ortuño

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Teo Carpena
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Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es
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1 COMENTARIO

  1. Buenoooo si al final va a resultar que nuestro vecino es Clint Eastwood!! Menudo diálogo, digno de las mejores películas de Hollywood. Eso si, hay que valorar la buena educación del macarrilla, que le falta al respeto, pero siempre tratándole de usted. De verdad se piensa que los jóvenes nos expresamos así? No se de donde ha salido este personaje, pero desde luego vive en una realidad paralela (o para lelos). Parece que sea un personaje inventado por un colaborador de este periódico.
    En fin, el pueblo puede descansar tranquilo, nuestro héroe seguirá velando por nosotros. A ver si en la próxima entrega salva a alguien de un hospital en llamas, que esto se está animando.

Teo Carpena
Teo Carpena
Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es
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