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🌼 viernes 26 abril 2024
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La sombra de un pregonero

Soy un cuentista vocacional y me gusta contar historias a todo aquel que se preste, pero escribir y hacerlas públicas me cuesta trabajo; siento rubor cuando alguien me dice que lee lo que escribo. A mí me gustaría ser como los trovadores que contaban historias en las plazas o en los mercadillos. También me habría gustado ser pregonero y después de hacer sonar la trompetilla, leer el bando municipal, pero añadiendo chascarrillos.

Me atrae ver las caras de las gentes cuando relato con vehemencia algo dramático o ver sonrisas cuando soy capaz de hacer un chiste. Escribir compromete y te obliga a ser más preciso y veraz, aunque a mí, la veracidad me importa poco.

La verdad está sobrevalorada y la impregnaron de un prestigio que no le pertenece; sin embargo, la mentira parece que sea la voz del demonio cuando en realidad, lo que nos divierten son las mentiras graciosas o las mentiras misteriosas, pero que resulten creíbles.

Últimamente, vemos películas o leemos libros a los que dotamos de credibilidad porque colocan una coletilla que dicen estar basados en hechos reales. Y yo me pregunto: ¿pero hay en el cine, en la literatura o en el arte algo que no se corresponda con la realidad?
Aun así,  llevamos siglos contando las mismas cosas, pero de formas diferentes.

La verdad nos salvará, dicen algunos; yo me rio porque se me ocurren más de diez actividades comerciales en que las medias verdades o el engaño se utilizan como publicidad para nuestro consumo; y nos las tragamos sin rechistar.

En definitiva, que escribir, escribe mucha gente, pero contar cuentos bien, son muy pocos.

En casa teníamos a los mejores narradores como maestros: mi abuelo y mi madre. De ellos heredamos el hábito de contar; mi padre era tan sieso que cuando se arrancaba era el más gracioso por sorprendente y todos nos ejercitábamos en el arte de contar cuentos o recitar romances.

Los buenos poetas son malísimos recitadores, y si no me creen escuchen a Neruda, a Alberti o a Gloria Fuertes; aburridos y pesados, pero tampoco mejoran nada los actores de voces engoladas y gesticulación fingida.

A mí siempre me ha gustado escuchar a narradores que no sabían leer y tenían memorizadas historias o las inventaban sobre la marcha; su retórica era natural.

Pero voy a lo que voy, que me enredo en otros temas.

En una comida familiar, Carmen, la madre de Ana o mi suegra, como ustedes prefieran, mirándome fijamente detrás de los gruesos cristales de sus gafas me dijo:

—Teo, a mí me gusta cuando escribes cosas antiguas del pueblo. No escribas tristezas, que la vida ya tiene mucho de eso —y me lo dice a sus 95 años y con una sonrisa tan cálida que me desarma.

—Las cosas tristes tienen su importancia y dan brillo a las alegres  —le contesté.

—A mí, no me líes con tu palabrería; podrías contar el nacimiento de tu madre que es muy divertido y cada vez que lo contaba ella bien que nos reíamos todos.

—Lo pensaré —le dije no muy convencido.

Y es que no es lo mismo hablar que escribir. Aunque sea como aficionado, sientes la obligación de contar cosas de interés. En vivo es diferente: la cosa más insustancial, contada con humor, puede captar la atención del más despistado espectador.

De niño jugaba con mi sombra sobre el suelo: la pisaba o intentaba separarme de ella, descubriendo que era imposible y recitaba versos aprendidos de mi abuelo. En la adolescencia, en busca de la auténtica identidad, sufría rebuscando en los adultos modelos donde reflejarme, y escribía poemas rimados al estilo de Bécquer.

Pasado los cuarenta creyendo tener claro ser quien era, escribí un manual de jardinería amorosa y al llegar a la madurez dudo más que nunca y me pregunto si tiene sentido seguir escribiendo o me lanzo a los mercadillos y a las ferias como un rapsoda a probar suerte.

El Panocha y su novia dicen que soy un romántico blandengue. ¡Ah!, Pascuy dice que no he contado la épica de su media maratón y es verdad: ella es una campeona, pero ya quisiera ser poeta como Virgilio para cantar con acierto su valentía.

Salvador dice que me va a contar cosas del pueblo en los años setenta que las cuente yo por aquí.

Pedrito dice que lo mío es la fantasía y que me haría de oro si escribiera una novela de ciencia ficción.

Ana dice que soy demasiado correcto.

Mi hermana Jeanne dice que cuente las cosas como las cuento cuando nos tomamos los vinos.

Mi vecino, el cazador, dice que soy un equidistante y que no me atrevo desvelar mi auténtico pensamiento.

Creo que todos esperan algo de mí que no soy, porque una cosa es lo que los demás creen, y otra muy distinta lo que yo creo que soy; y de eso va la vida, de saber dónde estás y quién eres.


Relatos de Teo Carpena

Teo Carpena
Teo Carpena
Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es

Soy un cuentista vocacional y me gusta contar historias a todo aquel que se preste, pero escribir y hacerlas públicas me cuesta trabajo; siento rubor cuando alguien me dice que lee lo que escribo. A mí me gustaría ser como los trovadores que contaban historias en las plazas o en los mercadillos. También me habría gustado ser pregonero y después de hacer sonar la trompetilla, leer el bando municipal, pero añadiendo chascarrillos.

Me atrae ver las caras de las gentes cuando relato con vehemencia algo dramático o ver sonrisas cuando soy capaz de hacer un chiste. Escribir compromete y te obliga a ser más preciso y veraz, aunque a mí, la veracidad me importa poco.

La verdad está sobrevalorada y la impregnaron de un prestigio que no le pertenece; sin embargo, la mentira parece que sea la voz del demonio cuando en realidad, lo que nos divierten son las mentiras graciosas o las mentiras misteriosas, pero que resulten creíbles.

Últimamente, vemos películas o leemos libros a los que dotamos de credibilidad porque colocan una coletilla que dicen estar basados en hechos reales. Y yo me pregunto: ¿pero hay en el cine, en la literatura o en el arte algo que no se corresponda con la realidad?
Aun así,  llevamos siglos contando las mismas cosas, pero de formas diferentes.

La verdad nos salvará, dicen algunos; yo me rio porque se me ocurren más de diez actividades comerciales en que las medias verdades o el engaño se utilizan como publicidad para nuestro consumo; y nos las tragamos sin rechistar.

En definitiva, que escribir, escribe mucha gente, pero contar cuentos bien, son muy pocos.

En casa teníamos a los mejores narradores como maestros: mi abuelo y mi madre. De ellos heredamos el hábito de contar; mi padre era tan sieso que cuando se arrancaba era el más gracioso por sorprendente y todos nos ejercitábamos en el arte de contar cuentos o recitar romances.

Los buenos poetas son malísimos recitadores, y si no me creen escuchen a Neruda, a Alberti o a Gloria Fuertes; aburridos y pesados, pero tampoco mejoran nada los actores de voces engoladas y gesticulación fingida.

A mí siempre me ha gustado escuchar a narradores que no sabían leer y tenían memorizadas historias o las inventaban sobre la marcha; su retórica era natural.

Pero voy a lo que voy, que me enredo en otros temas.

En una comida familiar, Carmen, la madre de Ana o mi suegra, como ustedes prefieran, mirándome fijamente detrás de los gruesos cristales de sus gafas me dijo:

—Teo, a mí me gusta cuando escribes cosas antiguas del pueblo. No escribas tristezas, que la vida ya tiene mucho de eso —y me lo dice a sus 95 años y con una sonrisa tan cálida que me desarma.

—Las cosas tristes tienen su importancia y dan brillo a las alegres  —le contesté.

—A mí, no me líes con tu palabrería; podrías contar el nacimiento de tu madre que es muy divertido y cada vez que lo contaba ella bien que nos reíamos todos.

—Lo pensaré —le dije no muy convencido.

Y es que no es lo mismo hablar que escribir. Aunque sea como aficionado, sientes la obligación de contar cosas de interés. En vivo es diferente: la cosa más insustancial, contada con humor, puede captar la atención del más despistado espectador.

De niño jugaba con mi sombra sobre el suelo: la pisaba o intentaba separarme de ella, descubriendo que era imposible y recitaba versos aprendidos de mi abuelo. En la adolescencia, en busca de la auténtica identidad, sufría rebuscando en los adultos modelos donde reflejarme, y escribía poemas rimados al estilo de Bécquer.

Pasado los cuarenta creyendo tener claro ser quien era, escribí un manual de jardinería amorosa y al llegar a la madurez dudo más que nunca y me pregunto si tiene sentido seguir escribiendo o me lanzo a los mercadillos y a las ferias como un rapsoda a probar suerte.

El Panocha y su novia dicen que soy un romántico blandengue. ¡Ah!, Pascuy dice que no he contado la épica de su media maratón y es verdad: ella es una campeona, pero ya quisiera ser poeta como Virgilio para cantar con acierto su valentía.

Salvador dice que me va a contar cosas del pueblo en los años setenta que las cuente yo por aquí.

Pedrito dice que lo mío es la fantasía y que me haría de oro si escribiera una novela de ciencia ficción.

Ana dice que soy demasiado correcto.

Mi hermana Jeanne dice que cuente las cosas como las cuento cuando nos tomamos los vinos.

Mi vecino, el cazador, dice que soy un equidistante y que no me atrevo desvelar mi auténtico pensamiento.

Creo que todos esperan algo de mí que no soy, porque una cosa es lo que los demás creen, y otra muy distinta lo que yo creo que soy; y de eso va la vida, de saber dónde estás y quién eres.


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Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es
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2 COMENTARIOS

  1. Gracias Teo. Escucha a todos pero sigue escribiendo así. Cada día la ficcion se ve superada por la «realidad». Solo hay que ver las noticias de los informativos. Supongo que no exagero al decirte que somos muchos los que disfrutamos con tus relatos . Gracias

Teo Carpena
Teo Carpena
Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es
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