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🍁 martes 03 diciembre 2024
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Distopía yeclana

Hoy Salvador, Saturno y yo hemos dado un paseo por el pueblo. Una visita turística por la ‘Yecla vaciada’, ha dicho mi acompañante. Ya solo el concepto me despertaba cierta curiosidad. Hemos empezado por la entrada de la carretera de Caudete. A la izquierda, junto al barrio del Sol, una hermosa chimenea resurge entre la maleza en un gran solar ruinoso dotado de un microclima de putrefacción y mierda. Es lo único que queda de lo que en su día fue una importante alcoholera.

Un poco más arriba, llegamos al Parque. El ruinoso edificio del Bar Tambores nos da la bienvenida. El propio parque, con el palomar tapiado y sin palomas que lo sobrevuelen, sufre un abandono llamativo. Salvador me habló del templete de la música, que yo recordaba de niño y al cual sustituyeron por una enorme escultura geométrica. Esa escultura moderna, homenaje a “La Voluntad” de Azorín está bien, pero quizá no sea este su mejor emplazamiento.

Un poco más arriba se encuentra la que fue sede de la sociedad de Cazadores. O lo que es lo mismo, el edificio más insultante de esta ciudad. Parece un búnker. Me cuenta Salvador que ahora lo ha comprado el ayuntamiento y que lo está restaurando. Pero da igual lo que hagan: la cagada está servida. Justo enfrente me doy de bruces con la primera casa señorial en venta. Para mi sorpresa, todo el centro está lleno de ellas.

Una esquina más arriba estaba el Cine Regio y su desaparición es quizá, junto con la fachada de las antiguas Escuelas Pías, una de las peores pérdidas de patrimonio municipal. Los bares Toledo y Español ayudaban a tener esa calle viva y rebosante. Ahora no pasa ni un alma.

Es media tarde, en pleno mes de agosto. Hace calor y las calles desiertas dan una imagen decrépita de la ciudad. Para más inri he pisado una mierda de perro. Saturno mueve el rabo en señal de burla y cuando le estoy mirando con cara de asesino, pasa una señora que a gritos señala a mi perro diciendo: “Estos son los culpables, los putos perros”. Me veo obligado a intervenir con rotundidad:

—Señora, los culpables son los dueños, que no recogen las ñordas; y a mi perro no lo señale usted, que es un perro aristócrata y caga en wáter de porcelana fina. —La señora, enfurruñada, sigue su camino, escondida detrás de su mascarilla y murmurando improperios.

Me dice Salvador que la gente estará en Torrevieja, Los Arenales o en los campos, por eso está todo tan vacío. Intenta así quitar importancia al aspecto fantasmal que presenta hoy esta ciudad; pero yo creo que solo faltan los alicornios para recordar a los pueblos abandonados del oeste americano.

Aun así, no quiero ser negativo del todo. Tengo que reconocer que se han hecho cosas bien, como la reforma del teatro Concha Segura, la antigua lonja reconvertida en Auditorio o el palacio de Justicia, antes Casa de Cultura.

Pero frente a la Iglesia Nueva, dos fachadas emblemáticas dan pena. Una, en ruinas, fue la casa que vio nacer a Francisco Martínez Corbalán y Martínez Corbalán. No sé muy bien quién era, pero tampoco da más información la placa medio borrada que así lo anuncia. Lo que sí recuerdo es la mercería que había en su bajo. “El Barco”, me recuerda Salvador. Al final, esta magnífica finca se convertirá en otro horroroso edificio o en una escombrera, otra tónica común en las calles del pueblo. Y es que según me cuenta mi acompañante, muchas casas señoriales se han derrumbado porque suponían un peligro para los viandantes, dejando yermos solares a la espera de años mejores.

La otra casa descansa sobre la oficina de un banco. La fachada está restaurada, pero continúa deshabitada. En esa misma acera hay varios edificios históricos ruinosos. Recuerdo la pastelería Carrillo y una tienda de fotografía. Ya no queda absolutamente nada de ello. Enfrente, el edificio de José María ‘el de los Hierros’, una ferretería histórica a punto de venirse abajo. Abruma ver uno de los lugares más emblemáticos del pueblo en tan mal estado. En sus escaparates, los yeclanos vieron las primeras televisiones en los años sesenta del pasado siglo. Salvador me dice que hasta no hace muchos años seguían todavía las letras TELEFUNKEN adornando la fachada.

Me entristece mucho ver todos esos edificios, tan llenos de vida en mi infancia, al borde de la muerte. Yo apenas los recuerdo, pero Salvador me cuenta lo bien que funcionaban, cómo eran sus dueños y cómo sus padres le mandaban a comprar a unos y a otros. Noto que la añoranza le humedece los ojos.

—Hemos perdido mucho Teodoro, y no hemos ganado apenas nada…

Me dice que Yecla fue un pueblo agrícola avergonzado de serlo, para luego convertirse en un pueblo industrial que desaprovechó su riqueza. “Ahora somos un pueblo a punto de perder su identidad”, sentencia.

Subimos después a la calle del Niño. Recordaba la iglesia, recientemente reformada, y también algunas de sus tiendas más históricas. Ya no queda ninguna abierta. Galerías Polo, Casa Ramiro, Nazario… En algunas perduran sus rótulos abandonados, olvidados. Me sorprende el extraño silencio que la recorre. Nunca he visto una calle peatonal tan vacía. Miro a ventanas y balcones y veo otro montón de carteles de ‘se vende’ o ‘se alquila’. ¿Vive alguien en esta calle?, me pregunto.

De pronto me paro en la esquina con Martínez Corbalán, antes de subir a la Plaza Mayor. Dice Salvador que allí había una ferretería, la de Verdú. No la recuerdo. Lo que sí me viene a la mente es la tienda de ultramarinos de Antoñico Díaz. Y arriba, el bar Andaluz, también cerrado y hundiéndose. Qué tristeza de plaza, qué abandonada y vacía está.

Seguimos por la Corredera. Me alegra ver que Montoya sigue abierto, será quizá de los negocios más antiguos que sigan en activo en Yecla. “Junto a La Zaranda”, me dice mi compañero de fatigas. La casa junto a Montoya está okupada y destrozada. Da pena verla. ¿Estaba ahí la tienda de las Bizcas? Salvador no lo tiene claro.

Por lo que veo, la Casa del Pueblo se rehabilitó, pero también parece cerrada a cal y canto. Y el bar se alquila. También cerrado. Tampoco está ya la Tahona. Mi padre me mandaba allí a comprar tortas de gazpacho.

Vamos en dirección a la calle España. Bajamos por la Cruz de Piedra y entramos por la calle Hospital para bajar hacia la Casa de Cultura. La farmacia de don Ricardo Tomás también está cerrada. Y todo el edificio en venta. Otro más. De hecho, esa placeta, peatonal y reformada, también parece totalmente deshabitada.

En la calle España, la Casa de Cultura o Palacio de los Ortega, con su magnífico Museo Arqueológico, el edificio de la Caja de Ahorros y el de la Escuela de Música, antiguo casino primitivo y sede de los sindicatos, dan cierta dignidad a la calle. ¡Solo la música y la cultura pueden salvarnos!

Pero en esa misma calle me encuentro con otra casa tapiada y a punto de caerse a pedazos, a pesar de que cuenta con un escudo señorial en su fachada. A mi entender simboliza a la perfección la decadencia yeclana. Por eso he pedido al periódico que ilustrara este relato. Si no se pone remedio, en dos años ya no existirán ni las sombras de su fachada. El centro histórico desamparado huele a abandono y moho.

¿Tan chovinistas que son algunos y luego permiten que esto esté así de abandonado? Vengo de un país muy chovinista, el inventor mismo del chovinismo; pero tienen razones para ello. Aquí solo hay razones para la vergüenza, pero a todos se les llena la boca de elogios cuando hablan del pueblo, llegando a afirmar que es el pueblo más bonico del mundo; les encanta la zalamería y el autoengaño.

No les gusta que venga nadie a mostrarles sus defectos: los problemas de este pueblo se esconden debajo de las alfombras, no se airean jamás. ¡Que no se entere nadie de nuestros problemas! Y ese carácter hermético desemboca en lo que todos sabéis, pero que nadie se atreve a decir.

No se me alteren, pero este paseo me ha cabreado. No tengo intención de ofender, pero solo tienen que echar una mirada al pueblo con ojos críticos…

No se puede permitir que quien gestiona una ciudad la deje caer de esa manera. La arquitectura de un pueblo es la imagen que lo representa. Las aceras están sucias, he visto colchones que descansan en la misma esquina desde hace al menos cinco días; contenedores de plástico rebosantes y rodeados de bolsas día sí, día también.

Son dos partes las implicadas: la ciudadanía y sus políticos. “Pero tenemos un alcalde guapo y simpático”, bromea Salvador.

El otro día me contaron que se hacen visitas guiadas por la ciudad. ¿Se les habrá ocurrido hacer el recorrido del desastre y de las ausencias? ¿Cuántas casas señoriales están al borde de la ruina? ¿Cuántas han dado lugar a solares abandonados y llenos de basura?
Los guías deberían señalar lo que existió y ya no está. Aquella Yecla cercana, sencilla, entrañable. Quizá en mi memoria haya quedado un recuerdo utópico, edulcorado. Pero si la historia de los pueblos pasa por mantener viva su memoria y su patrimonio, la de este pueblo está condenada a desaparecer.


Lee todos los artículos de Teo Carpena

Teo Carpena
Teo Carpena
Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es

Hoy Salvador, Saturno y yo hemos dado un paseo por el pueblo. Una visita turística por la ‘Yecla vaciada’, ha dicho mi acompañante. Ya solo el concepto me despertaba cierta curiosidad. Hemos empezado por la entrada de la carretera de Caudete. A la izquierda, junto al barrio del Sol, una hermosa chimenea resurge entre la maleza en un gran solar ruinoso dotado de un microclima de putrefacción y mierda. Es lo único que queda de lo que en su día fue una importante alcoholera.

Un poco más arriba, llegamos al Parque. El ruinoso edificio del Bar Tambores nos da la bienvenida. El propio parque, con el palomar tapiado y sin palomas que lo sobrevuelen, sufre un abandono llamativo. Salvador me habló del templete de la música, que yo recordaba de niño y al cual sustituyeron por una enorme escultura geométrica. Esa escultura moderna, homenaje a “La Voluntad” de Azorín está bien, pero quizá no sea este su mejor emplazamiento.

Un poco más arriba se encuentra la que fue sede de la sociedad de Cazadores. O lo que es lo mismo, el edificio más insultante de esta ciudad. Parece un búnker. Me cuenta Salvador que ahora lo ha comprado el ayuntamiento y que lo está restaurando. Pero da igual lo que hagan: la cagada está servida. Justo enfrente me doy de bruces con la primera casa señorial en venta. Para mi sorpresa, todo el centro está lleno de ellas.

Una esquina más arriba estaba el Cine Regio y su desaparición es quizá, junto con la fachada de las antiguas Escuelas Pías, una de las peores pérdidas de patrimonio municipal. Los bares Toledo y Español ayudaban a tener esa calle viva y rebosante. Ahora no pasa ni un alma.

Es media tarde, en pleno mes de agosto. Hace calor y las calles desiertas dan una imagen decrépita de la ciudad. Para más inri he pisado una mierda de perro. Saturno mueve el rabo en señal de burla y cuando le estoy mirando con cara de asesino, pasa una señora que a gritos señala a mi perro diciendo: “Estos son los culpables, los putos perros”. Me veo obligado a intervenir con rotundidad:

—Señora, los culpables son los dueños, que no recogen las ñordas; y a mi perro no lo señale usted, que es un perro aristócrata y caga en wáter de porcelana fina. —La señora, enfurruñada, sigue su camino, escondida detrás de su mascarilla y murmurando improperios.

Me dice Salvador que la gente estará en Torrevieja, Los Arenales o en los campos, por eso está todo tan vacío. Intenta así quitar importancia al aspecto fantasmal que presenta hoy esta ciudad; pero yo creo que solo faltan los alicornios para recordar a los pueblos abandonados del oeste americano.

Aun así, no quiero ser negativo del todo. Tengo que reconocer que se han hecho cosas bien, como la reforma del teatro Concha Segura, la antigua lonja reconvertida en Auditorio o el palacio de Justicia, antes Casa de Cultura.

Pero frente a la Iglesia Nueva, dos fachadas emblemáticas dan pena. Una, en ruinas, fue la casa que vio nacer a Francisco Martínez Corbalán y Martínez Corbalán. No sé muy bien quién era, pero tampoco da más información la placa medio borrada que así lo anuncia. Lo que sí recuerdo es la mercería que había en su bajo. “El Barco”, me recuerda Salvador. Al final, esta magnífica finca se convertirá en otro horroroso edificio o en una escombrera, otra tónica común en las calles del pueblo. Y es que según me cuenta mi acompañante, muchas casas señoriales se han derrumbado porque suponían un peligro para los viandantes, dejando yermos solares a la espera de años mejores.

La otra casa descansa sobre la oficina de un banco. La fachada está restaurada, pero continúa deshabitada. En esa misma acera hay varios edificios históricos ruinosos. Recuerdo la pastelería Carrillo y una tienda de fotografía. Ya no queda absolutamente nada de ello. Enfrente, el edificio de José María ‘el de los Hierros’, una ferretería histórica a punto de venirse abajo. Abruma ver uno de los lugares más emblemáticos del pueblo en tan mal estado. En sus escaparates, los yeclanos vieron las primeras televisiones en los años sesenta del pasado siglo. Salvador me dice que hasta no hace muchos años seguían todavía las letras TELEFUNKEN adornando la fachada.

Me entristece mucho ver todos esos edificios, tan llenos de vida en mi infancia, al borde de la muerte. Yo apenas los recuerdo, pero Salvador me cuenta lo bien que funcionaban, cómo eran sus dueños y cómo sus padres le mandaban a comprar a unos y a otros. Noto que la añoranza le humedece los ojos.

—Hemos perdido mucho Teodoro, y no hemos ganado apenas nada…

Me dice que Yecla fue un pueblo agrícola avergonzado de serlo, para luego convertirse en un pueblo industrial que desaprovechó su riqueza. “Ahora somos un pueblo a punto de perder su identidad”, sentencia.

Subimos después a la calle del Niño. Recordaba la iglesia, recientemente reformada, y también algunas de sus tiendas más históricas. Ya no queda ninguna abierta. Galerías Polo, Casa Ramiro, Nazario… En algunas perduran sus rótulos abandonados, olvidados. Me sorprende el extraño silencio que la recorre. Nunca he visto una calle peatonal tan vacía. Miro a ventanas y balcones y veo otro montón de carteles de ‘se vende’ o ‘se alquila’. ¿Vive alguien en esta calle?, me pregunto.

De pronto me paro en la esquina con Martínez Corbalán, antes de subir a la Plaza Mayor. Dice Salvador que allí había una ferretería, la de Verdú. No la recuerdo. Lo que sí me viene a la mente es la tienda de ultramarinos de Antoñico Díaz. Y arriba, el bar Andaluz, también cerrado y hundiéndose. Qué tristeza de plaza, qué abandonada y vacía está.

Seguimos por la Corredera. Me alegra ver que Montoya sigue abierto, será quizá de los negocios más antiguos que sigan en activo en Yecla. “Junto a La Zaranda”, me dice mi compañero de fatigas. La casa junto a Montoya está okupada y destrozada. Da pena verla. ¿Estaba ahí la tienda de las Bizcas? Salvador no lo tiene claro.

Por lo que veo, la Casa del Pueblo se rehabilitó, pero también parece cerrada a cal y canto. Y el bar se alquila. También cerrado. Tampoco está ya la Tahona. Mi padre me mandaba allí a comprar tortas de gazpacho.

Vamos en dirección a la calle España. Bajamos por la Cruz de Piedra y entramos por la calle Hospital para bajar hacia la Casa de Cultura. La farmacia de don Ricardo Tomás también está cerrada. Y todo el edificio en venta. Otro más. De hecho, esa placeta, peatonal y reformada, también parece totalmente deshabitada.

En la calle España, la Casa de Cultura o Palacio de los Ortega, con su magnífico Museo Arqueológico, el edificio de la Caja de Ahorros y el de la Escuela de Música, antiguo casino primitivo y sede de los sindicatos, dan cierta dignidad a la calle. ¡Solo la música y la cultura pueden salvarnos!

Pero en esa misma calle me encuentro con otra casa tapiada y a punto de caerse a pedazos, a pesar de que cuenta con un escudo señorial en su fachada. A mi entender simboliza a la perfección la decadencia yeclana. Por eso he pedido al periódico que ilustrara este relato. Si no se pone remedio, en dos años ya no existirán ni las sombras de su fachada. El centro histórico desamparado huele a abandono y moho.

¿Tan chovinistas que son algunos y luego permiten que esto esté así de abandonado? Vengo de un país muy chovinista, el inventor mismo del chovinismo; pero tienen razones para ello. Aquí solo hay razones para la vergüenza, pero a todos se les llena la boca de elogios cuando hablan del pueblo, llegando a afirmar que es el pueblo más bonico del mundo; les encanta la zalamería y el autoengaño.

No les gusta que venga nadie a mostrarles sus defectos: los problemas de este pueblo se esconden debajo de las alfombras, no se airean jamás. ¡Que no se entere nadie de nuestros problemas! Y ese carácter hermético desemboca en lo que todos sabéis, pero que nadie se atreve a decir.

No se me alteren, pero este paseo me ha cabreado. No tengo intención de ofender, pero solo tienen que echar una mirada al pueblo con ojos críticos…

No se puede permitir que quien gestiona una ciudad la deje caer de esa manera. La arquitectura de un pueblo es la imagen que lo representa. Las aceras están sucias, he visto colchones que descansan en la misma esquina desde hace al menos cinco días; contenedores de plástico rebosantes y rodeados de bolsas día sí, día también.

Son dos partes las implicadas: la ciudadanía y sus políticos. “Pero tenemos un alcalde guapo y simpático”, bromea Salvador.

El otro día me contaron que se hacen visitas guiadas por la ciudad. ¿Se les habrá ocurrido hacer el recorrido del desastre y de las ausencias? ¿Cuántas casas señoriales están al borde de la ruina? ¿Cuántas han dado lugar a solares abandonados y llenos de basura?
Los guías deberían señalar lo que existió y ya no está. Aquella Yecla cercana, sencilla, entrañable. Quizá en mi memoria haya quedado un recuerdo utópico, edulcorado. Pero si la historia de los pueblos pasa por mantener viva su memoria y su patrimonio, la de este pueblo está condenada a desaparecer.


Lee todos los artículos de Teo Carpena

Teo Carpena
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Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es
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21 COMENTARIOS

  1. He leido el articulo, y los comentarios posteriores, estoy de acuerdo con lo que describe, y negarlo es no querer ver la realidad, o al menos una de ellas, hay otras que no son menos reales. Aunque no sirve de consuelo este mal que aqueja a nuestro pueblo se da en otros pueblos y ciudades, primar lo nuevo ha sido la politica de las ultimas décadas y las estructuras viejas son mas caras de restaurar y no ha sido favorecias por
    los gobernantes de turno y a mi me mes gusta patear las ciudades que visito he descubierto con tristeza que las zonas nobles de muchas ciudades estan abandonadas cuando no son guetos de inmigrantes y focos de delicuencia, El otro dia cruzando de punta a punta unas de las calles mas largas conte 27 solares o casas abandonadas y me parecio un desperdicio de espacio y servicios que al final pagamos todos habria que hacer un plan de urbanismo, o renovar el que hay que lleva 17 años en manos de unos tecnicos que no acaban de acaba, ni de resolver los problemas que de no resolverlos se hacer mas grandes. Amar tu tierra yo creo que no es verla bonita es verla tal y como es aceptarla y luchar por arreglar lo que tiene arreglo.

  2. Es bastante ridículo leer a ignorantes que aprovechan cualquier cuestión sin sentido para atacar al oponente político.

    También es cierto que no les queda otra que la pataleta infantil detrás de una careta cutre de una falsa visión intelectual, ya que en Yecla no rascan poder ni alineándose los planetas.

    He llegado a leer por aquí a algún iluminado que culpa a la «especulación» jajajaja, especulación en un pueblo sin demanda inmobiliaria que cuenta en su centro con decenas de solares vacíos desde hace décadas.

    ¿Y qué solución proponen a esta decadencia?, pues lo de siempre, dinero público para sus chiringuitos «culturales», todos sabemos que la Casa de la Cultura y el resto de exposiciones y museos son el epicentro del bullicio local…

    Es duro para ellos enfrentarse a la realidad, lo único que genera algo de vida son servicios privados, véase los pubs y bares de la calle San José y la Plaza de San Cayetano.

    Faltan facilidades para emprendedores y empresas, y falta simplicidad en las farragosas leyes urbanísticas, lo que no falta en absoluto son talleres culturales de deconstrucción de genero para persones.

  3. Distopía, significado, Sociedad imaginaria bajo un poder totalitario o una ideología determinada, según la concepción de un autor determinado, que sería lo opuesto a la utopía. LA PALABRA IDÓNEA PARA DESCRIBIR EL GOBIERNO SOCIAL COMUNISTA DE ESPAÑA EN ESTOS MOMENTOS, Y ESTE ESCRITOR FRUSTRADO LA EMPLEA PARA DESCRIBIR LA CIUDAD DE YECLA, MUCHO ATREVIMIENTO POR SU PARTE.

  4. El artículo es extraordinario. Yecla cada vez es más pueblo le pese a quien le pese.El abandono del casco urbano es demencial y lamentablemente no tiene visos de recuperarse.La vida en este pueblo es triste, sus alicientes escasos y todo el que puede opta por marcharse. Pero amigos hay otra Yecla, que es la Yecla pujante e industrial que gasta los dineros en otros sitios, vive en chalets en las afueras y no quiere saber nada de la decrepitud del pueblo……

  5. Muy bueno el articulo, de acuerdo con todo. Es una pena que no sepamos conservar nuestro patrimonio y que, de cara al pueblo, siempre estemos recordando que ellos son lo primero. Edificios en ruinas, solares a cascoporro, mierdas de perro por todo lados, colonias de gatos protegidos donde se les alimenta, si es cerca de un colegio mejor que mejor, basura entre los contenedores, manchas en el suelo y malos olores… Está claro que los servicios de limpieza no funcionan. A mi me daría vergüenza dirigir un ayuntamiento que tiene un pueblo tan descuidado… Y otro día si queréis hablamos del civismo yeclano.

  6. Lo que se dice al final es lo realmente incomprensible en Yecla: el autoengaño tan presente de que, en realidad, es una especie de lujo vivir aquí. Y no. Duela a quien duela, la realidad va por otro lado: Yecla es un lugar incómodo y aislado, sin patrimonio reseñable, anclado en la superstición religiosa y el inmovilismo, sin dinamismo cultural y urbano alguno… y que se va dejando ir con desgana. Demasiado terreno vacío en su contorno. Demasiada lejanía de casi todo.

  7. Teo, decir la verdad, ya sabes, en estos tiempos es revolucionario.
    «Pronto te dirán que eres un chavista».
    Dices cosas auténticas basadas en hechos ciertos, pero en este pueblo, su clase dominante, no está por la labor de que le saquen los colores ni que nadie lo cuestione.
    Te quedan dos caminos, pegarte al poder y hablar, escribir, de otras cosas, por ejemplo lo bonico que ha quedado el Niño o de seguir este camino escribiendo cosas que al poder le escuecen, te aseguro que lo más suave que oirás será que no eres un buen yeclano.
    Dices que estamos a punto de perder la identidad, no sé la que es, como mínimo confusa. Te suena aquello de que «Yecla no es un pueblo manchego, ni alicantino, ni murciano, es un pueblo raro»
    Te has dejado sin nombrar lo que en su día fue la COMED. Cooperativa Obrera de Muebles Esteban Díaz. Un edificio que fue al suelo para hacer pisos. Sin tener en cuenta lo emblemático de ese sitio. Ese edificio hoy podría suplir al «edificio de los palos» y, además con una exposición permanente de la industria del mueble que propios y extraños podrían visitar como símbolo de la industria principal de esta Ciudad, con la carga social que en su momento tuvo.
    Teo que la fuerza te acompañe.

  8. Me resulta curioso que de la restauración y conservación más reciente y destacada del patrimonio histórico de Yecla que se podrían nombrar en ese relato, la de la iglesia de El Niño, se pase tan de puntillas. Simplemente menciona «recientemente reformada».

    Ya que es un texto en el que se critica lo mal que se ha hecho y se pretende afirmar que se habrían debido hacer de otra manera todo lo relativo a la conservación del patrimonio histórico en Yecla, pues sería oportuno que se hubiera detenido algo más en el esfuerzo de la Diócesis de Cartagena y de los feligreses yeclanos de esa parroquia en arreglar el templo. No digo ya que hubiera mencionado que es una reforma costosísima y llevada a cabo con mucho talento y fidelidad a su diseño original. Pero lo que sí se podría también señalar que se ha hecho sin ayuda pública. Y podría haber aprovechado el autor del texto para señalar y abrir debate sobre la interesante cuestión de qué papel ha de asumir la Administración en la recuperación del patrimonio histórico y cómo gestionar las diferencias cuando se trata de un edificio que es de titularidad pública, de titularidad privada o el caso singular de cuando pertenece a una entidad religiosa.

    Pero es más fácil decir «todo está mal» que poner como ejemplo el caso de éxito de El Niño.

  9. No estoy de acuerdo con esta radiografía de mi pueblo que ha transmitido este escritor, el mismo está lleno de ofensas y mentiras, critica las añoranzas del pueblo yeclano y hablar mal de sus casas señoriales, de sus edificios emblemático, de sus gentes y aparte nos deja caer que esta ciudad esta embocada a su desaparición, creo que esto no es de ser un buen yeclano, es de todo lo contrario y le pregunto ¿ por qué no habéis parado en escribir y habéis fotografiado las cosas buenas de Yecla, que para mí son muchas más? Yecla es la enviada de todos los pueblos limítrofes, DE TODOS , Yecla tiene una capacidad industrial bestial, los hijos de esta tierra llevan en su adn el gen del empedramiento, esta ciudad cuenta con 4 polígonos, aparte de los que no están contemplados como tales, el de la crt Valencia y de la carretera Montealegre, crt Pinoso y crt Almansa, solo hay que pasar por el cinturón de la ronda norte a cualquier hora de un día laborable, para comprobar que esto es real, es casi idéntica a la de una ciudad de 100.000 habitantes, recordar que Yecla solo tiene 35.000 habitante y cuenta con más de 500 empresas dedicadas al mueble tapizado, al colchón, calzado, contrac, ect, que dan empleo a unas 10.000 familias, además es oportuno recordad que este término de Yecla tiene unas 3.000 viviendas unifamiliares, es decir, hoy en día la mayoría del yeclano medio vive en una casa amplia, rodeada de jardín y piscina, otra de las cosas que no se han atrevido a mencionar ha sido el gran potencial de instalaciones deportiva que tiene esta ciudad, 4 pabellones deportivos cubiertos, 2 piscinas cubiertas 1 instalación de piscina al aire libre, el complejo deportivo Miguel Palao , con 4 campos de futbol y una pista de atletismo homologada, aparte de alguna que otras instalaciones deportivas privadas..

  10. Hace años leí una estadística que demostraba que, comparado con otros países europeos, España es un país que construye muchos barrios nuevos pero que no rehabilita su patrimonio ni el centro de sus ciudades, donde prefiere derribar y construir adefesios nuevos. Esto no es de un día, viene del tiempo en el que algunos descubrieron que era más fácil hacer dinero edificando nuevo que rehabilitando, que lleva mucho trabajo y menos beneficio. Es muy triste lo que cuenta Teo, pero lo que me parece dramático es la complacencia y la falta de crítica con esta situación, porque las administraciones, empezando por los ayuntamientos, deberían ser parte activa en corregir estos despropósitos, aunque eso signifique un enriquecimiento menos importante por parte de algún depredador de la construcción. Agradezco la sinceridad de la crítica de Teo, le van a llover chuzos de punta.

  11. Buen artículo, efectivamente lugares emblemáticos del pueblo que se caen a pedazos o desaparecieron. Tengo una pregunta, por si alguien sabe la respuesta, es que me ha llamado la atención. ¿por qué se conservan las chimeneas (por ejemplo de la fábrica de Turu o la cerámica aquella cerca de la plaza de toros y algunas otras) y se derriba el resto del edificio? ¿Tienen alguna función aparte de ornamental?. Gracias

Teo Carpena
Teo Carpena
Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es
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