Casi como un grito unánime de rebeldía —o algo parecido a eso—: felices Fiestas de San Isidro para todos. Estos días se celebran en varios lugares, pero también, y sobre todo, para mantener la tradición, en Yecla.
Una representativa costumbre que llena de colorido las calles, con especial reconocimiento para un pueblo que viene del campo y honra a San Isidro Labrador.
Sirvan estas palabras para rendir un sincero homenaje a todos aquellos que hicieron posible lo que somos hoy, así como para dar un impulso de ánimo a los agricultores de estos lares, que han perdido su cosecha por las inclemencias del tiempo, viendo cómo el temporal ha malogrado el fruto de tanto esfuerzo.
En una alegoría del tiempo, el pueblo ya no es igual que antes, aunque hay que seguir siendo los mismos. No olvidemos que, sin el campo, no comemos.
Bien sabido es que, entre costumbres domésticas y gastronomía típica, y entre decorativas carrozas —donde habrá gustos para todos, fruto del ingenio y de la mano del artista—, Dios mediante (mirando al cielo), con la multitud congregada por todo el recorrido, se celebra la Cabalgata.
Mi reconocimiento a nuestros mayores, a aquellos que ya no están y hacían pleita, que vestían pantalones de pana, calzaban con albarcas y se fundían con la dureza del campo, compactando el terreno a su paso. Y también a los abuelos y abuelas de ahora, con el espíritu de siempre, algunos con garrote para apoyarse en los años y alimentar la edad.

Este artículo fue escrito por José Antonio Ortega pocas horas antes de su fallecimiento. Lo publicamos de forma póstuma como homenaje a su voz y su legado.