Dos días más tarde del encuentro desafortunado con ese individuo que es igual a mí y que me ha jodido las Navidades, sigo pensando que aún no se ha fraguado al completo mi desgracia. Mi doble anda suelto, me robó la cartera con todos mis documentos y yo sigo preso por un delito que no he cometido. El puñetero doble se llama Ginés Soriano. Es un prestigiosos mago, según dicen, y un ladrón peligroso; tiene a sus espaldas varios atracos a mano armada y está en espera de juicio. Se ha escapado varias veces de la justicia, es escurridizo como una sardina.
—Y en cualquiera de esos juicios pendientes, con vuestro parecido, cualquier juez podría acusarle a usted como culpable al ser señalado por todos los testigos como el verdadero delincuente.
Esto me lo aclara el abogado de oficio con una crudeza que asusta y añade:
—He defendido al mago en varias ocasiones y además del parecido físico, tiene usted el mismo acento y el mismo tono de voz. ¡Son ustedes idénticos!
El abogado es un repeinado que huele a colonia cara, que se tiñe el pelo de negro zaíno y viste traje cruzado. Su indiferencia frente al mundo circundante es su rasgo más llamativo. Me ha planteado la posibilidad de asesinar a mi doble, a Ginés:
—Dispongo de un equipo de personas especializadas para llevar a cabo la eliminación del sujeto. —Mueve los dedos inquietos y con varios anillos dorados tamborileando sobre la mesa.
—Pero si está desaparecido y la policía no lo encuentra.
—Nosotros somos más eficaces que la policía y tenemos medios que en la comisaría no tienen.
—Entonces, ¿sabéis cómo localizar al atracador?
Ya le he dicho que mi equipo es muy eficaz.
—Pues podría darle la información a la policía, así lo detienen y yo puedo irme a mi casa con tranquilidad.
—No es tan fácil amigo —y empezó a guardar papeles en su maletín como si diese por terminada la visita.
—Espere un momento, es posible que no le haya entendido bien. ¿Me está proponiendo que contrate con usted el asesinato de una persona?
—Depende como se mire señor, pero es muy sencillo el asunto: usted contrata mis servicios, matamos al mago —que es uno de los delincuentes mas peligrosos del país—; este aparece acuchillado en un callejón, nosotros hacemos ver que ha sido un ajuste de cuentas y todos sus problemas se resuelven.
Abrí los ojos como faros, no podía creer lo que estaba escuchando.
—Pero esto debe ser confidencial entre usted y yo —me aclaró.
—Es usted mi abogado de oficio —le dije con rotunda imposición.
—Eso es otra cosa, yo como abogado de oficio puedo conseguir defenderle para que no le caigan más de cinco años, usted verá… De la otra manera y por un precio ajustado a su bolsillo, acabamos con el problema en veinticuatro horas.
—Lo pensaré —le dije para ganar tiempo; tenía que hablar con Ana.
Una hora más tarde me anunciaron otra visita. Esta vez, se trataba de un abogado contratado por Ana que viajó desde Albacete. Lo primero que pensé fue que si era manchego, me podía fiar de él. Cada uno tiene derecho a sus prejuicios y a sus preferencias, y para mí todo lo que venga de Albacete es bueno.
El nuevo abogado me pintó muy negro el asunto. Le conté lo de su compañero y me puso al día de los métodos sombríos que utiliza el repeinado, ya que acostumbra a tratar con malhechores.
—Es un chantajista profesional, pero como usted no puede renunciar al abogado de oficio que le han asignado, negociaré con él y acudirá usted al juicio con dos abogados. El abogado manchego se llama Ramón Hernández y propone demostrar mi inocencia por el contraste de huellas dactilares para conseguir exculparme de las acusaciones, y demostrar que yo soy el auténtico Teodoro Carpena. Esa idea me dio algo de esperanza y mis palpitaciones han adquirido un ritmo natural.
No he conseguido dormir bien, maldecía la mañana en la que me encontré cara a cara con mi doble y hoy me ha vuelto a pasar lo del otro día: He despertado con la sensación de que algo importante va a ocurrir, pero saber si era positivo o no es la incógnita, si bien pensé que mi situación ya no podía ir a peor.
De fondo se escucha música, suena Joaquín Sabina cantando aquello de “Y nos dieron las diez”. Al oír lo de “los ojos de gata” me acuerdo de Ana y de su gata blanca y eso me reconforta.
A media tarde, mi abogado albacetense me comunica que Ginés Soriano ha tenido un accidente de tráfico, llevaba consigo mi carné de conducir, le han ingresado en el hospital Virgen de la Arrixaca de Murcia y le han registrado con mi nombre.
—Pero está bajo vigilancia policial y le vamos a acusar de apropiación de identidad. —Este hombre tiene la virtud de tranquilizarme.
Por fin una buena noticia. Ahora podrán comprobar las huellas dactilares y podré quedar libre; respiré profundamente satisfecho.
Pero el destino parece estar empeñado en ensañarse conmigo y en mi retorcida situación se organizó otro nudo difícil de desenredar: Ni una hora de tranquilidad. Me visita ahora el repeinado.
—¿Se ha enterado que Ginés Soriano ha sido hospitalizado? —le pregunto con cierto sosiego.
—Sí —contestó con una sequedad que no me gustó nada.
—Esta mañana me ha informado el letrado Hernández del asunto y la verdad es que me alegré, porque gracias al contraste de las huellas dactilares podré… —me interrumpió.
—No le han informado bien, está ingresado en la unidad de quemados y las manos las tiene seriamente dañadas, no hay posibilidades de conseguir sus huellas. Por lo tanto, ya sabe cuál es la mejor solución.
Un silencio agónico se apoderó de mí, necesitaba cerrar los ojos, quedarme solo y así lo solicité. Maldigo mi suerte y mi puñetera estampa.
Es las segunda vez que soy presa de un mal entendido, la primera vez fue en Bilbao, parece ser que ese es mi sino. En 1982, de viaje por el norte de la península con unos amigos, me confundieron con un terrorista de ETA, parece ser que éramos idénticos, debe ser que los malos del mundo tienen una cara y un cuerpo parecido al mío.
Aquella primera vez me tocó un abogado de oficio vasco que estaba convencido de que yo era el auténtico terrorista y me hablaba en euskera; yo no entendía nada y él me insistía: “No disimules Patxi, que nos conocemos y aquí no nos escucha nadie”.
Salí airoso de aquella situación después de dos días detenido y de varias palizas.
Esta vez por lo menos no hay delitos de sangre, pero me cuentan que el hospitalizado grita como un energúmeno: “Soy el auténtico Teodoro Carpena y quiero ver a Ana».
Una angustia espesa no me deja respirar, me quito la camisa para cambiarme de ropa y ¡oh milagro! En ese momento me doy cuenta de que tengo un tatuaje en la espalda de cuando practicaba taekwondo, muy difícil de imitar y que solo conocen mis amigos y mi novia. Es imposible que mi doble tenga en su espalda uno igual, así que grito con todas las fuerzas que me quedan: ¡Guardiassss!
La justicia de este país es una vergüenza. Y si tienes un nombre común y dos apellidos comunes, por ejemplo José Martínez García, ya ni te cuento la de problemas que puedes tener en el juzgado por confusiones de identidad. Y lo de los abogados es tal y como describe el relato, todavía peor que la justicia. Pleitos tengas y los ganes.
Anda pero si esta película la pusieron el viernes por la noche en tele5
Vaya tostón
Otra historieta, no te la crees ni tu