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🍁 sábado 14 diciembre 2024
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El término de Yecla y su tráfico hace 100 años

Fue un magnífico poeta quien dijo que Yecla se extendía “desde la Tercia al Rasillo, y desde el Cerro del Castillo hasta el pasico del Gato”. No dudo de lo acertado de la frase, pero mi opinión difiere de lo expresado en ella. A mí me parece que Yecla se extiende desde las Casas de Almansa hasta Raspay y desde la rambla del tomate hasta el Ardal.

Si alguno conoce el término habrá comprendido que he nombrado un eje de norte a sur y otro de este a oeste. Estos trayectos pueden recorrerse hoy día por carreteras asfaltadas, en poco tiempo; pero en los años veinte, e incluso en los treinta, la cosa era notablemente distinta. Existían dos condicionantes que diferían esencialmente de lo que es el tráfico de hoy. Estos eran los vehículos y las carreteras.

Sobre los vehículos diremos en primer lugar que los automóviles eran escasísimos: diez o doce en el pueblo y otros tanto en el campo. Sin embargo, las caballerías abundaban. Unas cuatro mil mulas y de mil quinientos a dos mil entre caballos y asnos eran suficientes para que arrastrando unos cuatro mil carros, poblaran las carreteras que unían el caso de la población con los campos del término municipal.

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El primer Ford T de Yecla. Foto cedida: Talleres Cano

Casi el mismo trazado que las actuales

Estas carreteras blancas, estrechas y llenas de baches y polvo en tiempo seco y de charcos y barro cuando llovía, tenían casi el mismo trazado que las actuales, quizá con la excepción de la de Montealegre, que era solo un camino. El tráfico en ellas era esporádico es decir, de días y de temporadas. Crecía los sábados por la tarde y los lunes por la mañana y aumentaba considerablemente en épocas de recolecciones, ya de uva, de cereales o de aceituna.

En los fines de semana y principios de la misma eran dignas de verse las caravanas de carros que con una o dos caballerías, una cabra o un perro atado atrás, y con las varas de un arado de horcate y el círculo negro de una sartén sobresaliendo de los laterales, llenaban literalmente las carreteras, regresando de los campos o saliendo de la ciudad, según el día.

Cuando llegaba la temporada de la vendimia los mismos carros, esta vez cargados de chorreantes capazos de uva, iniciaban su peregrinación al pueblo en demanda de bodegas que acogieran su carga para transformarla en vino. Cuando en junio o julio era llegada la mies, cebada o trigo los que se dirigían a las eras, la mayor parte de las cuales estaban situadas en la salida de la carretera de Pinoso, para descargar, hacinar y trillar sus mieses.

En esas ocasiones era difícil la circulación de los pocos vehículos de motor que había. A la estrechez y el mal estado de las carreteras se unía la circunstancia de que las caballerías poco acostumbradas a los coches, se espantaban con facilidad y se cruzaban peligrosamente frente a los vehículos, produciendo no solo averías sino heridas en animales o incluso muertes de los mismos con las consecuencias de toda índole que ello suponía.

El transporte del vino

Es necesario hablar de los transportistas habituales, como los que llevaban vino. Estos transportistas utilizaban unos carretones especiales en los que portaban dos pipas de unos seiscientos litros de cabida, y que se sujetaban por unas cadenas accionadas por un torno que permitía subirlas cuando estaban llenas y descargarlas, bajándolas, una vez terminado el trayecto. Había otros medios de transportar vino, por medio de pellejos que eran llevados en carros ordinarios. Estos pellejos, que tenían una capacidad de cincuenta a sesenta litros, eran generalmente de piel de cerdo y tenían cierta dificultad para ser transportados, sobre todo en la carga y descarga, ya que daban la impresión de moverse como si estuvieran vivos.

Otro transporte consistía en carros llevados por comerciantes abaceros, que no se limitaban a artículos de comer sino que vendían ropa, calzado (alpargatas y abarcas), menaje de cocina y los que se presentaba. Normalmente iban por los campos, entonces todos habitados, y ofrecían sus artículos e variadísimos y numerosos, tanto que resultaba difícil imaginar cómo cabían en el carro.

No abundaba el dinero y aunque hoy cueste imaginarlo, la mayor parte de las transacciones se realizaban a cambio de huevos casi siempre, y de pollos o conejos en ocasiones. Incluso en algunos casos pieles de conejos, de oveja o de cabra se empleaban también como moneda de cambio. Estos transportistas que se llamaban recoveros, fueron estableciéndose en el pueblo cuando la mecanización dio lugar al despoblamiento de las casas de campo.


  • Libro: Relatos del ayer.

  • Editado por Hogar de la Tercera Edad de Yecla/Universidad Popular
  • /INSERSO.
  • MU-34/1988.
  • Tema: “Costumbres perdidas”.
  • Páginas 52 y 53.
  • Blog de José Antonio Ortega
José Antonio Ortega
José Antonio Ortega
"DESDE MI PUPITRE" Intento aprender cada día, y como observador atento procuro escribir un poco de todo con respeto y disciplina, de recuerdos, necesidades y de aquello que mientras pueda, vaya encontrándome por el camino, siempre dando gracias al estímulo de la vida.

Fue un magnífico poeta quien dijo que Yecla se extendía “desde la Tercia al Rasillo, y desde el Cerro del Castillo hasta el pasico del Gato”. No dudo de lo acertado de la frase, pero mi opinión difiere de lo expresado en ella. A mí me parece que Yecla se extiende desde las Casas de Almansa hasta Raspay y desde la rambla del tomate hasta el Ardal.

Si alguno conoce el término habrá comprendido que he nombrado un eje de norte a sur y otro de este a oeste. Estos trayectos pueden recorrerse hoy día por carreteras asfaltadas, en poco tiempo; pero en los años veinte, e incluso en los treinta, la cosa era notablemente distinta. Existían dos condicionantes que diferían esencialmente de lo que es el tráfico de hoy. Estos eran los vehículos y las carreteras.

Sobre los vehículos diremos en primer lugar que los automóviles eran escasísimos: diez o doce en el pueblo y otros tanto en el campo. Sin embargo, las caballerías abundaban. Unas cuatro mil mulas y de mil quinientos a dos mil entre caballos y asnos eran suficientes para que arrastrando unos cuatro mil carros, poblaran las carreteras que unían el caso de la población con los campos del término municipal.

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El primer Ford T de Yecla. Foto cedida: Talleres Cano

Casi el mismo trazado que las actuales

Estas carreteras blancas, estrechas y llenas de baches y polvo en tiempo seco y de charcos y barro cuando llovía, tenían casi el mismo trazado que las actuales, quizá con la excepción de la de Montealegre, que era solo un camino. El tráfico en ellas era esporádico es decir, de días y de temporadas. Crecía los sábados por la tarde y los lunes por la mañana y aumentaba considerablemente en épocas de recolecciones, ya de uva, de cereales o de aceituna.

En los fines de semana y principios de la misma eran dignas de verse las caravanas de carros que con una o dos caballerías, una cabra o un perro atado atrás, y con las varas de un arado de horcate y el círculo negro de una sartén sobresaliendo de los laterales, llenaban literalmente las carreteras, regresando de los campos o saliendo de la ciudad, según el día.

Cuando llegaba la temporada de la vendimia los mismos carros, esta vez cargados de chorreantes capazos de uva, iniciaban su peregrinación al pueblo en demanda de bodegas que acogieran su carga para transformarla en vino. Cuando en junio o julio era llegada la mies, cebada o trigo los que se dirigían a las eras, la mayor parte de las cuales estaban situadas en la salida de la carretera de Pinoso, para descargar, hacinar y trillar sus mieses.

En esas ocasiones era difícil la circulación de los pocos vehículos de motor que había. A la estrechez y el mal estado de las carreteras se unía la circunstancia de que las caballerías poco acostumbradas a los coches, se espantaban con facilidad y se cruzaban peligrosamente frente a los vehículos, produciendo no solo averías sino heridas en animales o incluso muertes de los mismos con las consecuencias de toda índole que ello suponía.

El transporte del vino

Es necesario hablar de los transportistas habituales, como los que llevaban vino. Estos transportistas utilizaban unos carretones especiales en los que portaban dos pipas de unos seiscientos litros de cabida, y que se sujetaban por unas cadenas accionadas por un torno que permitía subirlas cuando estaban llenas y descargarlas, bajándolas, una vez terminado el trayecto. Había otros medios de transportar vino, por medio de pellejos que eran llevados en carros ordinarios. Estos pellejos, que tenían una capacidad de cincuenta a sesenta litros, eran generalmente de piel de cerdo y tenían cierta dificultad para ser transportados, sobre todo en la carga y descarga, ya que daban la impresión de moverse como si estuvieran vivos.

Otro transporte consistía en carros llevados por comerciantes abaceros, que no se limitaban a artículos de comer sino que vendían ropa, calzado (alpargatas y abarcas), menaje de cocina y los que se presentaba. Normalmente iban por los campos, entonces todos habitados, y ofrecían sus artículos e variadísimos y numerosos, tanto que resultaba difícil imaginar cómo cabían en el carro.

No abundaba el dinero y aunque hoy cueste imaginarlo, la mayor parte de las transacciones se realizaban a cambio de huevos casi siempre, y de pollos o conejos en ocasiones. Incluso en algunos casos pieles de conejos, de oveja o de cabra se empleaban también como moneda de cambio. Estos transportistas que se llamaban recoveros, fueron estableciéndose en el pueblo cuando la mecanización dio lugar al despoblamiento de las casas de campo.


  • Libro: Relatos del ayer.

  • Editado por Hogar de la Tercera Edad de Yecla/Universidad Popular
  • /INSERSO.
  • MU-34/1988.
  • Tema: “Costumbres perdidas”.
  • Páginas 52 y 53.
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