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lunes, mayo 12, 2025
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La leyenda del Yeclano Errante

En el principio fue el Pue, y el Pue era con el yeclano, y el Pue era yeclano. Este era en el principio con el yeclano. Todas las cosas fueron por él desdeñadas, y sin él nada de lo que ha sido desdeñado, fue desdeñado.

Este es el testimonio del Yeclano Errante, cuando los jumillanos enviaron al yermo de Yecla a curiosos y paranoicos para que curioseasen: 

—¿Tú quién eres? 

Confesó: 

—Yo no soy un yeclano de este tiempo.

—¿Qué, pues? ¿Eres del futuro?

—No soy.

—¿Eres un profeta?

—No.

—¿Quién eres, para que demos respuesta a nuestros vecinos y a los medios? ¿Qué dices de ti mismo?

El Yeclano errante dijo:

—Yo soy la voz de los que claman en el yermo y yacen ahora huérfanos. Pero ellos no saben que camino por estas tierras junto a ellos.

Y los que habían sido enviados sacaron los micrófonos, y le preguntaron:

—¿Por qué, pues, clamas con tu voz si no eres importante, del futuro profeta?

El Yeclano Errante les respondió diciendo: 

—Yo clamo en el yermo porque sé la razón de la marcha del pueblo, y qué vino antes, y qué vendrá después, pero no soy digno de contarlo, aunque sí de desandar los caminos mal elegidos y recuperar lo perdido.

Todo esto sucedió en los lindes de Fuente del Pino, a un lado de la carretera de Jumilla, donde el Yeclano Errante había detenido a los intrusos y curiosos.

Los asistentes cuentan que aquel hombre marchó impertérrito hacia donde yaciese su pueblo y sus sombras se confundieron con la de los olivos.

En el principio fue el Pue, y el Pue era con el yeclano, y el Pue era el yeclano, y cuando los yeclanos del yermo nuevo oyeron esta historia de los jumillanos, tan solo profirieron: ¡Pue!

Mas los años pasaron, los milagros sucedieron, algunas cosas perdidas regresaron, como las torticas fritas o la mortalidad de los caracoles, y los yeclanos avivaron una fe en que alguien los protegía incluso cuando sus muros y sus lindes, sus viñas y sus calles ya no lo hacían. Buscaron nombres que darle, y algunos sugirieron los de los arcángeles, como Rafael, mas como no se había mostrado más que a unos pocos, si no se les tildaba de locos, se les acusaba de drogadictos.

Desaparecido entre olivos y yermos despojados, el relato de su figura sombría recorría los rumores de los huérfanos. Lo tenían por bandido, y también por muerto regresado a la vida; algunos clamaron haberle visto la cara y haber reconocido en él a un fantasma del pasado. Los más cautos, callaban; los locos, lo ensalzaban; los huérfanos, que éramos todos, soñábamos su rostro y lo confundíamos con los de yeclanos a los que echábamos de menos y no habían vivido para ver el pueblo volar.

Lo cierto es que este es solo el principio de la leyenda del Yeclano Errante. Y su final solo podrá contarlo él. Se dice que no dormirá el sueño eterno hasta ver su pueblo regresado y todos sus vecinos entren de nuevo en sus casas; de él se dice que observó durante la noche de la marcha, y que vio cosas en el viento, que se le reveló obstinado y vengativo con los yeclanos. Y que él rogó clemencia a las fuerzas que intervenían, que incluso trato de desviar la atención a los madrileños, mucho más vanidosos y altivos, pero que el viento traía consigo tantas lecciones por aprender como hogares se llevó esa noche, y que por cada año que transcurriese, los huérfanos estarían más cerca de su casa. Nadie sabe si es cierto, son solo rumores.

De él se cuenta que, una vez el pueblo regrese, su guardia habrá terminado, y, abatido por la larga espera, exhalará su último pue para desvanecerse en el viento.

En el principio fue el Pue, y el Pue era con el yeclano, y el Pue era yeclano. Este era en el principio con el yeclano. Todas las cosas fueron por él desdeñadas, y sin él nada de lo que ha sido desdeñado, fue desdeñado.

Este es el testimonio del Yeclano Errante, cuando los jumillanos enviaron al yermo de Yecla a curiosos y paranoicos para que curioseasen: 

—¿Tú quién eres? 

Confesó: 

—Yo no soy un yeclano de este tiempo.

—¿Qué, pues? ¿Eres del futuro?

—No soy.

—¿Eres un profeta?

—No.

—¿Quién eres, para que demos respuesta a nuestros vecinos y a los medios? ¿Qué dices de ti mismo?

El Yeclano errante dijo:

—Yo soy la voz de los que claman en el yermo y yacen ahora huérfanos. Pero ellos no saben que camino por estas tierras junto a ellos.

Y los que habían sido enviados sacaron los micrófonos, y le preguntaron:

—¿Por qué, pues, clamas con tu voz si no eres importante, del futuro profeta?

El Yeclano Errante les respondió diciendo: 

—Yo clamo en el yermo porque sé la razón de la marcha del pueblo, y qué vino antes, y qué vendrá después, pero no soy digno de contarlo, aunque sí de desandar los caminos mal elegidos y recuperar lo perdido.

Todo esto sucedió en los lindes de Fuente del Pino, a un lado de la carretera de Jumilla, donde el Yeclano Errante había detenido a los intrusos y curiosos.

Los asistentes cuentan que aquel hombre marchó impertérrito hacia donde yaciese su pueblo y sus sombras se confundieron con la de los olivos.

En el principio fue el Pue, y el Pue era con el yeclano, y el Pue era el yeclano, y cuando los yeclanos del yermo nuevo oyeron esta historia de los jumillanos, tan solo profirieron: ¡Pue!

Mas los años pasaron, los milagros sucedieron, algunas cosas perdidas regresaron, como las torticas fritas o la mortalidad de los caracoles, y los yeclanos avivaron una fe en que alguien los protegía incluso cuando sus muros y sus lindes, sus viñas y sus calles ya no lo hacían. Buscaron nombres que darle, y algunos sugirieron los de los arcángeles, como Rafael, mas como no se había mostrado más que a unos pocos, si no se les tildaba de locos, se les acusaba de drogadictos.

Desaparecido entre olivos y yermos despojados, el relato de su figura sombría recorría los rumores de los huérfanos. Lo tenían por bandido, y también por muerto regresado a la vida; algunos clamaron haberle visto la cara y haber reconocido en él a un fantasma del pasado. Los más cautos, callaban; los locos, lo ensalzaban; los huérfanos, que éramos todos, soñábamos su rostro y lo confundíamos con los de yeclanos a los que echábamos de menos y no habían vivido para ver el pueblo volar.

Lo cierto es que este es solo el principio de la leyenda del Yeclano Errante. Y su final solo podrá contarlo él. Se dice que no dormirá el sueño eterno hasta ver su pueblo regresado y todos sus vecinos entren de nuevo en sus casas; de él se dice que observó durante la noche de la marcha, y que vio cosas en el viento, que se le reveló obstinado y vengativo con los yeclanos. Y que él rogó clemencia a las fuerzas que intervenían, que incluso trato de desviar la atención a los madrileños, mucho más vanidosos y altivos, pero que el viento traía consigo tantas lecciones por aprender como hogares se llevó esa noche, y que por cada año que transcurriese, los huérfanos estarían más cerca de su casa. Nadie sabe si es cierto, son solo rumores.

De él se cuenta que, una vez el pueblo regrese, su guardia habrá terminado, y, abatido por la larga espera, exhalará su último pue para desvanecerse en el viento.

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