Escuché a dos zánganos el otro día lanzándose versículos de memoria como los camareros antiguos recitaban la lista de los aperitivos: de carrerilla. Mi perro y yo caminábamos por la acera de la estación de autobuses.
Uno que decía ser evangelista se dirigió al otro diciéndole algo sobre la salvación del alma; y el otro, que aseguraba ser adventista, le contestaba en voz desentonada:
—¡Soy cristiano y solo hay una manera de adorar a Dios! —Este era muy moreno y se movía con dificultad, ayudándose de unas muletas.
—¡Yo también soy seguidor de Cristo! —Este, medio rubio y joven, sacó una Biblia de su bolsillo. Mientras leía un párrafo con tono paternalista, el moreno lo recitaba al mismo tiempo, pero con voz quejumbrosa y emocionado, para demostrarle que también conocía esas palabras divinas.
—¡Tienes que hablar con Dios! —dijo el joven evangelista, mientras que el moreno adventista contestaba a gritos:
—¡Hablo con Él a diario, hermano; el Todopoderoso es mi consuelo y mi razón!
Y seguía:
—¡Vendrán Ángeles armados con siete espadas y cien trompetas anunciando el día del juicio final y derramarán siete copas de vino!
En ese momento pasó una ambulancia con la sirena a tope camino del hospital y no pude escuchar más, pero los veía gesticular con vehemencia. De un coche aparcado salió un tío con unas espaldas como Maciste hablando por teléfono a gritos.
—¡Que no hombre, que no! !Que no te voy a pagar, por gandul, por cabrón y por sinvergüenza. Y no me vuelvas a llamar! La frase la repitió más de veinte veces y cada vez con más ímpetu.
Con todo ese escándalo, Saturno empezó a ladrar con una potencia desconocida hasta ese momento; quería lanzarse hacia los religiosos, tuve que sujetarlo. Nunca lo había visto así, tiraba de la correa con la fuerza de un levantador de piedras guipuzcoano. Me asusté, pero no sé si por los gritos de los religiosos, por la furia de mi perro, por los gritos del moroso, por el sonido de la sirena o por todo junto.
¡Dios es la única verdad, la verdad absoluta y la vida eterna!
¡Gandul, vago, gelipollas!
Las dos frases se mezclaban en el ambiente.
Por un momento, entre unos y otros consiguieron que mucha gente se arremolinara preguntando por lo ocurrido. Una señora bajita cargada de bolsas que venía del supermercado informaba atribulada:
—Han sido esos dos que han asustado al pobre animal gritando algo sobre el fin del mundo.
Entre el barullo escuché a uno que acusaba dedo en alto:
—¡El gobierno socialcomunista es el culpable de la crispación de la gente!
En otro corrillo, un señor más viejo que yo, pero rechoncho y calvo, lanzaba frases grandilocuentes:
—¡Los fascistas! ¡Esos son los culpables, los auténticos y únicos causantes de tanta crispación!
Todavía estaban abiertas las terrazas, así que me senté en una cercana a tomar un café y a tranquilizar a mi perro. El escándalo seguía y para arreglarlo del todo llegó un coche de policía municipal y de él salieron dos agentes porra en mano. Creo que detuvieron a la señora bajita y entonces escuché voces que gritaban: ¡Libertad, libertad!
El café me sabía amargo, Saturno, aunque tranquilo, gruñía para adentro, como un oponente que refunfuña por no haber sido capaz de defender sus argumentos. De pronto, se me ocurrió una idea para remediar el disgusto: pedí a la camarera dos tortas fritas con anchoas para mí y un bocadillo de morcilla y longanizas para Saturno. Escuché a Cristina, que así se llamaba la camarera, pedir la comanda:
—¡Dos torticas crujientes para el franchute y un doble de blanco y negro para el perro más guapo del mundo! —Esto compensaba todo lo anterior, pues cuando las yeclanas están de buen humor son muy generosas en elogios.
Algunos hablan que estamos en tiempo de posverdad, sin embargo yo creo que vivimos un momento confuso y lleno de información manipulada; por tanto, no consigo comprender a qué responde la convicción tan rotunda de algunos.
Vivimos tiempos líquidos, aseguraba Zygmunt Bauman, tiempos de flexibilidad y adaptación. Los límites se mueven, las ideas se modifican, surgen otras realidades y la vida está llena de matices.
Pasan en ese momento dos amigas de las muchas que salen a caminar cada día. Una va diciendo a la otra:
—Chica, yo entiendo lo del rey Juan Carlos; bien guapa que es la Corinna esa, que la Sofía es muy fea. —La otra, como ofendida, contesta:
-Hija, qué quieres que te diga, a mí el emérito me da un repelús… Imagínatelo susurrándote al oído el discurso de Navidad… —Y las dos se alejan riéndose.
Tengo una duda, y mientras saboreo las tortas fritas pienso si sería capaz de dejarme cautivar por alguna religión, por una secta o por un partido político convertido en religión. En esas, no se si por efecto de tan suculento desayuno, me imagino a Pablo Iglesias en el púlpito de la Iglesia Nueva hablando a sus feligreses y al párroco de la Purísima en el escaño del parlamento abrazándose al presidente.
—Entiendo que la gente en general necesita creer en algo para dar sentido a sus vidas. —Esto me lo decía con voz susurrante un muchacho que estaba en la mesa de al lado y se dirigía tanto a Saturno como a mí.
—Pero lo que no entiendo —prosiguió— es que no mueran de hastío de tanto abrazar una ideología. A mí, perdonen ustedes por mi intromisión, me parece que es más ambicioso creer en un Dios que te promete una vida eterna o un paraíso con todos los placeres posibles. Pero la gente tiene demasiada fe en lo mundano. —Lo miré de reojo y le contesté con toda la amabilidad posible:
—Yo creo que lo que le pasa a la gente es que almacena demasiado resentimiento. —Pretendía zanjar el asunto, pero desde otra mesa una chica solitaria respondió:
—Resentimiento y que están amargaos, eso es lo que le pasa a la gente, porque yo comprendo… —y me pidió permiso para sentarse en mi mesa, pero le dije que por nada del mundo y además le exigí que se pusiera bien la mascarilla.
—¿Lo ve? Usted demuestra tener miedo, y ese es el gran mal de nuestra sociedad, el miedo convierte a las personas en animales y les aparece la fiera que llevan dentro agazapada.
Eché mano de mi reloj de bolsillo y exclamé:
—¡Coño las once! Vamos Saturno, que tenemos faena. —Aquello tenía pinta de convertirse en una asamblea, así que decidí salir huyendo. Pagué y me despedí de mis contertulios que ahora debatían entre ellos.
Para más inri, vimos aparecer a Salvador por la Feria del Mueble con un carro de supermercado y dentro una cabra con ubres enormes y colganderas.
—Pero, ¿a dónde vas con eso? —le pregunté sorprendido.
—No es eso, es una cabra, se llama Felisa y es muy cariñosa. La llevo al veterinario porque le duele la cabeza.
—Vámonos a casa Saturno, que hoy el aire de este pueblo está revuelto.
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Si señor, así pienso yo y así es, de esta forma siempre estarán los iluminados de turno aprovechando y disfrutando de sus privilegios, haciendo y deshaciendo a su antojo.
Han conseguido tener a toda la sociedad dividida y a la vez a su servicio, cuando debiera de ser al contrario, así tienen la tranquilidad de ver garantizado su futuro, a costa del rebaño en el que han conseguido convertir a toooooodos los ciudadanos.
Cuando creemos que luchamos día a día por nuestro bienestar y calidad de vida, lo que hacemos realmente y de forma encubierta es dividirnos, matarnos a trabajar y a pagar impuestos para mantener a nuestra clase política, su parasito entorno de asesores y secuaces y las grandes esferas.
El dinero es el único Dios que hay en la Tierra.
El sistema se toma grandes esfuerzos para que cada vez la sociedad este mas dividida y fragmentada, para que cada vez todos estemos mas polarizados y enfrentados. Derechas contra izquierdas, mujeres contra hombres, provincias contra provincias, «intelectuales» vs «cuñados», autónomos que han cerrado vs autónomos que no han cerrado, funcionarios vs trabajadores del sector privado, ateos vs religiosos, veganos vs no veganos, vecinos balconazis vs el vecino que no cumple las normas y nos ESTA MATANDO, gente que lleva la mascarilla vs gente que evita ponerse el bozal en espacios libres y así podríamos seguir hasta el infinito.
Es el mayor logro de este sistema y aquí tuvimos la ultima representación hace una semana entre el alcalde y el portavoz de IU.
Nos han convertido en una sociedad pusilánime, que para colmo, en lo único que gasta sus ultimas energías es en enfrentarse y luchar contra su propio amigo, compañero de trabajo o familiar, por cualquier razón absurda que he nombrado anteriormente.
Pero tranquilos, no sufráis, que nos tienen preparada ya la estocada final para muy pronto…