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🍁 sábado 23 noviembre 2024
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Voces

Dice mi amigo Dominic que oye voces.

—A veces escucho gritos, pero no les hago caso, vocean enfadados y reclamando protagonismo.

Dice que son del niño que creía en la magia y en los héroes y del adolescente rebelde al que dejó abandonado a los 23 años; asegura que le gritan furiosos porque no se deja aconsejar. 

Salvador, mi amigo yeclano, dice que eso son patrañas y pamplinas dialécticas, que una persona es el conjunto de todo lo que fue y que inevitablemente nadie puede deshacerse de aquello que ha sido.

Yo digo que la vida no es una acumulación de yoes y que, aunque habiten dentro el niño juguetón y fantasioso o el adolescente contestatario, uno es ahora lo que es, gracias a la experiencia. Yo, al que echo de menos es al joven poeta que fui, aquel joven jardinero en Montpellier que escribía versos a deshora y arrastraba resacas de esperanzas y se bebía la vida a bocanadas; ya no me quedan fuerzas para eso.

Ana me dice que lo importante es que mantenga despierto al adulto que creyó ciegamente en el progreso y que creía que la cultura y la educación traerían bienestar. Pero a mí eso me cuesta mucho trabajo porque tengo muy mala opinión de los humanos.

Me consuelo pensando que todavía habitan en mí aquellos que fui aunque en reposo, y que de vez en cuando exigen su parcela, pero el viejo apegado a la realidad y desencantado, gana a diario algunas  de las batallas; si me descuido, toma el mando casi siempre y en esos debates me paseo a diario divagando, como dijo el poeta, en cosas de poca importancia.

Veo el mundo a ratos con entusiasmo y a ratos con desconfianza, Saturno me acompaña y le expongo mis cavilaciones; es mi gran confidente y los dos sabemos que la única verdad es innombrable y que el amor es nuestra única palanca para movernos a diario. Por cierto, Saturno se ha enamorado de una perra elegante y de pelo negrísimo. Hay quien dice que los animales no tienen alma; se equivocan, algunos sí, y mi perro es uno de ellos.

Hoy he oído gritos en la noche; son gritos de desaliento y de rabia. Creo que los gritos los emito yo desde el fondo de mi alma desencantada. Y me agarro a los recuerdos de un tiempo que si no fueron mejores, al menos tenía más fuerza de voluntad.

El que más grita es el niño emigrante y perdido a los once años a la orilla de un río en la Francia de los sesenta. El adolescente hace tiempo que enfadado conmigo abandonó y solo de vez en cuando el joven sentimental aparece aporreando mi cabeza con versos que creía olvidados y llenos de optimismo.

Últimamente, a este le abro de par en par las puertas y recitamos versos de amor caducados.

He vivido momentos de actividad social en los que llegué a creer que era posible mejorar el mundo… Ahora me he vuelto receloso y no confío en los vendedores de humo.

Echo mano del pequeño cofre donde guardo las fotografía familiares y encuentro una mía de recién llegado a Francia con las orejas enormes y el pelo muy corto; la mirada contiene inocencia e inquietud. Otra foto en blanco y negro de la mili junto a dos compañeros; intento recordar sus nombres, uno de Jumilla y el otro de Yecla, los tres sonreímos. Luego encuentro un sobre con unas letras rotuladas: Juliette. No me atrevo todavía a abrir ese sobre y no me atrevería a mirar su cara.

Me recreo en una foto en color rodeado de plantas de cuando era jardinero en Montpellier y quería ser poeta. Hace tiempo que me reconcilié con Theodor Karpena, así firmaba entonces mis versos y me viene a la memoria uno corto y rotundo:

«Amanece gota a gota y me bebo tus suspiros».

Y paseo con Karpena por los bulevares de París cuando creía en el existencialismo y adoraba a Camus y a Sartre, pero vuelvo cansado.

Debido a los desengaños que imprimen frialdad y mucho desencanto, me doy cuenta de que he vivido engañado; no me creo las mentiras creativas del arte, no me fío de la gente que habla de libertad ni de la gente que enarbola banderas, ni de los que dicen representar a los pueblos. Las banderas se han convertido en espadas y las palabras, libertad, justicia y pueblo han quedado desarmadas y han sido vaciadas por charlatanes.


Relatos de Teo Carpena

Teo Carpena
Teo Carpena
Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es

Dice mi amigo Dominic que oye voces.

—A veces escucho gritos, pero no les hago caso, vocean enfadados y reclamando protagonismo.

Dice que son del niño que creía en la magia y en los héroes y del adolescente rebelde al que dejó abandonado a los 23 años; asegura que le gritan furiosos porque no se deja aconsejar. 

Salvador, mi amigo yeclano, dice que eso son patrañas y pamplinas dialécticas, que una persona es el conjunto de todo lo que fue y que inevitablemente nadie puede deshacerse de aquello que ha sido.

Yo digo que la vida no es una acumulación de yoes y que, aunque habiten dentro el niño juguetón y fantasioso o el adolescente contestatario, uno es ahora lo que es, gracias a la experiencia. Yo, al que echo de menos es al joven poeta que fui, aquel joven jardinero en Montpellier que escribía versos a deshora y arrastraba resacas de esperanzas y se bebía la vida a bocanadas; ya no me quedan fuerzas para eso.

Ana me dice que lo importante es que mantenga despierto al adulto que creyó ciegamente en el progreso y que creía que la cultura y la educación traerían bienestar. Pero a mí eso me cuesta mucho trabajo porque tengo muy mala opinión de los humanos.

Me consuelo pensando que todavía habitan en mí aquellos que fui aunque en reposo, y que de vez en cuando exigen su parcela, pero el viejo apegado a la realidad y desencantado, gana a diario algunas  de las batallas; si me descuido, toma el mando casi siempre y en esos debates me paseo a diario divagando, como dijo el poeta, en cosas de poca importancia.

Veo el mundo a ratos con entusiasmo y a ratos con desconfianza, Saturno me acompaña y le expongo mis cavilaciones; es mi gran confidente y los dos sabemos que la única verdad es innombrable y que el amor es nuestra única palanca para movernos a diario. Por cierto, Saturno se ha enamorado de una perra elegante y de pelo negrísimo. Hay quien dice que los animales no tienen alma; se equivocan, algunos sí, y mi perro es uno de ellos.

Hoy he oído gritos en la noche; son gritos de desaliento y de rabia. Creo que los gritos los emito yo desde el fondo de mi alma desencantada. Y me agarro a los recuerdos de un tiempo que si no fueron mejores, al menos tenía más fuerza de voluntad.

El que más grita es el niño emigrante y perdido a los once años a la orilla de un río en la Francia de los sesenta. El adolescente hace tiempo que enfadado conmigo abandonó y solo de vez en cuando el joven sentimental aparece aporreando mi cabeza con versos que creía olvidados y llenos de optimismo.

Últimamente, a este le abro de par en par las puertas y recitamos versos de amor caducados.

He vivido momentos de actividad social en los que llegué a creer que era posible mejorar el mundo… Ahora me he vuelto receloso y no confío en los vendedores de humo.

Echo mano del pequeño cofre donde guardo las fotografía familiares y encuentro una mía de recién llegado a Francia con las orejas enormes y el pelo muy corto; la mirada contiene inocencia e inquietud. Otra foto en blanco y negro de la mili junto a dos compañeros; intento recordar sus nombres, uno de Jumilla y el otro de Yecla, los tres sonreímos. Luego encuentro un sobre con unas letras rotuladas: Juliette. No me atrevo todavía a abrir ese sobre y no me atrevería a mirar su cara.

Me recreo en una foto en color rodeado de plantas de cuando era jardinero en Montpellier y quería ser poeta. Hace tiempo que me reconcilié con Theodor Karpena, así firmaba entonces mis versos y me viene a la memoria uno corto y rotundo:

«Amanece gota a gota y me bebo tus suspiros».

Y paseo con Karpena por los bulevares de París cuando creía en el existencialismo y adoraba a Camus y a Sartre, pero vuelvo cansado.

Debido a los desengaños que imprimen frialdad y mucho desencanto, me doy cuenta de que he vivido engañado; no me creo las mentiras creativas del arte, no me fío de la gente que habla de libertad ni de la gente que enarbola banderas, ni de los que dicen representar a los pueblos. Las banderas se han convertido en espadas y las palabras, libertad, justicia y pueblo han quedado desarmadas y han sido vaciadas por charlatanes.


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Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es
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Teo Carpena
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Historias y leyendas de un hombre y su perro, que busca en los recuerdos su identidad. Teo Carpena emigró con su familia a Francia, después de la jubilación vuelve a Yecla y junto a varios amigos recompone su historia. Contacta conmigo en teocarpena@yahoo.es
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